Los largueros de Anto
Hay personas que llevan en la cara un gesto naciente de bondad. Se ponen serios porque en algún momento hay que estar serios, pero basta una apelación, un gesto cómplice, para que se desternillen con los ojos, demostrando alegría y atención ante la mayor tontería que les sueltes. Vienen al mundo a estar tranquilos, a no molestar y a que se les deje en paz. Qué es una vida corriente se pregunta el rico que precisa de cosas auténticas, qué es una existencia normal se pregunta el vagabundo que no tiene de nada, qué son los excesos se cuestiona la clase media que no piensa en sí misma como equilibrio o mesura.
Anto, el chaval de Montalbán que juega con sus dos colegas a darle al larguero de la portería tiene cara de buena persona. En realidad, los tres tienen caras de buenas personas, pero Anto un poco más porque, como él repite, hay muchas cosas que le sudan los cojones. Entiéndanme, no alabo esa pose de pasota lamentable que se borraría si un compadre lo necesita. Me refiero a la actitud que poseen ciertos seres de luz que relativizan todo lo accesorio. No me veo a Anto tuiteando exaltado por cualquier mierda, pero sí lo veo pegándole un zurriagazo al travesaño de la cancha de su pueblo y pontificando sobre la lesión de Courtois. Partiéndose el culo con sus colegas, echando la tarde.
Él se mete la mano en el bolsillo, como buscando algún factou al lado de las llaves de su casa. Usa fórmulas como ´Dios quiera que…´ para desear, para anhelar como anhelan las personas que no están dispuestas a quebrarse si no les salen las cosas como quieren, que no van a endosarle la culpa a nadie conocido, menos a uno que pasaba por allí. Lo suyo es magia, porque en esta época en la que cualquier anormal hace lo imposible por hacerse viral, él se ha hecho famoso hablando como habla, haciendo lo que hacía todas las tardes por diversión, sudándole los cojones quién estuviera detrás de la cámara.
Es la pulcritud en estos tiempos de fango y vanidades, de verdades fabricadas, de mentiras interesadas. En Anto no hay nada que sea bulo, lo único falso que se puede llegar a poner es una camiseta del mercadillo, pero llevándola él, ya es original. Es como si sin querer filtrase lo serio y lo importante, sabiendo que la solemnidad con la que ahora se sueltan algunas gilipolleces no tiene nada que ver con la relevancia de estas. En realidad, él solo se dedica a pegarle bimbazos al larguero de la portería de su pueblo y a hacer comentarios futboleros, pero inintencionadamente están comunicando cosas muy potentes.
Tengo la teoría de que el éxito de sus vídeos es que nos transportan a un tiempo que todos hemos vivido, el de la libertad anárquica de los pueblos a los que no llegan las tonterías insulsas de las ciudades, las tardes ganadas, que no perdidas, en las que uno busca el tesoro de la diversión junto a sus colegas. Días de quiosco, plaza y balón. De refresco de naranja junto a los viejos mellados de la gorra. Cada post de Los Colgaos es un mensaje de cordura, cada palabra de Anto labra una doctrina filosófica que deberíamos aprender a aplicar: el noble arte de que, según qué cosas, te suden los cojones. Y eso es un factou.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.