Pedir deseos


El último Pespunte del año en el último día del año. Apurando. Saliendo cuando salen esos resúmenes preciosos en las cuentas de Instagram. Fotos en tromba, música en inglés. “2022 me enseñó que hay que valorarse a uno mismo, que por cada error hay un acierto. 2023 voy a por ti”. Tiene mística este día. Suena a cremallera de estuche, se vive como el último día del campamento de los adultos. Los propósitos de verdad no se apuntan, tampoco se publican en Twitter. Todo lo que se ponga en redes es papel mojado, promesas electorales del Sánchez más sarcástico.
Lo que se quiere de verdad se piensa en silencio, como realmente se fabrican las aspiraciones. En la intimidad. Los deseos son secretos porque deben dar vergüenza, porque al no saberlos nadie podrá cuestionarlos. Uno en un año sopla velas, come uvas y pide deseos. Lo de pedirlos tiene gracia porque en realidad nos los estamos implorando a nosotros mismos. Cuando se formula un deseo lo que se hace es marcar una meta, lo que verdaderamente se pide es ese ingrediente fundamental llamado suerte. Cada vez tengo más claro que la suerte es producto de la erosión entre la fuerza del deseo y la acción de materializarlo. Los imperfectos que desprende el choque de esos dos elementos producen ese polvo mágico al que denominamos fortuna.
Intentar adivinar deseos es un juego entretenido. Todos lo hemos intentado, al menos de esa forma protocolaria: “¿Qué has pedido? No te lo puedo decir que no se cumple”. Podemos tener predicciones, incluso posibles apuestas, hay quien se tira el farol: “Yo sé lo que has pedido” acompañado de una risa orgullosa. Pero es complicado acertar, para eso hay que haber observado mucho a una persona, saberse hasta el último desvío de su entraña. Nuestros deseos son nuestro autentico patrimonio, el reflejo clandestino de nuestra alma.
Los deseos nos incitan, el deseo nos mueve. Para hallar las prioridades hay que bajar del plural al singular. La famosa llama del deseo existe, pero está condenada a apagarse. Lo bueno es que es parte de una hoguera de la que nacen nuevas llamas. A Isabel y a Mario se les apagó. A Tamara y a Iñigo se la apagaron. Las cenizas son deseos extinguidos que ayudan a reavivar nuevos propósitos. La cosa es enfocarlos, de ahí que se cierren los ojos, e ir a por ellos. Todo por lo que no se está dispuesto a luchar queda en ilusión, y la ilusión no arde, es como esas chimeneas ficticias que se mueven, pero no calientan. Por eso vamos a echarle más leña al fuego, a poner toda la carne en el asador, a trabajarnos el rewind del año que viene, para que nuestros deseos, ojalá cumplidos, luzcan como un trofeo en el muro de insta. Coman uvas y soplen velas. Apaguen para encender. Que nadie les pique el mechero del deseo, y si lo hacen, pidan fuego por la calle. Feliz 2023 a todos. Os deseo mucha suerte.

EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.