Una por Charles Chaplin
La posteridad viene dada de muchas formas, sobre todo en un arte tan extenso pero tan joven – sí, joven – como es el cine. Bajo las candilejas del escenario donde se produjo la 44ª edición de los Oscar (1972), y ante la imagen imborrable de unos aplausos que no cesaron durante 12 minutos, apareció, para la posteridad, el hombre del bombín y un bastón que, hasta el día de hoy, no es sólo emblema del cine mudo, sino de todo el cine en general. El tema de la semana no se presenta súbitamente, pues tras unos días de repasar la mayor parte de su obra y revivir de nuevo la plenitud emocional distribuida casi sin palabras, yo hoy quisiera hablar, aunque sea un poco, sobre Charles Chaplin.
Primero decir que sí, efectivamente, las películas del –indiscutible– Rey de la comedia como “El chico (1921)” han cumplido nada menos que un siglo (reestrenada además en salas de cine por el centenario en 2021), por no mencionar las demás obras maestras que se avecinan para superar la misma marca. Como ocurre con todos los cineastas es complicado sintetizar el amplio significado de su recorrido en unas líneas, pero ellos sí que fueron capaces de sintetizar sus pasiones, sus deseos, sus impulsos, sus miedos, sus vidas y sus pensamientos de manera indeleble. Chaplin lo consiguió a grandes rasgos sin apenas predecesores a los que agarrarse y, lo que es aún mejor, en su mayoría sin palabras. Bueno, él y la serie de magnánimos artistas cuya huella siempre será atribuida a los pioneros que fueron y que siempre serán como Buster Keaton, Lloyd, Laurel y Hardy (Gordo y Flaco), o Arbuckle.
De entre todos estos artistas, el británico Chaplin fue el primero al que se me introdujo. Puede que de manera obvia dada la repercusión algo más popular que la de los demás iconos de la época, pero no obstante hubo algo en ese vagabundo que caló en mí para siempre. De niño observaba sus primeros cortometrajes –o mediometrajes incluso – , como “Armas al hombro (1918)”, “Charlot, vagabundo (1915)”, o “Vida de perro (1918)”. Sabía que el patoso y aún así escurridizo hombrecillo desprendía algo más allá que el humor descacharrante de sus situaciones de “slapstick” con las que aún a día de hoy muchos de nosotros seguimos viendo con dolor de costillas y muchas carcajadas. Sabía que había algo más… Hasta que llegué a la maravillosa “El chico (1921)”.
Quentin Tarantino deslizaba en «Malditos bastardos (2009)» un muy sutil pero acertadísimo guiño al cómico a través del comandante Zoller en la escena en la que comienza a flirtear con Shosanna, quien asegura preferir a Max Linder por encima de Chaplin, “aunque nunca hizo nada tan bueno como ‘El chico’… El clímax de ‘El chico’, soberbio”. Hoy en día no nos detenemos y pensamos acerca de lo que películas con un siglo a sus espaldas habían logrado ya. Las artificiales persecuciones de Fast & Furious no nacen sin aquella persecución de la película de Chaplin, en la que la policía se planta en la – muy – humilde casa de Charlot para llevarse al pequeño crío al que había acogido bajo su ala. Metido en la parte trasera del camión, el chico extiende los brazos y llora reclamando a su protector, quien desde la casa lucha con desesperación para desprenderse de los guardias. Este se escabulle, y se dirige al tejado para que Chaplin logre captar como director – faceta que se olvida siempre que se habla del cómico – una imborrable persecución por los tejados a rapidísima velocidad inmersa a partes iguales en la comicidad suprema y la emoción otorgada por la música y la situación de salvar a lo único bueno que le ocurrió en la vida. El vagabundo logra saltar a la parte trasera del camión y de una patada tira al guardia sobre el asfalto (¿no os suena todo esto?). Chaplin termina con un abrazo entre él y el chico precedido por uno de los besos más sentidos e inmemoriales de la historia del séptimo arte.
A pesar del ejemplo, y de distintas maneras, Charles Chaplin volvería a alcanzar esa inmortalidad en sus películas posteriores. La fábrica en “Tiempos Modernos (1936)”, la cabaña sobre el precipicio en “La quimera del oro (1925)”, el número de Buster Keaton y el propio Chaplin en “Candilejas (1952)”, el león en “El circo (1928)”, o el, en mi opinión, el mejor final jamás capturado por una cámara entre el vagabundo y la joven ciega en – mi película favorita suya – “Luces de la ciudad (1931)”: A lo largo de todas ellas se presentan elementos presentes en todas las películas que vemos hoy, cada fin de semana. Por eso, a veces, hay que echar la vista atrás y conmemorar lo que precedió. No todo está contado ya, porque los maestros como Chaplin nos enseñaron que nada es nuevo contado con puro sentimiento y arte como el que mostraron al mundo.
Es normal que en la actualidad se presente una sociedad reticente a probar un género de cine como el mudo, completamente desvinculado a la tendencia tecnológica atrapante (y atractiva) que vivimos, pero el lenguaje de los gestos, de la risa y la imagen es universal para todos. Curioso es que rara vez coincidamos en los gustos de las comedias de hoy en día, y sin embargo un sólo clip de Chaplin muriendo de hambre y comiéndose un zapato emita risas sin rango de edad, color o género. Por eso es importante hacer este tipo de incisos. Por recordar a aquellos artistas que influenciaron a generaciones enteras y cuyas obras nos recordaron de que podíamos ser capaces de lo mejor. Artistas como Chaplin, que en el momento que llegó el cine sonoro y se le obligó a hablar, regaló al mundo el discurso de “El gran dictador (1940)”.
BULEVAR DE PELÍCULAS
Escribiendo guiones desde que alcancé edad de dos cifras. Ex estudiante de cine y ahora intentando el periodismo. Dirigí y escribí un cortometraje que hice con mis compañeros de vida («Thugs»), tengo un podcast en Spotify («Reservoir Cinema») y mi pasión está reservada a las películas.