Ismael Medina, el acento en el rigor
Estos últimos días en Twitter se ha iniciado un movimiento recopilatorio de las frases más emblemáticas de Ismael Medina. He visto muchos memes circulando, algunos muy buenos, con sus expresiones. Del famoso “cabreo morrocotudo” al ya célebre “Stiven Ensonsi.” Muchos usuarios reconocían que, al leer las oraciones, la voz de Ismael se les aparecía en la cabeza. Es normal, es inconfundible e incomparable, posee un estilo único forjado a través de años de amor y pasión por el fútbol y por su profesión.
Sin embargo, como suele pasar cada vez que algo entra en el terreno de la viralidad, también han querido hacer acto de presencia el séquito de ignorantes y mediocres de guardia, humoristas con menos arte que una guiri vestida con un traje de flamenca de tienda de souvenir. Esta tropa ha intentado hacerle de menos por el acento, tirar de ese incomprensible clasismo que destilan algunos de los que han nacido en lugares más sosos e insustanciales y que, por ello, se ven en la necesidad de tratar de demostrar su pobreza cultural. Luego también están los que se han subido al carro del debate queriéndole colocar la bufanda del Sevilla o del Betis, pero esos, esos no merecen otra cosa que el silencio prescriptivo que ha de despachársele a los fanáticos.
Ismael Medina es, para mi gusto, el mejor periodista deportivo que ha parido Sevilla y España. Una enciclopedia del fútbol, un comunicador sobresaliente, un periodista convencido de lo que significa ser periodista, que huye de modas y de amarillismos, de danzas del agua y genuflexiones, que nunca ha opinado algo que no crea, que manda, y sé de lo que hablo, sobre su hambre. Lo avala una trayectoria intachable, en la que ha trabajado con los mejores, cubriendo Juegos Olímpicos, empapándose de todas y cada una de las disciplinas que le ha tocado narrar.
Pero el fútbol, ay, es su enfermedad y su antídoto, fue su bote salvavidas, el elemento disruptor en un guion que rescribió a base de trabajo y ganas, su billete hacia una vida con la que siempre soñó. Nació en uno de esos lugares en los que las oportunidades y el futuro suenan a delirios exóticos, pero tuvo las agallas y los santos cojones de luchar por lo que quiso, de no rendirse, de encontrar el hueco entre la defensa impenetrable del azar, de perseguir el esférico de la vida. Al fútbol le ha dedicado su vida, sobre él ha llenado libretas enteras abarrotadas de análisis y opiniones que jamás han visto la luz. Y, aunque haya otros calvos más conocidos y mejor promocionados, les digo sin temor a equivocarme que se pueden contar con los dedos de una mano los españoles que sepan tanto como él sobre el deporte rey.
El Chuchi Macón sabe de dónde viene, porque siempre ha tenido claro a dónde quería llegar. Es un hombre sin complejos, que sabe quién es porque nunca ha dejado que le expliquen quién debe ser. Él habla como aprendió a hablar, llenando su erudición con el acento de su tierra. Representa a esa Andalucía talentosa que nunca ha agachado la cabeza, que se niega a modular su raíz, que se ha abierto hueco a base de labrar con sus manos un camino. Cuando dice esas frases que hoy copan Twitter lo hace con los cinco sentidos. Celebro que se hable de él, aunque sé que no le gusta. Y no es falsa modestia, es convicción: “Un periodista nunca debe ser el protagonista, niño.” Les he avisado de que es de ese tipo de profesionales que, desgraciadamente, están en peligro de extinción. Lo más seguro es que se enfade conmigo por este artículo, pero se lo debía, porque le admiro y le quiero.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.