Vanidad
Hay personas que llevan en esto de escribir desde que se hacía a mano o, como mucho, a máquina, que era el colmo del refinamiento. Ahora les leen muchas personas, en ocasiones miles, cuando antes de la llegada de los ordenadores y la extensión de internet sus lectores se contaban con los dedos, quizá siete u ocho, incluidas, por supuesto, sus madres y sus tías. Los lectores eran sobre todo mujeres, porque la mayoría de los hombres tenían poco tiempo que dedicar a una actividad tan poco lucrativa y tan absorbente. Hoy día la cosa ha cambiado: tanto los hombres como las mujeres desdeñan la lectura y la escritura, siempre que no se trate de leer algo que todo el mundo lee o escribir algo que pueda proporcionar fama o notoriedad.
El Diccionario de la lengua española define ambición como el «deseo ardiente de conseguir algo, especialmente poder, riquezas, dignidades o fama». Desde luego, eso de la ambición parece algo que te va a impedir vivir con tranquilidad. Siempre vas a estar en tensión, comparándote con los demás, calculando. Antes de la llegada de internet y las redes sociales, el autor de un texto que estaba atento a su repercusión esperaba, como ahora, los comentarios de los lectores. Entonces llegaban en la calle y de sus conocidos en forma de elogio transmitido de viva voz. Si se trataba de un autor con padrinos podía incluso ver la reseña de su libro en un periódico. Y eso, cuando pasaba, tenía sobre el protagonista el mismo efecto que el aire a presión en un globo: le hinchaba, en este caso de vanidad, y salía a la calle que necesitaba toda la acera. El muchacho —normalmente era alguien muy joven— se creía los interesados elogios que la gente le dirigía y se dejaba debilitar por ellos, pues nada hay más efectivo que una alabanza para quitarte la fuerza. De hecho, los que te critican directamente, y con discreción, van a ser lo que te quieran, los que saben que puedes mejorar y desean que prosperes.
La mezcla de ambición y vanidad lleva hoy a muchos a buscar el aumento del número de seguidores en las redes sociales y la viralidad. Algunos darían un dedo por ella. Lo hacen los que escriben y, sobre todo, los que cuelgan vídeos, pues saben que la capacidad de concentración de las personas ha bajado de manera notable y leer, lo que es leer, de verdad, concentrado, se lee poco. Cualquier mensaje que venga presentado en un formato cuya asimilación exija un tiempo mayor de tres minutos en los adultos y de cuarenta y cinco segundos en los adolescentes está condenado a la irrelevancia: nadie va a leerlo o a visualizarlo completo. Por eso es mejor hacer vídeos cortos. Personas como usted, capaces de mantener la atención y conseguir llegar en un texto hasta aquí, son afortunadas y excepcionales, cada vez lo van a ser más. Hay, sin embargo, una forma de que te lean: escribir sobre eso que interesa o escandaliza a la masa, la multitud sin criterio propio. Esta semana —puede decirse uno— voy a escribir sobre el cáncer que ha contraído un famoso, sobre todo si es joven y pertenece a la realeza. O, mejor, sobre el dinero que ha robado no sé qué político, o su asesor, puesto allí por él, que para el caso es lo mismo. «¡Porque vosotros —y lo dice en voz alta— sois más corruptos!», como si la corrupción no pareciera algo intrínseco a la naturaleza humana y no se diera en cualquier sitio. Escribir de cosas así parece asegurar la audiencia.
Llegamos así a ese terreno en el que se intenta distinguir entre el producto realizado para entretener o adoctrinar —la gran mayoría de las veces las dos cosas van unidas— y la obra artística. El primero nace de la voluntad de gustar, de dar al público lo que se supone que está esperando, y la segunda de la necesidad de crear. Es aquí, en las producciones de personas que necesitan expresarse porque si no lo hacen les falta el aire, donde se van a encontrar las obras realmente valiosas del espíritu y el cerebro humanos. Debemos desconfiar de lo que viene avalado por la moda y el aplauso de la multitud. Las personas que en este momento están realizando obras artísticas personales y profundas, que pueden dejar huella en la evolución del conocimiento humano, muy probablemente son anónimas e incomprendidas y, desde luego, no necesitan estar pendientes de los likes, los retweets o la viralidad, tres plagas de nuestro tiempo, enemigas de la creación artística y el trabajo intelectual. La tecnología, tal como hoy está planteada a nivel de usuario de teléfono móvil, es sinónimo de distracción, de dispersión mental. A ver qué nos depara el futuro.
CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.