Calma
Estamos a punto de llegar a donde nunca creíamos que llegaríamos. Tenemos una grieta en el barco de la sociedad y, o entre todos achicamos agua, o nos hundimos. Hay cosas que al pensar que nunca llegarán, las dejamos crecer. Los deberes siempre para el domingo por la noche, las llamadas para cuando ya no queda batería, las palabras para cuando la gente ya se ha ido. Cosas que se enquistan, fantasmas internos a los que les quitamos inconscientemente el componente de terror, bolas de nieve que por dentro llevan alambre de espino. Hemos perdido el miedo, y una sociedad sin miedo está abocada al enfrentamiento. Y digo esto porque no estamos experimentando una inconsciencia feliz, nuestra imprudencia está alimentada por el odio y la división, por pensar que el de enfrente es ese enemigo caricaturizado que los de nuestra parroquia nos están proyectando.
Nos falta el miedo, y nos faltan las ideas. No las que calientan desde las sedes de los partidos políticos en los microondas ideológicos, no las que se despachan en los mostradores de los fast food en los que se han convertido las redes sociales, sino las ideas artesanas de nuestra vida, las que tejieron la educación y la experiencia, las que nos han hecho que convivamos en paz durante tantos años. Nos falta quitar los ojos de la pantalla del móvil y mirar a nuestro alrededor. Nos falta mirar hacia atrás, preguntarles a nuestros mayores a qué cojones lleva la división, cuál es el destino del odio entre hermanos. Pensemos en las tripas vacías, en la devastación, en la derrota que supondría derruir el imperio privilegiado que nos legaron quienes se mataron, quienes se abrazaron, quienes nos dieron la vida.
Nos falta ser más críticos con “los nuestros” y más empáticos con “los otros”, que también son los nuestros. Nos faltan argumentos, nos sobran motivos para frenar esta deriva tóxica y peligrosa. Llevamos años jugando a enmarcar a gente entre “fachas” y “rojos”, haciendo una línea en el suelo con el palo de la polarización para dividir a ciudadanos, quitándole el sentido a las palabras para encerrarnos en barracones ideológicos. Nos hemos creído las patrañas de un grupo de irresponsables que han ido erosionando a la ciudadanía con encuestas en la mano. Y nos han mentido, todos. El presidente de las opiniones cambiantes, el que no iba a pactar con Vox, el que venía a acabar con los chiringuitos y defendía a la Policía, el que viviría en Vallecas toda su vida. Nos han mentido, todo era una gran mentira.
Tenemos que darnos cuenta de que esto ya no va de la dicotomía simplista que llevamos abonando tanto tiempo, que a lo que nos estamos asomando no tiene nada que ver con tuitear improperios desde una cuenta falsa por redes sociales. Tenemos que abrir los ojos y explotar ya la puta burbuja. El Estado de Derecho y la unidad de nuestro país no valen los siete votos de un fugado de la Justicia. Gobernar sobre las llamas es jugar con fuego. Y por pensar eso, por muy de izquierdas que seas, no te conviertes en alguien de derechas. La amnistía es el olvido y olvidar nos condena a que la historia se repita. Hoy tenemos un país dividido por la mitad, azuzado por los extremos. Es el momento de la determinación serena, de dejar la brocha gorda y coger el pincel de la cordura. De que todos compremos Superglu y vayamos a que nos gradúen la vista. Sánchez, Feijóo, Díaz, Abascal, Puigdemont y todos los culpables de este clima pasarán, nosotros quedaremos.
Cada uno desde nuestra parcela debemos bajar los decibelios y poner calma. La aritmética ha sido endiablada y los resultados electorales muy caprichosos. Pero sobrepasar ciertos límites por mantener el poder es correr el riesgo de volar todo lo que conocemos. Ahí tienen todos los comunicados de las asociaciones de la judicatura, de los colegios, de profesionales que garantizan el correcto funcionamiento de nuestra democracia. Hay que darse cuenta de que estamos en otra pantalla, que esto va de supervivencia, de futuro. Esto va de que cedamos, de que cambiemos todos, no para que nada cambie, sino para que todo mejore. Tenemos un matchball que salvar, pero somos el país de Rafa Nadal. Confío en los que lean esto, confío en los que no lo hagan. Hagámosle un pespunte a este roto, que la historia siga, que no nos recuerde como los imbéciles que mandaron todo al carajo por políticos que no daban la talla. Somos mejores que ellos, quitémonos las bufandas de los partidos políticos, militemos, por una vez, en el sentido común.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.