La trágica lucha libre: The Iron Claw
“El único lugar donde me hacen daño es ahí fuera. Al mundo no le importo una mierda”. Esas eran las palabras que pronunciaba un renacido Mickey Rourke como el luchador de wrestling Randy “The Ram” Robinson en El luchador (The Wrestler, 2008) antes de emprender un último paseo al cuadrilátero, entre admiradores, bajo la sintonía en los altavoces del Sweet Child O’ Mine de Guns N’ Roses. Hace no mucho volví a ver la película de Darren Aronofsky, aquella reflexión anticonvencional sobre el sacrificio de cuerpo y alma de los protagonistas de la lucha libre, apasionados por ella más que cualquier espectador en los anfiteatros, y, aunque igualmente devastadora, me pareció infinitamente mejor que la primera vez. “El luchador” no se alejaba mucho de la temática narrativa de otras muchas del subgénero deportivo como “Toro Salvaje”, sin ir más lejos, en cuanto a la autodestrucción en los profesionales del deporte que aman. Aunque en esta última el ring era más un castigo sin piedad por las miserables acciones en vida de Jake La Motta (De Niro), mientras que para Randy era lo contrario, donde el estrepitoso fracaso de vida fuera del ring desaparecía estando dentro de él.
Pelis de boxeo y de lucha libre hay a puñados, pero la escalofriante muestra de la otra cara del wrestling profesional que mostraba el filme de Aronofsky pocas veces se ha visto. Hay algo profundamente trágico –e irremediablemente cinematográfico – en un deporte siempre acusado de cubrir la autenticidad, abrazando el espectáculo que ha atrapado a tantísima gente durante los años (¿quién no ha tenido esa época de obsesión de imitar a The Undertaker y Rey Mysterio saltando desde el sofá hacia la alfombra del salón?). Aronofsky te mostraba esto con una cámara en la mano, sin cortes, poniendo al Randy de Mickey Rourke charlando en el vestuario con el oponente al que se iba a enfrentar, preparando entre ellos el salvaje combate de a continuación: que si yo te lanzo hacia las cuerdas, que si tú después sacas la grapadora y la utilizas contra mi espalda, y que si al final sacamos el alambre de espino y los cristales sobre la lona sobre las que te tiraré… Ahí estaba todo mostrado sin miedo con la cámara y la interpretación. Un mundillo de lunáticos apasionados en el que muchos están hasta arriba de anabolizantes y que, por alguna razón, entregaban su cuerpo para nuestro disfrute. Un arte interesantísimo y peculiar visto en exclusiva a través de la soberbia interpretación –para los restos– de Rourke.
“El clan de hierro” (The Iron Claw, 2023) pone un punto y aparte en todo esto que os aseguro que va a ser difícil de borrar. Cuenta el trágico caso real de la familia Von Erich, célebre linaje de luchadores que hicieron historia en el wrestling profesional, compuesto por cuatro hermanos (cinco en la vida real, su madre y su ambicioso padre y entrenador. No he hablado de El luchador por casualidad, porque tanto esa película como esta, aparte de lo obvio, vienen a tratar dos lados tristes, oscuros y estremecedores del impacto del deporte profesional. Si la de Aronofsky retrataba las entrañas del mundo del wrestling como perdición del personaje de Mickey Rourke, aquí el director Sean Durkin – sorpresa muy grata – se mete de lleno en la dramática familiar de los luchadores. Una dramática liderada por Zac Efron (además de J.Allen White, Holt McCallany, Maura Tierney, etc.), que lleva a cabo una interpretación de una inmensidad sobrenatural. Siempre he sido un seguidor y verdaderamente se merece un artículo aparte.
Aquí Durkin tiene entre manos una historia que, sin desvelar nada (creedme, lo agradeceréis), resultaba demasiado triste como para ser cierta. Por tanto, como director toma la decisión de suprimir y apostar por la elipsis, porque los peores momentos se nos ocultan, y como decía Scorsese: el cine es lo que está dentro del encuadre y lo que no. La película nos inhibe de toda manipulación sentimental para compartir los momentos más duros con los que importan, con los personajes. La narrativa es fría, deteniéndose o en planos fijos con zooms muy lentos o en mano con algo de temblor, pero nunca sacrificando el corazón de la misma: la relación de los hermanos. No todos los hermanos quieren tomar el camino de su padre, ex luchador que nunca alcanzó el título mundial. Un luchador que no llegó a ser poderoso en el ring, con lo cual termina desviando su poder hacia los hijos. A “The Iron Claw” no le importa tanto la coreografía de los combates como de la carga mental impuesta por el supuesto legado de la familia. No le importa tanto – aunque se muestra – las bambalinas de la lucha libre, sino del fuerte vínculo de unos hermanos que se apoyan entre ellos frente a los golpes irreversibles para siempre en sus músculos y huesos por un deporte que no decidieron ellos acoger en sus vidas. Es dura pero es honesta. Malditas las lágrimas que se oían retener a todo el mundo en la butaca. Inolvidable.
Me muerdo la lengua para no hablar, pero el cine trágico también es importante verlo. Porque en el final del túnel de las buenas películas que logran romperte el alma está una oda a la vida, no esas que conocen todos los trucos para exprimirte los sentimientos de forma barata. Aquí hay una experiencia que compartes con los que te acompañan en la sala de cine. El buen cine celebra la vida y para ello hay que ver también que la realidad es jodida. La lucha libre es un terreno cinematográfico que se debería explorar más.
BULEVAR DE PELÍCULAS
Escribiendo guiones desde que alcancé edad de dos cifras. Ex estudiante de cine y ahora intentando el periodismo. Dirigí y escribí un cortometraje que hice con mis compañeros de vida (“Thugs”), tengo un podcast en Spotify (“Reservoir Cinema”) y mi pasión está reservada a las películas.