El cordel del globo
No hay mañana como la de hoy ni tarde como la de ayer. Suena a tópico decir que los primeros de enero nos devuelven al archipiélago de la niñez, pero es que lo tópico, lo común, no tiene por qué dejar de ser una bella verdad. El desengaño es la embajada del cascarrabias, del moralmente superior, orgulloso de liderar la tabla de la satisfactoria infelicidad. Hay quienes preferimos revolcarnos en la vulgar ilusión, chapotear en el manantial de los sueños, custodiar con empeño el secreto que nos legaron.
Por eso salimos ayer a la calle con el alma abierta, los zapatos viejos y la garganta despierta. Por eso nos desvivimos por un caramelo, una pelota de goma o un paquete de gusanitos revenidos. Nunca estuvo la elegancia en la ropa, la fiesta en el despliegue, el espíritu en la edad. Jamás mandó la minucia sobre lo inabarcable, la experiencia sobre la locura, lo puntual sobre el rito. Por eso sobre nuestros hombros había un niño, por eso bailamos cuando pasó la banda silbando alegría, por eso celebramos cuando nos encontramos a alguien que conocemos. Ni una gota de alcohol, pero borrachos hasta las trancas de bisoñez. Si me paran los policías de la moral, preocupados por los Baltasares y los consumismos, y me hacen soplar; les reviento el felicímetro.
Por eso, por la vuelta de las mariposas canallas a nuestras barrigas, por el recuerdo del hechizo pasado, por jugar al escondite con la vida adulta. Todos ellos son motivos inconscientes por los que sacamos de la celda de la madurez al nene que cree en un mundo que no aspira a entender, que se pone perdido de chocolate y aparta la fruta escarchada del Roscón. Que arma jaleo cuando ve que sobresale la figurita en su trozo. Por eso cuando pasaba la carroza del Rey Mago nos desgañitamos diciéndole que nos habíamos portado bien, por eso nos sentimos plenos cuando todo acabó y nos dimos cuenta de que la fe es como ese fino cordel que sostiene al globo con la forma de un dibujo animado.
Por eso ayer, ya de noche, pusimos agua, leche y polvorones en las entradas de nuestras casas. Por eso hoy, temprano, hemos ido todos juntos al salón a ver qué nos habían echado. Del regalo, lo que queda, es la cara con la que uno lo desenvuelve. Bueno, y ese papel que acaba hecho una pelota en el suelo. Ese del crujir reconfortante, de la fulgurante expectación. Y el guau, y el abrazo, y el gracias, y el te quiero. Y esa mañana fría que combate con la calidez del cariño, del sentirse querido. Y ese café con leche, y esa calle empalmando exaltación. Y esa liturgia que merece la pena, y esos dineros invertidos en sonrisas, y esos dos días de reconciliación con la realidad. Por todos los que custodian la llama de la ilusión, los que son felices haciendo felices. Esto es, los niños que trabajan la niñez. Feliz día de Reyes a todos.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.