Grabrié
Dice Gabriel Rufián que está orgulloso de que sus abuelos huyeran de Andalucía, que lleva ser un charnego por bandera. Sí, eso es, charnego, ese adjetivo despectivo que usaban los catalanes para referirse a los inmigrantes que procedían de otras partes de España. Está orgulloso porque sus abuelos huyeron de los señoritos andaluces y recalaron en un barrio de Santa Coloma de Gramanet. De los otros señoritos, esos que señalaban y despreciaban con términos racistas como ese del que él ahora se jacta, seguramente, hablará otro día. Porque todo el mundo sabe que no es lo mismo un señorito andaluz que un señorito catalán, al igual que no tienen nada que ver un xenófobo español y un xenófobo catalán. Los hay más dignos. El antifascismo va por barrios y por regiones. Y por lenguas, no cabe duda.
Es acojonante el funcionamiento de la memoria selectiva, esa que habla de hace 50 años como si fuera ayer y de ayer como si hiciesen 50 años. La que se refiere al pasado como si fuera el futuro y al futuro como si ya hubiera pasado, la que se preocupa más por los muertos que por los vivos y sus hijos. Se sabe que esto va ya de sacar solo los huevos y el sarcasmo contra los de enfrente, pero cuando únicamente fronteas a una parte de los “otros”, es que eres un oportunista y un cobarde, un hipócrita y un cínico. Porque Rufián se retrotrajo al franquismo, pero se olvidó de esa actualidad vergonzosa por la que transita.
Si hablamos de huidas en 2023 quizás hubiese pegado más intervenir sobre, yo qué sé, esas empresas que se najaron de Cataluña en el 2017 por la inestabilidad que proporcionaban los delirios independentistas. Esas a las que ahora su incomprensible partner, Junts, pide multar si no vuelven. Y digo lo de incomprensible por aquello de que, a la vez, esta semana, han pedido las competencias migratorias de las fronteras catalanas. Y ahí, nuestro querido Gabriel, no ha estado tan contundente. Suave como un guante ha pataleado solo un poquito de cara a la galería, que a ver si la defensa de los inmigrantes ahora les va a costar el asiento de Madrid. A tragar sin masticar, que la rebeldía se convierte en docilidad cuando el interés choca con las ideas, cuando los principios salen caros. Lo dicho, hay señoritos y senyorets. Hay xenófobos y xenòfobs. Hay fascistas y feixistes. Que no viene a ser lo mismo. Unos merecen, por lo visto, más respeto, comprensión y equidistancia.
También, se me ocurre, que si hablamos hoy de señoritos andaluces nos pueden pillar más cerca aquellos que se metieron en el tabique el dinero de los parados, a los que esta semana conocemos aún mejor por el testimonio del chófer de la farlopa. Los del bono premium en el Don Angelo’s. Pero no, ahí no conviene ponerse tan bravo, por ahí pasamos de soslayo, que para algo son los que riegan una rosa podrida. Está orgulloso de sus raíces andaluzas, ¡mira que los cojones!, claro. Si aquellas manos y espaldas sureñas levantaron esa tierra por la que hoy gente como él, faltos de escrúpulos y de ideología, esa de la que tanto presumen, se llevan los privilegios a su saco de egoísmo. No hables de Andalucía Grabrié, y menos como si te importase, porque si estamos olvidados es por vuestra avaricia, porque si somos el culo de España es porque vosotros tenéis la cara como el cemento armado. Porque esos de Junts, con los que hoy cohabitas para sustentar a Sánchez, son aquellos racistas que miraban por encima del hombro y trataban con el pie a personas como tus abuelos, andaluces a los que explotaron y maltrataron. Y tú, hoy, les haces el juego. Estarás orgulloso de la huida de tus abuelos, lo que no tengo tan claro es si hoy ellos estarán orgullosos de ti. Menos golpes en el pecho, carapapa.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.