El archivero
Lagunas está situado en un espolón de la Sierra Sur sevillana. Se trata de una localidad con carácter, inconfundible. Su historia es muy antigua y, a pesar de encontrarse a más de cien kilómetros de la costa, desde antes de la llegada de los romanos mantiene relaciones comerciales con pueblos de todo el mundo conocido.
Hace unas décadas, con la entrada de los ayuntamientos democráticos, empezó a hablarse de la conveniencia de conservar los archivos históricos municipales. La iniciativa formaba parte de un movimiento general, vivido en muchas otras localidades. Se trataba de inventariar, clasificar y ordenar los documentos que se habían conservado y ponerlos a disposición de los investigadores. Estas labores se realizaron con la supervisión de personas entendidas, generalmente profesores universitarios, especialistas. Ellos decidían qué había que hacer y cómo hacerlo. En el caso de Lagunas la documentación era tanta y tan variada que resultó necesaria la ayuda de varias personas. Era gente muy joven, entusiasta y apasionada por la historia. Encontraron los documentos apilados en un pequeño y oscuro almacén, algo un poco mejor que el cuarto de las escobas. Para los profanos aquello solo era un montón de papeles viejos útiles para envolver castañas o encender candelas, pero para ellos constituía un auténtico tesoro, la llave que abría la puerta del pasado. Los trabajos de aquel equipo fueron precedidos por las obras de reforma de un antiguo convento jesuita, dedicado a distintas funciones desde la expulsión de la orden en tiempos de Carlos III. Allí se abrió lo que se denominó la Casa de la Cultura. Un asesor oficioso de los técnicos de cultura del ayuntamiento, un artista e intelectual de altura radicado en Lagunas, planeó una espaciosa biblioteca, y esta se proveyó de unos anaqueles generosos, tanto como para albergar miles de libros y los varios cientos de legajos del archivo. En aquellos estantes fueron dispuestos y bien ordenados. Para hacerse cargo del mantenimiento y el manejo del archivo y la biblioteca hacía falta alguien cualificado y entró en el puesto una persona que lo era y, además, amaba la historia, se sentía a sus anchas en esos templos del tiempo y las generaciones humanas que son los archivos. Los investigadores empezaron a llegar. Venían de todas partes. Hubo un equipo proveniente de la universidad de Basilea que dedicó largas temporadas al estudio de la Lagunas del siglo XVIII. Catedráticos de universidad empleaban sus vacaciones de verano en desplazarse a la localidad y sumergirse en el archivo. Llegaron hasta de Japón. Y él, el archivero, siempre estaba allí para recibirlos con un calor y una amabilidad exquisitos y orientarlos en el universo del que era guardián. Los ratos que le dejaban libres los dedicaba a la investigación y aprendió a leer la endiablada letra procesal encadenada del siglo XVII, cuando el escribiente público supo hacerse necesario tanto para escribir documentos como para descifrarlos. El archivero de Lagunas escribió artículos y libros que sirvieron para llevar el nombre y la historia de la población por todo el mundo. Colaboró en publicaciones de lejanas universidades extranjeras, donde siempre había un lugar para sus trabajos. Los años pasaron y él siempre estuvo ahí, cada vez un poco mayor, su pelo ya plateado, pero conservando íntegra la ilusión del primer día. Empezó a ver cerca su jubilación y comenzó a buscar alguien que fuera su relevo, a quien enseñar todo lo que sabía, y pudo contar al menos con la ayudante que siempre había tenido, entusiasta también de la cultura. En unos tiempos que parecían aún más materialistas y superficiales que los anteriores, encontrar a una persona joven tan amante de la historia como para dejarse las pestañas en los archivos no fue posible. Pero la ayudante sentía también veneración por los documentos antiguos, iba a conservarlos como merecen, y eso, por el momento, fue suficiente. El día que el archivero se jubiló, al cerrar la puerta de la biblioteca por última vez, dedicó una mirada de padre y benefactor a todos aquellos documentos y se fue con la cabeza muy alta, habiendo dejado para la posteridad el valioso archivo convenientemente protegido. Gracias a él, la población sevillana aparece en los mapas de todos los investigadores y los lagunenses pueden imaginar cómo era la vida en la localidad en tiempos de Maricastaña. Casi nada.
CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.