De sevillanas maneras
En Sevilla, hay tantas ferias como sevillanos. Cada uno la entiende a su manera y se preocupa, simplemente, de disfrutarla. No es necesario mostrarla al mundo, pero, si lo hacemos, que sea con toda su esencia.
En mi etapa universitaria, me quitaba de en medio unos días para estudiar. Desde la distancia, por televisión, contemplaba ese espectáculo del que luego sería parte. Debo decir que nunca me identifiqué con él. Ni las casetas, convertidas en platós, ni las actuaciones de artistas poco acordes a la fiesta, ni los trajes de flamenca, impropios de nuestra mejor tradición, hacían que pudiera sentir la Feria que conocía. Si me apuran, hasta las propias intervenciones de los sevillanos elegidos me chirriaban.
Me acordé de aquello hace unos años cuando, tras resistirme en otras ocasiones, decidí ir con unos amigos a San Fermín. El concepto que tenía era el de una fiesta desmadrada, sucia, etílica y hortera. Y de ahí mi resistencia numantina. Y, en cambio, encontré una fiesta maravillosa, acogedora, agradable y alejada de todos mis prejuicios. Aquellos días navarros fueron un descubrimiento.
No niego que exista la Feria que muestran las televisiones, como existe ese otro San Fermín de los telediarios de los primeros días de julio, pero me da pena que siempre escondamos al público lo mejor de nuestras tradiciones buscando sólo lo estridente, lo llamativo, y a veces, por qué no, lo vulgar.
La Feria de Sevilla es inigualable. El color de esa ciudad efímera de siete días. La espectacularidad del paseo de caballos y enganches, trajes de corto y amazona, niñas a la grupa, todo como recreación de lo mejor de aquella feria del ganado que originó la que hoy disfrutamos. La belleza de las mujeres vestidas de gitana aporta a la fiesta ese aire flamenco y colorido que ilumina el Real. Las casetas, convertidas en lugar de reencuentro, son un verdadero hogar para acoger amigos y compartir momentos inolvidables. Tertulias improvisadas para comentar la faena de la tarde en la Maestranza, la Semana Santa que se nos fue o la consulta del Ayuntamiento para devolver a la Feria sus tiempos lógicos.
Pocas cosas transmiten mejor la personalidad de nuestra ciudad. La elegancia es marca de la casa. No hay espacio como el Real. Adoquines y albero, naranjos y farolillos. El decorado perfecto para esa película que el sevillano rueda cada primavera. Dicen que la Feria es para los sevillanos, y quizás tengan razón. Compartimos la ciudad todo el año. También en Feria. Abierta al mundo, abierta a todos, pero de sevillanas maneras.
POR DERECHO
Abogado, socio-director Bufete Rodríguez Díaz. Profesor en la Universidad de Sevilla (US), Universidad Pablo de Olavide (UPO) y Loyola Andalucía.