Panta Rei
A Heráclito se atribuye, lo pone Platón en boca de Sócrates, este principio: «Todo se mueve y nada permanece […], no podrías sumergirte dos veces en el mismo río». Debería ser medicina apropiada para rechazar cualquier tentación de chovinismo. Para mí vale tanto como aquel otro de que nunca debe afirmarse que de esta agua no beberé. Si todo fluye ―volvamos a Heráclito― y cambia de modo permanente, sería un contrasentido que yo comenzara defendiendo aquí que mi pueblo es lo mejor que hay en el mundo.
Cuando esa tentación me asalta, realizo las siguientes cuentas. Nací, en Osuna, en 1944 y me establecí de modo definitivo en Málaga en 1970. En medio, cinco años pasados en Sevilla y Granada realizando mis estudios universitarios y casi dos de servicio militar entre un campamento de la sierra cordobesa, Obejo, y el cuartel de la calle Baños, en Sevilla. He cumplido recientemente 79. El resultado dirá cuántos años de mi vida he pasado en mi pueblo y cuántos fuera. Además, soy el único de mi familia nacido en Osuna y no hay lazo familiar que me ate a un pueblo que no es cuna de ninguno de mis ancestros ni residencia actual de ningún pariente.
Y, sin embargo ―confieso que soy muy aficionado a estos «sin embargo» que tanto gustaban a Antonio Machado―, Osuna es mi pueblo y tengo a gala presumir de él allá por donde pase. ¿Que se le pueden criticar cosas? Claro. ¿Que me parece manifiestamente mejorable? También. Pero siempre que alguien me pregunta dónde nací, he respondido: «En Osuna; ¿se puede ser de un sitio mejor?» Si me sucedía en clase ―he sido profesor durante cuarenta años―, mis alumnos soltaban una carcajada e iniciábamos un divertido y pacífico debate sobre lo que para cada uno significa su pueblo y qué hace que nos sigamos sintiendo unidos a él pese a cualquier contingencia.
Quiero, pues, decir que me siento orgulloso de ser de Osuna y que, pese a tantos años de lejanía, no olvido mi pueblo, ni sus calles, ni sus costumbres, ni sus gentes, ni, por supuesto, a ninguno de cuantos fueron mis compañeros y amigos. Virginia Woolf ―en circunstancias diferentes― afirmaba que, para escribir una novela, una mujer necesitaba tener una habitación propia y un espacio propio. En mis más remotos recuerdos de Osuna nunca pensé escribir una novela. Eso vendría mucho más tarde. Lo que no tenía era casa propia ―mi familia siempre vivió de alquiler―, ni una habitación que pudiera considerar mía, pues la compartía con mi hermano. En cambio, desde muy pronto sí dispuse de un espacio mío, de un ambiente propio, que era mi pueblo: sus calles, las blancas paredes, los patios floridos, el parque, el instituto, las canteras, el lejío… Todo lo que a veces hace que me sienta como un trasterrado y me incita a luchar para que no se me diluya en la memoria. Esa es la causa de la nostalgia que dicta mis palabras.
Si no escribí una novela, sí cometí la osadía, llevaba poco fuera y pesaban mucho los recuerdos, de componer algunos poemas, sin ser poeta, que reuní bajo el título Pueblo. Osuna en mis recuerdos. Por supuesto, ni llegó a publicarse, aunque conservo el manuscrito, ni volví a intentar el camino de la poesía. Abría aquel poemario Alborada, que comienza así:
Sutiles cintas de luz
se enredan
jugando en las rejas de las ventanas.
Tímidos rosicleres
se encienden
enmarcando las siluetas
de dormidas espadañas.
Un cálido aroma de pan
espanta
el epilogal vagido
de la tibia madrugada. […]
Mirad ahora la foto. Fue tomada en la calle Sor Ángela de la Cruz, junto a la puerta de la penúltima casa de las cuatro en que viví. Ignoro en qué fecha la hice. Miradla bien. En mi retina no se ha perdido aquel colorido del cielo. Pero, miradla de nuevo. ¿Acierta alguien a ver un solo coche, aparcado o circulando? Cuando la miro, ¡ay!, pienso en las actuales calles de San Pedro, La Cilla, Sevilla, Antequera, Sor Ángela… atestadas de vehículos que las hacen antipáticas y menos bellas.
De esa Osuna que se ve en la otra foto ―a mis espaldas y mi hermano apoyado sobre la baranda del puente― quisiera hablar. Esa es la que está retenida en mi memoria. Pero la nostalgia no me ciega. Lo decía al principio, al emplear la frase de Heráclito acerca de que todo en el mundo es cambio ―«panta rei»―flujo constante. «Nadie se baña dos veces en el mismo río». Nadie puede hacer retroceder el tiempo. La Osuna de mi memoria no es la de hoy, ni quiero que lo sea. Solo siento un fuerte deseo de evocar momentos felices que viví en tiempos que veo muy alejados.
OSUNA EN EL RECUERDO
Licenciado en Filología Románica. Profesor en Lora del Río, Fuengirola y Málaga, donde se jubiló. Participó en experiencias y publicaciones sobre Departamentos de Orientación Escolar. Colaborador de la revista Spin Cero, galardonada en 2003 con el Reconocimiento al Mérito en el Ámbito Educativo, e impulsor de la revista-homenaje Picassiana. Editor de Todos con Proteo, publicación colectiva en favor de la Librería Proteo tras su incendio. Desde 2006 mantiene el blog La Agenda de Zalabardo.
Autor de cuentos y novelas, de las que ha publicado tres, una permanece inédita y una quinta está en proceso de creación. Reside en Málaga.