Los excesos
Vivimos esos días raros de la ciudad. Días de resaca y vísperas a la vez. De niños con horarios descuadrados y adultos nostálgicos. De túnicas que se van guardando, muchas impolutas y ausentes de recuerdos, y volantes que toman el relevo. Y, entre tanto, rememorando lo poco que hemos podido disfrutar estos días, viene a mi mente aquello que, desgraciadamente, hace tiempo que no muta en la ciudad: el exceso.
Estamos instalados en el exceso. Si hay algo que siempre tuvo Sevilla fue medida, saber hacer las cosas, sentido del equilibrio. Y eso gustaba, al de aquí y al que venía, pero se ha perdido. Nuestras tradiciones se han desnaturalizado.
Tanto en cuaresma como en la poca Semana Santa que hemos vivido -entiéndase esta, no en sentido literal, sino de cofradías en la calle- hemos comprobado, una vez más, que esto se nos ha ido de las manos. Incontables vía-crucis aunque apenas se pueda rezar en ellos, traslados con banda cuando finalizan los cultos y paseíto por el barrio, procesiones extraordinarias que se nos anuncian bajo la excusa de la evangelización, filas de nazarenos que no dejan de crecer aunque nuestros cultos sigan registrando la misma afluencia de hace años, aglomeraciones de personas que, parece, salen de paseo sin importarle mucho lo que ver, infinidad de publicaciones en internet con fotografías de nazarenos posando a mayor gloria de no se sabe qué o el nuevo exceso de este año, suspender antes de tiempo la estación de penitencia para evitar molestias a los hermanos. Por no hablar de las petaladas, ya desnaturalizadas en los últimos años y, éste, llevadas al extremo de lo ridículo. Decía Hipócrates que todo lo excesivo es contrario a la naturaleza, y aquí tenemos un buen ejemplo.
Y ahora nos toca la feria, donde el exceso, en otro sentido, se coronó cuando se decidió cambiar nuestro concepto de fiesta por complacer al de fuera. Mucho mejor que esté contento el que viene que el que está, donde va a parar. Se anuncian cambios para devolver a los sevillanos su feria, ojalá lleguen y empecemos a poner cordura en este dislate.
Y lo mismo podríamos decir del turismo -posiblemente el epicentro de todo este descontrol- o de la hostelería despersonalizada e invasora de la vía pública.
De pequeño me enseñaron que en el punto medio está la virtud, que el exceso es defecto y la medida es elegante. Tengo la sensación de que nuestra ciudad se ha vulgarizado. Hemos perdido autenticidad. Necesitamos recuperarla. Sevilla lo merece.
POR DERECHO
Abogado, socio-director Bufete Rodríguez Díaz. Profesor en la Universidad de Sevilla (US), Universidad Pablo de Olavide (UPO) y Loyola Andalucía.