Evocación de Frasquito Torres

(21 de agosto de 1992)

A Curra Andrades.

Desde el balcón de la nostalgia te contempla

Frasquito junto con sus tíos Joselero y Carmen Torres.

 

Hoy quiero rememorar

aquellas noches de cantes

en tertulias jaraneras

entre torres de sillares

donde los bronces soñaban

toques de queda ancestrales.

 

En los conventos cercanos

resultaban familiares

los ecos del palmoteo

de un incesante aquelarre.

 

De pronto una seguiriya

se elevaba por los aires

dibujando el garabato

de las palomas torcaces.

 

Parece que le estoy viendo:

Frasquito, de buen talante,

 con una copa en la mano

regaba el laurel del cante

y emborrachaba la noche

con su queja y su donaire.

 

Os juro que quien le oía

sentía bajar un ángel

como pájaro de fuego

que se enreda por la sangre.

Ángel caído en un mundo

donde no lo mira nadie.

Incienso de un raro estilo.

Estampa de barandales.

Arenga de hombre valiente.

 

Ahora, amigos, ya no valen

ni el desdén ni el atropello,

ni el dinero ni la imagen.

Porque la felicidad,

casi siempre inalcanzable,

no se sabe cuándo llega

o si cuando llega ya es tarde.

 

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Para Frasquito no hay muerte,

porque quedan en el aire

los tercios de muchas juergas,

unas chicas y otras grandes,

unas amargas y frías

de compromiso y de hambre;

otras de satisfacciones,

 de gloria y de vanidades.

 

Como un filósofo rancio

metía por soleares

sentencias que el alma alivia,

calor que irrita la sangre…

 

Y otras veces era potro

lleno de trivialidades.

 

Frasquito cogió el camino

de Joselero, de Carmen,

de Enrique y de Marcelino.

Cuatro gitanos cabales.

De Cuadernos de Arcadio (Osuna, 2006)

Eloy Reina

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