
A DIOS ROGANDO
Teólogo, terapeuta y Director General de Grupo Guadalsalus, Medical Saniger y Life Ayuda y Formación.
El seleccionador nacional Luis de la Fuente ha vuelto a poner el tema de a fe encima de la mesa no como una superstición, sino como un pilar y un valor de su propia existencia. Menos mal que hemos ganado la Eurocopa, si no nos llueven los memes a pares.
Pero, más allá de la existencia de Dios, debemos reconocer que la fe es algo humanamente útil. La fe como acto de confianza, ya sea en uno mismo, ya sea en las personas que lo merezcan, ya sea en el amor infinito de Dios reporta beneficios de inmenso valor.
Muchos científicos, antes de ofrecernos sus fórmulas y teorías, lo que tuvieron fue una intuición. De hecho, a este acto de confianza por el que se persigue una idea a priori sin fundamento se le llama también en lenguaje científico «acto de fe», y sobre ello se ha escrito abundantemente.
Del valor de la fe en uno mismo como autoestima, autoconfianza, autonomía personal o incluso emprendimiento ya ni te cuento. Es algo generosamente útil para las mil batallas de cada día.
La fe en los demás también ayuda a construir equipos, a establecer puentes y a fomentar el diálogo y el encuentro entre personas y culturas diferentes.
Y también la fe en Dios, llámenlo ustedes como quieran, es tremendamente útil. El bueno del Dr. Pérez Bernal siempre se apoya en las creencias más motivantes de las personas para que superen los momentos duros de los trasplantes de órganos. Si le tienes devoción a Pepito de los Palotes o a Nuestra Señora de la Ortiguilla, el doctor se busca un cuadro y te mete en la UCI si hace falta a la misma cuadrilla de costaleros. Lo mismo hace con el equipo de fútbol, el coro de carnavales y cualquier otra pasión que sea capaz de levantar el corazón del paciente. Y es que esto sí que está científicamente probado que ayuda. No digo Dios, digo la fe. Quizás por eso Jesús repetía tantas veces aquello de «tu fe te ha salvado».
La fe nos hace sacar fuerzas de donde no había para perdonar, amar al enemigo o, más cotidianamente, para levantarnos de madrugada y sin fuerzas y cambiar unos pañales en lugar de darle con el codo a la parienta. La fe es muy útil y muy bonita como propuesta de sentido personal y alternativa a nuestra sociedad.
Ayer murió Granada Romero, nuestra amiga tan tan querida. Murió a causa del virus del Nilo. Ha dejado desolados a sus hijos y sus nietos. También a nosotros, que hemos tenido que ver sus fotos en titulares del Telediario para suplicar soluciones a este despropósito. En casa mis niñas han rezado por ella todas las noches, pero ayer, ayer brindamos en familia. Hemos brindado porque tenemos fe y sabemos que su marido y ella se han vuelto a unir. Después de toda una vida juntos, después de ser el uno para el otro el único y más grande amor de sus vidas. Y como tenemos fe brindamos con esperanza, porque sabemos que Daniel le habrá vuelto a decir al verla venir de lejos aquello de «¡Rubia, te quiero!». La fe es útil. Si ustedes quieren, tan útil como lo es para el que no cree soñar o leer novelas. Por eso nosotros, confiando en medio del dolor, podemos levantar nuestras copas y decir «pero que bien lo habéis hecho».
Quizás por estos motivos he oído a mucha gente decir a lo largo de mi vida que les gustaría tener fe, pero que no pueden. Señalan el aporte de esperanza, de consuelo y de fuerza que esto supone. Y llevan razón. Los creyentes somos gente afortunada.
Termino. Es una historia real con algunos detalles nimios abreviados. A un peregrino a Tierra Santa le encargó su madre que le trajera una reliquia de la Cruz de Cristo. Eran los primeros años del s. XX. El hombre era una bala perdida y no visitó ni una basílica, sino que prefirió hacer su particular Vía Crucis con estaciones en todas las tabernas de Galilea a Jerusalén. Cuando venía de regreso a La Puebla del Río, se acordó de la petición de su anciana madre y, ni corto ni perezoso, le quitó una astilla a la baranda de la barca de Coria y se la entregó envuelta en un pañuelo a su emocionada madre. En cuanto enfermó gravemente, ella se puso su «reliquia» debajo de la almohada. Y se curó. «¿Hijo, lo ves? La reliquia me ha hecho el milagro’, le dijo ella. «No, mamá. La fe es lo que cura y salva, y no el palito de la barca», contestó su hijo rendido a la evidencia.
No sé si la fe hace milagros, pero desde luego un milagro es tener fe. Un milagro precioso.
Va por vosotros, Daniel y Granada. Os querremos siempre.
