La papeleta de sitio
Recuerdo la emoción con la que me acostaba la noche que sabía que mi padre iba a la hermandad, a sacar la papeleta. Y con la que me levantaba buscándola la mañana siguiente. Qué ilusión tenerla en mis manos. Releer las normas de la estación de penitencia…, ¡como si hubieran cambiado!, o comprobar el número de antigüedad… ¿cuántos he bajado…? La depositaba en el salón como insignia del mejor altar de cultos.
Como todas las cosas importantes, la papeleta tiene su rito. El día, los amigos, la tertulia, la ilusión de saber que este año toca sacar alguna más -pues los pequeños se van incorporando a la cofradía-, o la nostalgia de quien ya la sacó para la madrugada eterna.
“Los años son papeletas de sitio”, dijo Joaquín Caro en su pregón de Semana Santa. Detrás de cada papeleta hay una historia, un motivo, una verdad. Es el carnet de identidad que nos hace miembros de una misma devoción.
Cada papeleta refleja un momento. La primera, de monaguillo o con varita. La de cirio perdido en mitad de la cofradía. La de la bulla en los años de acólito. La de costalero, guardada junto a los relevos que marcaron nuestra juventud. La de la responsabilidad como miembro de la Junta de gobierno o diputado de tramo. O volver de nuevo a la de cirio, desandados los tramos, que ya siempre nos acompañará. No importa el sitio, importa estar, vivirla, rezarla, compartirla en hermandad.
Como la ciudad, tiene sus contrastes. Del bolígrafo y la letra cansada del mayordomo que la expedía cuando éramos pequeños, a la frialdad de la impresora que responde, con rapidez, al golpe de teclado. De aquel papel sencillo de antes, a la impresión a color de nuestros días. Impoluta en el momento de la recogida, arrugada cuando la sacamos del bolsillo antes de quitarnos la túnica… Arrugas que son huellas de lo vivido, de emociones que quedarán para siempre impregnadas en el papel.
Hoy, la tecnología permite que muchos hermanos la saquen a través de la web. Posiblemente hay quien no tenga otra alternativa, pero internet nunca podrá competir con la casa de hermandad. Las noches de reparto tienen el sabor antiguo de la convivencia, la charla y el recuerdo.
Con todo, debo confesar que de nada de esto participo en primera persona. Renuncio al momento, al encuentro con hermanos, al pellizco de compartir con otros ese instante, por revivir los nervios de aquel niño que esperaba que su padre la trajera. Hoy, como entonces, es parte de mi rito. Y de mi suerte. Dios quiera que por muchos años.
POR DERECHO
Abogado, socio-director Bufete Rodríguez Díaz. Profesor en la Universidad de Sevilla (US), Universidad Pablo de Olavide (UPO) y Loyola Andalucía.