Por un beso

Se ve que la realidad actual no es tan romántica como cuando Gustavo Adolfo Bécquer escribía aquello de: Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo; por un beso… ¡yo no sé qué te diera por un beso! ¡Hay que ver la que se ha liado -y sigue liándose cada vez más- desde que a Rubiales le pudieron sus emociones o le traicionaron sus hormonas testosteronas provocándole aquellas efusiones. No consideró en aquellos momentos de corazones y cerebros calientes que la española cuando besa, es que besa de verdad y a ninguna le interesa besar por frivolidad. Y que el beso, el beso, el beso en España lo lleva la hembra muy dentro del alma; no tuvo en cuenta que a la española se le puede dar un beso en la mano o puede darle un beso de hermano, y así la besará cuando quiera, pero un beso de amor no se lo dan a cualquiera. Y que es más noble, yo le aseguro y ha de causarle mayor emoción ese beso sincero y puro que va envuelto en una ilusión. No lo digo yo; lo han dicho, cantando, voces tan autorizadas como Paquita Rico, Esperanza Roy, Celia Gámez,…
Yo confieso que en este asunto estoy más liado que la pata de un romano: unas veces, me parece una anécdota, lo que dijo Rubiales al principio, es decir, una estupidez, una gilipollez; otras veces, Rubiales me parece un tipo despreciable; otras veces me parece que el feminismo radical lo quiere crucificar de forma ejemplarizante; otras veces no quisiera escribir este artículo por miedo a que se dude de mi feminismo y de qué lado estoy –y el feminismo, hoy en España, hay que tenerlo demostrado, como antiguamente había que tener demostrada la limpieza de sangre-; otras veces siento que todos los hombres estamos bajo sospecha y tenemos sobre nuestras palabras y nuestros actos la espada de Damocles del feminismo más radical, y que, por cualquier machismo o micromachismo seremos crucificados sin piedad ninguna y para toda la vida.
Veo por doquier que todo el mundo se ha lanzado a escupir, juzgar, denigrar, dar una patada, a Rubiales, que ahora está en el suelo. Algunos-as han estado dudando qué hacer varios días, incluso han aplaudido las palabras de Rubiales explicándose y defendiéndose el día antes de condenarlo. Yo tampoco estoy de acuerdo con ese beso, y tampoco estoy de acuerdo con el grosero gesto de cogerse los huevos, y no sé qué cuentas tiene ese hombre pendientes en el pasado. Si hay que “acabar” con Rubiales por otros asuntos y se aprovecha el dichoso beso para hacerlo porque antes no se ha sido capaz o no se ha tenido valor, sea, vale; si se quiere “quitar del mapa” a Rubiales por tocarse groseramente los huevos en público, sea, vale. –Y que alguien le enseñe que, en este país, tocarse los huevos y tocárselos a los demás es normal y es tradición, pero de otra manera-.
Se me vienen a la cabeza con este asunto asociaciones mentales. Me fio mucho de las asociaciones mentales, de las mías, claro. Cuando el cerebro te trae otros asuntos sin que tú se lo pidas, es que los relaciona con el que tienes entre manos, con el que tú estás rumiando. Y, entre otras asociaciones, este asunto me ha traído a las mientes aquellas palabras de Lola Flores: ¡Si me queréis, irse! Y me da por pensar que tal vez, en alguna ocasión o en más de una ocasión en estos interminables días, Jennifer Hermoso, haya sentido deseos de exclamar o de gritar algo así como: “¡Si me queréis, dejadme en paz! ¡Aquel beso fue un error, aquel beso no me gustó, pero mi guerra era jugar al fútbol y ganar el Mundial, y no esta cruzada que me está jodiendo el disfrute y la celebración de la victoria conseguida!”
Da la impresión de que, cuando “acabemos con el dragón, con el monstruo” que besó en la boca a una de las 23 jugadoras de la selección, cuando lo extirpemos, todo será una balsa de aceite y se habrán resuelto todos los problemas de la mujer en España y, ya, todos seremos iguales. Va a ser que no.
Antonio G. Ojeda
Osuna, 27 de Agosto-2023
