Secuestro electoral

Hay un buen puñado de españoles-as renegando en arameo de que les haya tocado formar parte de una mesa electoral. El puñado es de unos treinta y dos mil aproximadamente, y el arameo incluye todas las lenguas oficiales y dialectos de España. Y es que la obligación de estar trece, catorce, quince,… horas, sentado en una silla cualquiera, en pleno verano y en un local dudosamente refrigerado, suena más a castigo y a secuestro que a cualquier otra cosa. Secuestro legal, sí, porque lo ordena una Ley, pero secuestro al fin y al cabo. ¿Y cómo se callan las bocas y se evitan las protestas y las ausencias y las deserciones? Pues informándote/amenazándote de que, si eres bueno-a y vas a tu mesa, te darán setenta miserables euros, pero, si no vas, puedes ir a la cárcel o tendrás multa gorda –de mucho más de setenta euros-.
Hay leyes para todo. Pero no hay una ley que prohiba la sinrazón –¡Cosas veredes, amigo Sancho…!– de convocar unas elecciones en pleno verano, fastidiándoles las vacaciones a muchos españoles, obligando a deslomarse trabajando a los carteros y, en suma, poniendo a la sociedad patas arriba.
¿No hay otra forma de hacer la elección de los componentes de las mesas? Como hay gente pa tó, seguro que hay personas que se ofrecerían voluntarias, ya sea por vivir esa experiencia, por deber cívico, o por cualquier otra causa. Y seguro que habría muchos más voluntarios-as si en lugar de dar o pagar esos cochinos setenta euros, se pagase una cantidad digna, porque hay gente a la que le hace falta. Por otra parte, tenemos miles de militares, policías, guardias,… que podrían hacer ese trabajo perfectamente. Incluso tenemos cuerpos especiales para misiones especiales. ¿Y qué duda cabe que estar en una mesa electoral en las condiciones descritas es una misión especial, una misión para cuerpos y mentes especialmente preparados? Al fin y al cabo, ellos cobran por su trabajo, y podrían relevarse a mitad de la jornada, y ya estarían en los colegios electorales si hubiese algún incidente, y no tendrían que vigilar en dichos colegios para que no se escapasen los miembros civiles de las mesas.
Recuerdo que haciendo la mili -¡batallita viene!- me tocó en alguna ocasión hacer el retén contra incendios, es decir, que si salían ardiendo los montes de Salamanca, yo era uno de los que tenía que ir a apagar el fuego. Había posibilidades de que hubiese incendios pues era verano, lo que me tenía preocupado porque yo no sabía nada de apagar incendios y una cosa era jurar en el patio del cuartel derramar tu sangre por la patria si la patria te lo demandare y otra muy distinta era que te la achicharrasen en medio de un monte. Pero a los que mandaban les daba igual que no supiésemos nada de apagar incendios –ni siquiera nos habían dado un cursillito o unas nociones básicas-, ni les importaba que cobrásemos por este y el resto de servicios 727 pesetas.
Pues igual pasa con este asunto de las mesas electorales. De grado o por fuerza tienes que ir, porque entre los motivos para no ir no hay ninguno que diga porque no quiero, porque este tinglado de la democracia debe continuar, porque este circo que es la política debe continuar –dicen que es el modelo menos malo para gobernar la sociedad-.
Si le ha tocado mesa, resignación. Si le ha tocado mesa varias veces, resignación, a otros-as no les ha tocado ninguna -es la lógica de este sistema del sorteo-.
Si en su colegio electoral hay ventilador, prepárase a coger las papeletas al vuelo.
Si la abstención sigue bajando y llega a estar en torno al cincuenta por ciento o por debajo del cincuenta, apueste a que sacarán una ley que tampoco existe ahora, una ley que obligará a votar a todo el mundo. Porque el espectáculo debe continuar.
Y sepa que la verdad es la verdad, lo diga Agamenón o su porquero, y que el fin no justifica los medios, lo dijese Maquiavelo o no lo dijese.
Antonio G. Ojeda
