Quiero una cocina
El truco está en disfrutar de los rayitos de sol, los ratitos de plenitud, en quitarse de vez en cuando la razón, en aceptar que no te entiendes ni tú. La magia está en no tener chistera, en pensar en los consejos, en pasar de los lumbreras, en salirse el pellejo. La clave reside en callejones sin salida, en zaguanes destartalados, en puertas sin mirillas, en telefonillos escacharrados. El quid de la cuestión es no gastar saliva, aprender a morderse la lengua, esquivar absurdas diatribas, evitar firmar treguas. Todo lo bueno estriba en huir de guerras ilógicas, si es que hay algunas que no lo sean, en olvidarse de las putas batallitas ideológicas, en alejarse de todos los que berrean.
No está de más entregarse a algún impulso, dejar que las cosas sigan su curso, hacer el muerto en el mar de las lágrimas que nunca nos salieron. No está de menos el restar importancia a las ecuaciones irresolubles de la existencia, quitarle hierro a las barandillas de las escaleras que subimos, comernos las lentejas con chorizo. Y si quieres te las jalas y si no las dejas, pero con un platito al revés por encima, porque a las cosas que no nos apetecen casi siempre se vuelve. Nunca se sabe, el profesor prejubilado que le dicta al destino parece que habla para dentro y lee un libro que nadie sabe quién editó. Por eso la artimaña está en echarle imaginación para terminar sus frases con nuestras acciones, en espolvorear como el hombre del moño y el bigote la sal de nuestra esencia.
Hay quien te vende un chuletón dorado por una millonada y quien te hace unos filetitos de lomo en la Princess, y te abre un botellín, y te cuenta sus movidas, y te escucha las tuyas. Qué tendrán las cocinas que son el diván de las casas, el despacho sin ordenadores de los ociosos, el plató de la cotidianidad. Juan Carlos Aragón decía que se quería comprar un autobús para pasarse la vida en los asientos de atrás, yo me quiero (en un futuro, que está la cosa fatal) comprar una casa para tener una cocina en la que beber cerveza, y comer de pie cuando llegue peonza, y escuchar música mientras que hago como que sé cocinar. También quiero un colegio para sentarme a gandulear en un patio, y un bar para pegar porrazos con el cazo de café en el cubo de basura que hay al lado de la máquina. Quiero la mitad de todo, que es algo, porque ese algo es todo lo que me gusta.
Sí, la cosa está en todas las cosas que nos hacen disfrutar, en aprovechar los chispazos antes de que salten los plomos y todo se quede a oscuras. Cuántas velas tendrías a mano si se apaga la luz, cuántas cerillas hay en la cajita de la entrada, cuánto fuego vive dentro de ti. El truco está en saber que estamos de paso, aunque luego se nos olvide. Ná es eterno, que cantaba José. Ni las alegrías ni las penas, ni el amor ni el odio, ni el verano ni el otoño, ni nuestros enemigos ni nuestros familiares. Es la jodida vida, y el truco, no me echen mucha cuenta, está en vivirla aceptando que ni ella misma se entiende.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.