¿Activismo o vandalismo?

En los últimos años, hemos sido testigos de una nueva moda basada en agredir, de forma curiosa e incluso podría decirse que ridícula, históricas obras de arte bajo el pretexto de la lucha contra el cambio climático. La última víctima de estos hechos ha sido “La Venus del espejo” de Velázquez, una obra maestra que ha resistido el paso del tiempo y ha sido apreciada por generaciones. Este acto, llevado a cabo por supuestos activistas medioambientales, plantea preguntas fundamentales sobre la línea que separa la protesta legítima de la destrucción injustificada.  

La ironía de atacar una representación artística de la belleza bajo el pretexto de la protección del medio ambiente no pasa desapercibida y hace que nos preguntemos cómo puede la destrucción de una obra de arte contribuir de manera significativa a la causa medioambiental. La respuesta es sencilla, de ninguna manera. De hecho, consigue el efecto contrario, este tipo de acciones desvían la atención de la causa que pretenden promover. 

El arte, a lo largo de la historia, ha sido un reflejo de la sociedad en la que se ha gestado. Cada obra es un testimonio, una ventana a una época pasada que nos permite entender, apreciar y cuestionar nuestras raíces culturales. El arte ha sido a su vez una forma de activismo y lucha, el arte ha sido revolución. Sin embargo, en la era contemporánea, parece que nada de eso importa, puesto que existen supuestos jóvenes activistas que ven las obras de arte como la diana perfecta para canalizar de forma agresiva su gran lucha. Es importante señalar que este tipo de acciones no solo pone de manifiesto el problema de la insensatez humana a la hora de defender sus ideales, sino que también expone un problema más amplio: la falta de respeto de estos jóvenes por el arte y la cultura. El arte puede ser una herramienta poderosa para el cambio; pero no mediante su destrucción, sino mediante su creación. 

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En definitiva, agredir una obra de arte solo puede denominarse de una forma, y es vandalismo, sin importar si se encuentra bajo el pretexto de la lucha contra el cambio climático, o de cualquier otro activismo social o político. Para que una protesta sea legítima, debe basarse en el diálogo, la educación y la colaboración.  


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