Francisco, el Papa que quiere ser Jesús
Me acuerdo muy bien de aquella tarde en la que, frente al televisor, con un bigote de Danup, aprendí lo que era una fumata blanca, recuerdo que, aquel día, el espíritu de la calle me transmitía la sensación de unas semifinales del Mundial contra Alemania o un domingo de Final de Roland Garros con participación de Rafa Nadal. Era como si todo el mundo fuera del mismo equipo de fútbol y celebrara el fichaje de una superestrella. Guardo con precisión los primeros momentos de aquel espectáculo al que, sin saber muy bien de qué iba, me entregué. Tras toda aquella deliberación y tras ver salir de aquella chimenea el humo blanco, de ese cónclave salió un nombre: Jorge Bergoglio. Los días sucesivos en las noticias se hablaba del primer Pontífice latinoamericano que había decidido ponerse el nombre de Francisco en honor de un tal Asís al que, por lo visto, le preocupaban mucho los pobres.
Hubo dos cosas que me chocaron bastante, la primera era que cómo un tipo al que le habían dado el privilegio de cambiarse de nombre tenía el cuajo de ponerse Francisco y no Rafael Gordillo, o yo que sé, por lo menos Diego Armando o Lionel que para algo repetían tanto que era de Argentina. La segunda tenía que ver con unas imágenes que salían en las pantallas cuando se hablaba de él. No entendía que sorprendiese tanto que alguien cogiera el metro, pensé que era porque ya que se había hecho famoso y había alcanzado la presidencia de la Iglesia iría todo el día montado en ferraris y jets privados. La otra foto que circulaba, más que sorprenderme me produjo asco, qué necesidad tenía ese cura de besarle los pies a un tipo que tenía toda la pinta de ducharse solo los años bisiestos.
En aquel tiempo yo aún no entendía del todo bien lo que era y significaba el poder de los gestos. Ahora, miro con perspectiva y con la mirada algo educada aquellos días, y me fascina lo claro que lo dejó todo Francisco. El argentino le expresó al mundo que era un hombre cercano, alguien que sale al balcón con su cara amable y sus ademanes tímidos después de ser nombrado jefe de la organización más poderosa del mundo y suelta un “Buenas tardes” de la misma manera que lo podría soltar una abuela en bata desde su balcón. Con este tipo de gestos, avisó de que con su nombramiento empezaban a cambiar las cosas, de que comenzaba “un camino entre Obispo y pueblo”, de que aquello era el inicio de su revolución amable.
El legado que está construyendo Francisco es un legado valiente y humilde. Valiente por lo que supone enfrentarse al conservadurismo reaccionario que aún impera en la mayor parte de la Iglesia, humilde porque tiene claro que, salvo sorpresa, él solo está labrando el camino y sentando las bases para que alguien en el futuro recoja sus frutos. A él le ha tocado el trabajo sucio, ser el primero en dar los pasos hacia el futuro. Él ha sido el primero en reformar el Código Penal, ampliando la definición de delitos contra menores: “Como Jesús, utilizaré el bastón contra los pederastas”, él ha levantado el secreto pontificio que operaba desde 1972, él ha formado la Comisión para reformar la estructura económica y administrativa de la Iglesia, él ha sido el primer Papa que ha intervenido en la sección conjunta del Congreso de EEUU, él ha mantenido encuentros con el patriarca Bartolomé, con Shutten Minegishi, con el imán Ahmad al Tayyeb y con Sistani, marcando el hito de ser también el primero que visita Irak.
Francisco no engaña a nadie, deja claro que su rumbo es el de una Iglesia moderna que hable el idioma de nuestro tiempo, que pida perdón por las cosas en las que erró en el pasado, que aprenda y se nutra del presente y que mire y prepare el futuro. Francisco se ha propuesto abrir las puertas de su templo a los nuevos tiempos, ahí está su encíclica “Laudato Si” en la que habla de medioambiente, de desarrollo sostenible y de labor social. “Tenemos que cuidar la casa común”. Ahí está la ley que ha promovido para que las mujeres puedan ser lectoras y acólitas en el altar, ahí está su compromiso para acelerar el estudio para que sean diacono. Sabe muy bien que ha llegado la hora de romper con el machismo espiritual que impera en la institución, al igual que sabe que la homofobia no tiene cabida en el mensaje de Jesucristo. Ahí, pese a que ha mantenido la postura de que el matrimonio es entre hombre y mujer, ha defendido “el derecho de las parejas homosexuales a estar en la Iglesia como hijos de Dios” y ha apoyado la unión civil. Ya se rumorea que puede estar preparando una nueva encíclica bajo el título “Gaudium vitae” que aborde los aspectos controvertidos de la ética teológica de la vida, en la que hablaría, entre otras cosas, de permitir el uso de anticonceptivos.
Esta semana ha sido noticia por su viaje a Canadá, en el que ha pedido perdón “por el mal cometido por tantos cristianos contra los pueblos indígenas”. Hoy, Francisco no es ese jesuita simpático de marzo de 2013. Lo dejó de ser el día que se propuso despojar a la Iglesia de su postura hierática, soberbia y maniquea, empezó a ser incómodo cuando se dieron cuenta de que venía a modernizar un proyecto estancado, a bajarlo de los cielos y a echarlo a andar al lado de los fieles. Entonces, para muchos, nació el miedo hacia un Pontífice que estaba dispuesto a levantar las alfombras del Vaticano, a hacer una profunda autocrítica y a orientar a la Iglesia hacia el futuro. Ahí, justo ahí, fue cuando comprendieron que nombraron, bueno, que el Espíritu Santo nombró, a un señor que de verdad cree en Dios, a un loco que ansía con todas sus fuerzas ser como aquel Jesús de Nazaret: un profeta que reprende a los fariseos y que le saca la lengua al Imperio, una figura del pueblo a la que no le importa rodearse de las putas y los pescaderos, de los apestados de nuestra época, de los perseguidos, de los que menos tienen. Por eso, porque no está dispuesto a lavarse las manos como Pilatos ante los temas importantes, hoy es, para muchos, el “Papa rojo” y el “Papa ateo”, cuando creo que su único problema es que ha sido el único Papa que se ha creído la película al completo.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.