El placer de la ficción
A finales del pasado mes de enero aparecieron en la prensa artículos sobre la muerte del escritor Goran Petrović, de nacionalidad serbia. No lo conocía y me llamó la atención por las alusiones que se hacían en los textos a su gran imaginación y a su inclinación por el realismo mágico, esa corriente que alcanzó tanta celebridad y de la que García Márquez es solo uno de sus representantes americanos. Leí los títulos de las obras del autor serbio traducidas al español y me gustó Bajo el techo que se desmorona. Con el impulso que llevaba recorrí las librerías de viejo de la ciudad, pero no tuve éxito. Entonces me fui a una librería de nuevo y le pregunté si me lo podían conseguir. «Sí», me dijeron, «pero la editorial es mejicana y puede tardar un tiempo en llegar». Dejé el libro encargado y me fui de la tienda pensando en cómo el comercio electrónico nos está acostumbrando a tener las cosas ya, hoy mejor que mañana, como si de la consecución de lo comprado dependieran nuestra felicidad y nuestra vida. Otra tara propiciada por la civilización digital.
Un par de semanas después salí del comercio con el libro en la mano y, de camino a mi casa, me senté en un banco. Comencé a leerlo y encontré una historia, un tanto enrevesada por el tema y los nombres de los protagonistas, sobre la celebración en Belgrado en 1926 de la subasta de una partida de botas militares usadas del pie derecho. Un desconocido, provinciano, de Kraljevo, se atrevía a pujar por el lote y se lo llevaba por el precio de salida. Los belgradenses habituales en estas subastas se reían de él por la manera que había tenido de tirar el dinero, pues a ver cómo vendía ahora esas botas de un solo pie. Meses después volvía a aparecer en una subasta un lote parecido, pero esta vez con las botas del pie izquierdo. Para desesperación, y envidia, de los belgradenses habituales en ese tipo de subastas, el mismo desconocido de Kraljevo pujaba por el lote y, lógicamente, no encontraba competidor y se lo llevaba por el precio de salida. No era tan tonto, el pueblerino.
La novela prometía, pero al llegar a casa me encontré con las obligadas lecturas a los que me veo forzado por algunos trabajos y tuve que dejarla aparcada. Seguía comprando libros y Bajo el techo que se desmorona cada vez estaba más enterrado en la pila de pendientes de lectura. Y así ha estado hasta hace unos días cuando, por fin, acabé el artículo sobre la vida de Sofía Troubetzkoy en el que trabajaba y he tenido más tiempo para el placer de la ficción.
Laza Jovanović, el pillín que compraba las botas desparejadas, ha resultado ser el constructor y dueño del primer cine de la ciudad de Kraljevo, localidad natal de Petrović, una población pequeña, de provincias, arbolada, rodeada de colinas y surcada por el río Ibar, de la cuenca del Danubio. El autor nos cuenta la historia de este cine y de sus principales factores, el acomodador (Simonović), el operador (Švabić) y otro de sus dueños (Rudolf Prohaska), así como de los asistentes a la sesión de mayo de 1980 en la que se conoció la noticia de la muerte del mariscal Tito, dictador presuntamente comunista pero tan fuerte que consiguió ser independiente de la tutela de Moscú y gobernar durante cuarenta años aquel país cajón de sastre llamado Yugoslavia. Movido por una capacidad excepcional para imaginar vidas ajenas, Petrović va contándonos las de los asistentes a la proyección de ese día en concreto, iluminándolas con una mirada tan humana y tan tierna que nos hace enamorarnos de ellos y seguirlos en su peripecia vital. Es posible que la novela esté influenciada por la archiconocida Cinema Paradiso —los dos relatos tienen mucho en común—, pero el texto de Petrović posee una ironía de la que carece el film de Tornatore y, además, constituye un fresco de la serbia del siglo XX impagable para los lectores de Europa occidental. Sin embargo, lo que más ha venido a llamar mi atención de esta lectura ha sido el título de la película, en realidad un documental, que se proyectaba en este cine de Kraljevo el día de la muerte de Tito. Su nombre no aparece en el texto, pero ha sido fácil adivinarlo por las descripciones de algunas de sus secuencias contenidas en la novela. Se trata de la italiana Ultime Grida Dalla Savana (1975), distribuida en España con el título de Hombres salvajes, bestias salvajes. No sé qué año se estrenó en nuestro país, pero sí que yo era apenas un adolescente y quedé impresionado vivamente por su extraordinaria crudeza. Creo que algunos lectores la recordarán. En mi caso asistí a su proyección en el Teatro Álvarez Quintero de Osuna, que a mediados de los años setenta vivía la lenta agonía de los cines de grandes aforos situados en los centros urbanos. Es el mismo caso del cine que protagoniza la novela de Petrović, en los años treinta una lujosa sala, de techo bellamente decorado de constelaciones estelares, que todavía en los ochenta dejaba caer sobre el público de las proyecciones una fina lluvia de estrellas en forma de pintura y escayola deterioradas, como si fueran las cenizas de aquellas estrellas del cine mudo ya desaparecidas.
CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.