Menos mal
Menos mal que están las luces navideñas colocadas, que el olor de la castaña asada llama a un tiempo olvidado, que las cenas de empresa están para no acordarse de las empresas, que la sonrisa de las tardes no las dibujan los labios de la actualidad. Menos mal que están los ojos en lo importante, en una calle abarrotada, en un escaparate con una vaca gigante, en nuestra gente alrededor. Menos mal, porque no está el mundo para pararse a escudriñarlo. Menos mal, porque no está el país para querer comprenderlo.
Están un padre y un hijo arrancándose los ojos y la dignidad, pasándose de un lado a otro el balón con pinchos de la traición, ensañándose a puñaladas contra el vínculo más sagrado. Sirviéndose de un teatro dantesco, están impregnando de miserias una historia que vivieron juntos, una historia que ni siquiera les pertenece. Y todo por ese diamante defectuoso que es el poder, una piedra preciosa pero puntiaguda, satisfactoria a la par que peligrosa, que tiene la asquerosa virtud de mostrar sin filtros la cara más mezquina de los hombres. Dice mucho de alguien lo que está dispuesto a hacer con tal de mantener la sortija. Lo dice todo en realidad: qué límites sería capaz de saltarse, cuáles son las líneas rojas de su moral, de quién prescindiría si fuese necesario. El poder es una droga que hace que yonkis vaguen trajeados, enmonados perdidos, empeñando lo más íntimo y carnal.
Ahí ha estado hasta el hombre que nos contó que el poder iba a dejar de ser de la gente con traje, ahí ha estado Pablo mudándose sin cajas al Mixto, echando brochazos gordos encima de un cuadro que tenía un marco precioso. Le va a meter fuego, y por una parte lo entiendo. Debe de ser duro que tu inteligencia te dé para crear lo imposible y luego acabar legándoselo a alguien que creías controlar, pero que en realidad era igual de desleal y maquiavélica que tú. Uno de los principales problemas del poder en grandes cantidades es que te nubla el juicio y te aclara la soberbia. Te sientes invencible, piensas, de verdad, que controlas el curso de los ríos, que los tableros de ajedrez se mueven a tu antojo, que los peones no van armados y, lo más importante, que sueñan con ser reyes y reinas.
Por ahí anda también un calvo de gafas con cara de escritor francés alelado publicando intimidades que suenan a fantasía bohemia del Primark o, peor aún, a indigencia moral mezclada con ansias de protagonismo. Iba a decir que, ya que era tan valiente de ir publicando fotos y mensajes privados, que publicase sus supuestas respuestas. Pero he pensado, sin duda, que mejor que no. También han reclamado su espacio esta semana unos payasos vascos, literales y metafóricos, lo de payasos, que han decidido pedir la liberación de esos que decidieron que en su lucha por la independencia había que llevarse por delante a niños, padres y abuelos.
Ayer murió Itziar Castro, una actriz de 46 años que estaba gorda. Y digo lo de gorda porque hay una serie de tuiteros que han decidido que el día de su muerte, con su familia y amigos en shock, era buen momento para hablar de su obesidad, de la necesidad de concienciar y del mal que hacía esta mujer existiendo. Pero es más simple que eso, Itziar era una gorda de izquierdas y los oportunos hijos de puta son carroña de “lo políticamente incorrecto”, o como coño quieran ponerle de nombre a no tener ni un escrúpulo. Es preocupante que ya no se respete ni al muerto, al que se le ha arrebatado la voz, al que ya descansa. Es signo de una sociedad enferma, cada vez más podrida por los extremos, el no ser capaz de dejar la chatarra ideológica y el politiqueo barato a las puertas de una Capilla Ardiente. Porque sí, allí estuvo Marisa Paredes para, el día del entierro de su amiga, ensuciarlo todo de porquería sectaria diciendo que Ayuso no pintaba nada allí. Quizás, lo que no pintaba nada era ese comentario que solo la dejaba mal a ella.
Lo dicho, menos mal que están los belenes colocados y los árboles puestos con la bola de aquel viaje. Menos mal que está Mariah Carey lavándonos el cerebro y que ya se habla en el grupo de WhatsApp sobre el plan para el 31. Menos mal, porque no está el mundo para pararse a escudriñarlo, porque no está el país para querer comprenderlo.
Pd: Estaba todo en su hoja de ruta. Tenía claro que había que meternos gran parte de lo que nos vamos a tragar antes de Navidades. Hasta el libro para regalo. “Tierra Firme” lo llama, hay que tenerla de cemento armado.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.