Cada palabra sabe algo
Cae de la estantería el libro “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago. Queda abierto al azar y leemos: “Las palabras son así, disimulan mucho, se van juntando unas con otras, parece como si no supieran adónde quieren ir, y, de pronto, por culpa de dos o tres, o cuatro que salen de repente, simples en sí mismas, un pronombre personal, un adverbio, un verbo, un adjetivo, y ya tenemos ahí la conmoción ascendiendo irresistiblemente a la superficie de la piel y de los ojos, rompiendo la compostura de los sentimientos…”.
Querido lector, querida lectora, le propongo un juego, ¿y si escribimos para escribiendo descubrirnos de una manera nueva, en la intimidad de “puertas para adentro”?
La escritura ha sido utilizada como un medio para la expresión emocional a lo largo de los siglos, y para muchas personas parece seguir siendo uno de los vehículos más eficaces de articular sentimientos no expresados o inexplorados. Por ello, apareció el concepto de escritura terapéutica, introducido por primera vez por el psicólogo estadounidense Ira Progoff a mediados de los sesenta. Psicoterapeuta practicante, seguidor y discípulo de Carl Jung, Progoff desarrolló lo que llamó el “método del diario intensivo”, una herramienta de autoexploración y expresión personal basado en el mantenimiento regular y metódico de un diario estructurado. Además de servir para el desarrollo personal y el bienestar emocional, la escritura terapéutica se ha mostrado también poderosa en la recuperación de personas que sufren ciertos problemas de salud mental, como la depresión o trastorno de estrés postraumático.
El objetivo de un diario no es demostrar las habilidades literarias de un individuo. Se trata más bien de expresar, de forma silenciosa pero significativa, todo aquello que no sabemos o no podemos expresar en voz alta… Aunque todo sea dicho, hay personas que, escribiendo, reescribiéndose para sí mismas, parece que estén poniendo palabras a lo que otro ser humano puede estar sintiendo a kilómetros de distancia o a siglos en el tiempo.
Este es el motivo por el que me encanta leer los discursos de agradecimiento. Especialmente, el de los hombres y las mujeres que han recibido el Premio Nobel de Literatura. En el agradecimiento por lo que se supone uno de los galardones más importantes de la carrera artística de quien escribe, un acontecimiento magnánimo, puedes ver al niño o a la niña, al adulto o a la adulta, que un día comenzó escribiendo por diversión, por aburrimiento, porque era una forma de relatar su día. Algunos de estos alegatos son como una mirilla a la intimidad del individuo que comenzó narrando sin pretensiones, y la palabra creció con él, con ella, para acabar convirtiéndose en una forma de mirar el mundo que sabe algo de quienes somos.
José Saramago recibió el Premio Nobel de Literatura en 1998. Tuve la suerte de conocer su discurso por primera vez cuando estaba muy lejos de casa, en una cabaña colombiana cerca del paraje donde trece años antes habían rodado la película La Misión. De camino a donde García Márquez encontraría su Macondo. Acompañada, la lectura en voz alta de las palabras de Saramago me conmovió profundamente.
Sin embargo, en esta ocasión, permítanme querido lector, querida lectora, que leamos juntos en esta habitación propia que nos pertenece a usted y a mí, el inicio del discurso de agradecimiento de Herta Müller titulado “Cada palabra sabe algo sobre el círculo vicioso”.
Inicia así:
“¿Tienes un pañuelo? Me preguntaba mi madre cada mañana en la puerta de casa, antes de que yo saliera a la calle. Yo no tenía el pañuelo, y como no lo tenía, regresaba a la habitación y sacaba un pañuelo. No tenía el pañuelo cada mañana, porque cada mañana guardaba la pregunta. El pañuelo era la prueba de que mi madre me protegía por la mañana. A otras horas del día, más tarde o en otras circunstancias, quedaba a merced de mí misma. La pregunta ¿Tienes un pañuelo? era una ternura indirecta. Una directa hubiera sido penosa, algo que no existía entre los campesinos. El amor se disfrazaba de pregunta. Sólo así podía decirse a secas, en tono de orden, como las maniobras del trabajo. El hecho de que la voz fuera áspera realzaba incluso la ternura. Cada mañana estaba yo una vez sin pañuelo en la puerta, y una segunda vez con pañuelo. Sólo después salía a la calle, como si con el pañuelo también estuviera mi madre”.
Recibiendo el Premio Nobel de Literatura 2009, el comienzo de la brillante exposición de la novelista, poetisa y ensayista alemana, nacida en Rumanía en 1953, y que ha centrado su obra fundamentalmente en las condiciones de vida en Rumania durante las más de dos décadas de la dictadura de Nicolae Ceausescu, bien podría ser el comienzo del diario de muchas de las personas de nuestro país. Me atrevo a decir que podría ser la entrada del diario de demasiadas, casi todas, las personas que sufrieron la herida de una guerra y más de cuatro décadas de dictadura franquista en España.
Escriba querido lector, querida lectora. Encuentre el vicio oculto de sus palabras. Ellas saben algo que es importante para usted, y lo será para las generaciones presentes y venideras. Escriba. No importa si es en el papel de su diario o en la pila de servilletas de bar que luego guarda en una caja. Narrar no solo cura la herida o revela la belleza de nuestro silencio, la narración también es nuestra memoria. Una memoria que sabe algo y que, aunque enterrada, u obligada a permanecer así, se cuela entre los detalles aparentemente nimios de quienes la experimentaron. Confío en que la palabra de mi abuelo, como la de muchos de los vuestros, no quedaron bajo la arena. Como Müller, él estuvo relatando casi hasta el final de sus días, cómo su padre, sentado en el sauce llorón de la plaza del Museo de Sevilla, lo esperaba a sus tres hermanos y a él a que aparecieran de la guerra. Los chicos del Museo que pasaron del biberón, a la pelota y a las batallas de una Andalucía dividida. De todos esos chavales, sólo volvió él, memoria suficiente para desenterrar a los que quedaron bajo tierra. Escriba. Cada palabra sabe algo y no todas pueden quedar silenciadas por la oscuridad del barro.
UNA HABITACIÓN PROPIA
Directora de cine, guionista y escritora. Formada en Dirección de Cine en la prestigiosa escuela europea: ESCAC, y en periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha realizado largometrajes documentales como: Línea de Meta y Todos los Caminos, este último protagonizado por Dani Rovira y Clara Lago.
Premiada a nivel nacional e internacional en reconocidos festivales.
Miembro de la Academia de Cine de España, también de la Academia de Cine Andaluza y de la institución nacional de productores EGEDA.