Parar
En el vertiginoso y frenético baile de la vida, muchas veces nos encontramos sobrepasados, sumidos en la vorágine de la rutina, las obligaciones y las responsabilidades. Es entonces que, sin quererlo ni saberlo, empezamos a actuar como auténticos autómatas, convirtiéndonos en marionetas controladas por las cuerdas invisibles de nuestras propias demandas y expectativas del entorno. En todo este torbellino, es fácil, por no decir, que es una auténtica certeza, perderse y olvidarse de uno mismo. Nos convertimos en la sombra de lo una vez fuimos y la autenticidad se disuelve en la cotidianidad. Empezamos a sentirnos cansados, nos cuesta concentrarnos, como si nuestras mentes estuvieran nubladas por la neblina persistente del agotamiento.
En todo ese torbellino de vida que experimentamos, la decisión de parar, de tomarnos un respiro, adquiere una importancia crucial. En ese espacio de calma y reflexión donde comenzamos a recuperar la claridad mental y la vitalidad perdida. Es como si limpiáramos el polvo acumulado en un espejo, permitiéndonos vernos a nosotros mismos con una visión renovada y fresca. Parar no significa tomarse unos minutos para distraerte o relajarte superficialmente. Parar implica asumir la realidad de que necesitamos un descanso, una pausa genuina para reevaluar nuestras prioridades, ordenar nuestras ideas, reconectar con nuestras emociones y volver a vivir. Parar no es de cobardes, sino que parar en un acto de valentía, una aceptación de nuestra vulnerabilidad humana.
La sociedad contemporánea nos ha impuesto un ritmo desenfrenado, una carrera perpetua hacia la productividad y eficiencia. La cultura de la prisa nos aleja de nosotros mismos, relegándonos a meros espectadores de nuestras propias vidas. Nos sumergimos en un frenesí constante, persiguiendo metas y objetivos que, muchas veces, no somos conscientes de cuáles son. La pausa se convierte en un catalizador esencial para recuperar la eficiencia y la innovación. Al liberarnos momentáneamente de la presión, las demandas sociales, las obligaciones y las tareas, permitimos que nuestra mente se libere y se revitalice.
Al detenernos y reflexionar, no solo recargamos nuestras energías, sino que también volvemos a sentir que recuperamos las riendas de nuestra vida. La pausa nos otorga el poder de elegir conscientemente nuestro camino, en lugar de ser arrastrados por la corriente del ajetreo diario. La pausa, no solo es un acto de autocuidado, sino que también puede considerarse una estrategia para potenciar el rendimiento y contribuir al éxito a largo plazo.
En esta sociedad, obsesionada con la productividad y el constante movimiento, la idea de detenerse llega a parecer un acto de rebeldía, antinatural e incluso peligroso. Sin embargo, por mi propia experiencia, es en esos momentos de pausa en los que vuelves poco a poco a ser tú. Así, la valentía de parar se convierte en una herramienta esencial para la autenticidad, la productividad y el sentido del control en nuestras vidas. En este equilibrio entre la acción y la pausa es donde encontramos la clave de vivir.
DE LA CALLE AL PAPEL
Monica Montero, premio Excelencia Literaria, es estudiante de quinto curso de Relaciones Internacionales y Comunicación Global en la universidad Pontificia de Comillas en Madrid.
Le gusta la Fotografía Urbana y escribe desde los 16 años artículos de opinión sobre los valores de su generación. Especializada en Economía Mundial analiza la importancia de la responsabilidad social, la inclusión y la diversidad, siendo partícipe de forma activa en mesas redondas, programas de voluntariado y actividades de fomento del deporte. Apuesta por el liderazgo de la mujer en áreas de interés económico y en sectores de la comunicación. Participa actualmente en Youthquake Talks, Rebellious Words y Comillas Solidaria donde integra sus valores y su finalidad de hacer del mundo un entorno donde habite la coherencia y la Responsabilidad social.