Adiós a un museo
Hemos visto nacer muchos museos. En Osuna, sin ir más lejos, y en fechas recientes, se han creado el Museo de Osuna, sito en la calle Sevilla, y el Museo Andaluz del Juguete Vintage, situado en la calle Alfonso XII, espacios expositivos que vinieron a unirse a los ya existentes en la Colegiata, el Monasterio de la Encarnación y la Torre del Agua. En Madrid han nacido infinidad de ellos en las últimas décadas, pero cabe destacar el Thyssen (1992) y el Reina Sofía (1990). Lo mismo podría decirse de Bilbao y Barcelona. En la capital catalana, y cerca del Museo Picasso, abrió en 2011 el MEAM (Museo Europeo de Arte Moderno), donde cuelgan obras de nuestro estimado Guennadi Ulibin, pintor de extraordinario dominio técnico y desbordante mundo interior que ha tenido su residencia en Osuna durante décadas y ha contribuido a enriquecer nuestra visión estética. Málaga se apuntó tarde a esa fiebre museística pero lo hizo con una fuerza extraordinaria. En los últimos veinte años han abierto sus puertas en la ciudad malacitana seis museos de conocimiento imprescindible para el amante del arte. Ordenados por antigüedad son: Museo Picasso, Centro de Arte Contemporáneo, Museo Carmen Thyssen, Colección del Museo Ruso, Centro Pompidou y Museo de la Aduana. Todos continúan abiertos, por supuesto. Pero hay uno de ellos que está a punto de cesar su actividad, al menos como ha sido hasta ahora.
La apertura de la Colección del Museo Ruso de Málaga fue una excelente noticia. Nacía la posibilidad de conocer aquí mismo la historia y el arte de un país tan lejano del nuestro y tan atractivo por muchas razones. La música, el folclore, la literatura y, en general, el arte ruso son excepcionales, distintos, poseen un marcado carácter propio. La Federación Rusa es un territorio inmenso formado por un mosaico de culturas, donde se hablan cerca de cien idiomas, una riqueza cultural inimaginable en países como el nuestro, donde solo hay cuatro lenguas oficiales. No voy a cansar al lector con los lugares comunes y datos ya sabidos. Baste retener que Rusia posee una extensión equivalente a la de España multiplicada treinta y cuatro veces y ha dado a la historia de las artes nombres sin los cuales su relato —principalmente en música, danza, pintura y literatura— sería mucho más pobre. Para entender la magnitud de la pérdida ante la que nos encontramos hay que volver la vista al pasado y comprender que el Museo Estatal de San Petersburgo, proveedor de las piezas que periódicamente viajaban a Málaga para ser expuestas, fue creado a finales del siglo XIX con fondos ya antiguos y no ha parado de recibir piezas desde entonces. Contiene obras concebidas tanto durante la Edad Media, como durante la Rusia zarista y la URSS, cuando el país que hoy conocemos como Rusia o Federación Rusa era aún mayor de lo que es ahora, cinco millones de kilómetros cuadrados más. Los fondos que desde 2015, año de apertura de su filial en Málaga, han podido ser contemplados provenían de cualquiera de sus antiguos territorios, muchos ya independizados y hoy amenazados por delirios imperialistas. Si León Tolstói (1828-1910), aquel gran novelista y pensador, pacifista pionero, inspirador de las ideas de Mahatma Gandhi, conociera la invasión de Ucrania intentaría detenerla como fuese. Eso es seguro.
Y el caso es que el afán bélico parece formar parte del carácter del país. Entre las últimas exposiciones que los visitantes de la Colección del Museo Ruso de Málaga han podido contemplar antes de su cierre y su conversión no se sabe bien en qué, se encontraba una, la más importante, llamada Guerra y paz en el arte ruso. Parece una gran casualidad, quizá una premonición. La gran mayoría de las obras que pronto irán camino de San Petersburgo, de vuelta a casa, eran grandes cuadros de batallas pintados durante los siglos XVIII y XIX, cuando el género de la pintura histórica, reflejado a menudo en lienzos de grandes dimensiones, estuvo tan de moda. Les confieso que, aun siendo consciente del valor de dichos cuadros como documentos históricos, su contemplación resultaba a ratos tediosa, el espectador cansado ya de estar ante tanta muerte y desolación. No obstante, recuerdo con admiración algunos de ellos. Uno representaba un paisaje de montaña en tonos muy cálidos y bajo un cielo bellamente azul. Al fondo, y a media ladera, aparecían tropas regulares y bien equipadas, las rusas, que estaban siendo rechazadas por guerrilleros circasianos, situados estos en primer plano y descritos con sumo detalle. El cuadro, que encabeza este artículo, representa la Batalla de Ajatli, acaecida el 8 de mayo de 1841. Fue pintado por el príncipe Grigori Gagarin (1810-1893), noble ruso de educación completamente europea, amigo íntimo del escritor Lérmontov, con quien, precisamente, realizó la campaña militar reflejada en el cuadro. Tampoco vamos a poder seguir disfrutando de las obras de la exposición Vanguardias en el arte ruso (creaciones de Malévich, Chagall, Kandinsky…), frutos de aquel gran país cuando era la meca de artistas e intelectuales, que viajaban allí como quien va a un lugar que resulta imprescindible conocer por su modernidad.
La injustificable invasión de Ucrania puede enturbiar la percepción de las cosas. El cierre dela Colección del Museo Ruso de Málaga es una gran pérdida. Desde el comienzo de la guerra, la visita al museo era un acto de fe en la humanidad y en la resolución pacífica de conflictos. No había nadie. Aquellas inmensas salas vacías de público y repletas de obras de arte resultaban, por momentos, descorazonadoras. Poco antes de la salida, dos estatuas del gran Vladímir Mayakovski, aquel revolucionario auténtico —prefirió el suicidio a la sumisión a Stalin y a sus directrices artísticas—, recordaban la excelencia artística y nos invitaban a defender la necesaria independencia creativa. Ojalá las obras de arte vuelvan a viajar pronto desde San Petersburgo hasta la soleada Andalucía.
Las imágenes que acompañan el artículo pertenecen a obras expuestas en la Colección del Museo Ruso de Málaga y visitables hasta el pasado día 2 de mayo. La cabeza en piedra de Mayakovski fue realizada entre 1936 y 1940 por Dmitri Tsaplin.
Víctor Espuny
CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.