La España vintage de Feijóo
En los últimos años ha vuelto una tendencia hacia lo antiguo. La llamamos vintage, que es la manera moderna de referirse a lo viejo. Una contrarrevolución que, paradójicamente, estamos impulsando los jóvenes a través de la romantización de las tradiciones, las raíces y la ropa. Ahí está el disco de C Tangana, ahí están las historias de Instagram reivindicando el pueblo de los yayos, ahí está el regreso de la estética old money. La nostalgia de las maneras y el estilo de un tiempo que, en el caso de algunos, ni se vivió, gana influencia y peso dentro de nuestra sociedad. Todo en esta vida son etapas, modas, ciclos. Con la inestimable ayuda de un PP desnortado y un Vox dispuesto a colaborar, el progresismo de nuestro país lleva un lustro aferrándose y rememorando un tiempo que ya pasó y del que salimos todos juntos como país. La dictadura de Franco ha sido el comodín para cualquier desavió, la advertencia de lo que podría venir si la derecha llegaba al poder. Lo llamativo, es que esa deriva marcada por la memoria selectiva ha acabado extendiéndose hasta la Transición, de la que, en la actualidad, reniegan. Sí, aquel proceso ejemplar, revolucionario y admirable que nos alejó de una etapa oscura y nos trajo la democracia. La misma que todos invocan sin ton ni son.
Hoy Alberto Núñez Feijóo se ha esforzado en llevar ese espíritu a la tribuna del Congreso de Los Diputados. Ha hecho un discurso de investidura retro. Otro tono, otra manera de proponer y confrontar. Exhibiendo canas y experiencia ha intervenido como un político de una generación distinta, sin alardes ni exabruptos. Cambiando el zasca por el retrato, la euforia por la prudencia, lo incendiario por lo sensato. No busquen totales para Tik Tok o virales de Twitter, no los hay. Desde la sobriedad y la madurez ha probado a desnudar el sanchismo, a radiografiar a Frankenstein, jugando a establecer una línea mental entre “usted sí” (Sánchez”), “yo no” (Feijóo). Como el abuelo que le lee un tebeo al nieto, ha tratado de ser didáctico, queriendo dejar claro que su seriedad va a juego con su responsabilidad, que sus valores no están al albur del pasteleo. Ha puesto en orden las contradicciones y las ha recitado sin prisas, dirigiéndose a los demás grupos en ese lenguaje en peligro de extinción que aúna el sosiego y la sonrisa traviesa del viejo que se sabe en posesión de la razón.
Como ha dicho Malacara en un tuit, parecía que el gallego, haciendo honor a esa costumbre tan de nuestros ancianos, estaba recitando de memoria la alineación del SuperDepor, cuando lo que de verdad hacía era poner sobre el tapete su visión de la gestión de Sánchez y su Plan de Gobierno. Ha recordado que ganó las elecciones con 137 escaños, apostillando que es una cifra que jamás ha llegado a alcanzar el presidente en funciones, ha señalado los aros por los que no está dispuesto a pasar, hurgando en la incoherencia del bloque que suma: “¿En qué programa electoral aparecía la amnistía?” “Señores del PNV y de Junts, ¿les han votado para que se aplique la política económica de Podemos?” “Claro que no está más tranquila la cosa en Cataluña. ¿Para qué se van a manifestar si consiguen lo mismo sentado desde el sofá de su casa? ¿Para qué se van a movilizar si ya va la vicepresidenta a visitarlos en su propia casa?”
Feijóo ha intentado curar su impotencia con la viagra de los aplausos de su bancada, siendo el Feijóo que todos esperábamos que fuera cuando llegó hace 18 meses. Una figura intermitente que solo ha aparecido en dos ocasiones; durante el cara a cara y hoy. El suyo ha sido un discurso inteligente, digno del político de las cuatro mayorías absolutas. Ha sacado pecho de su generación y ha defendido a la anterior elogiando a Suárez, Guerra, Felipe y Aznar. También a los socialistas vintage, esos a los que hoy se apedrea por seguir defendiendo lo que se defendía ayer. Y no hablamos de un ayer lejano, sino de un ayer de hace dos meses, preelectoral. De todas sus pausas ha habido una más pronunciada, cuando ha querido decirles a los españoles que es “un presidente de fiar”. “Yo sí, usted no”, ha insistido. Ha dicho sentirse harto de “las etiquetas de buen español”, y ha volcado gran parte de su argumento en volver a darle sentido a palabras como igualdad, altura y responsabilidad. Feijóo ha ido hoy a naufragar con la barca de la Transición, con la tranquilidad del señor mayor que pasea con las manos en las espaldas y está tranquilo porque ha hecho todo lo que estaba en su mano. Ha ofrecido una España retro, que no estancada. Un país que avance sin olvidar la amplitud de su pasado, de todo, que hable con el fin de entenderse y no con la premisa de enzarzarse. Quien sabe, ahora va lo vintage. Nadie nos asegura que no vaya a haber un momento en el que nos hartemos de Sálvame y cojamos el mando para cerrar tranquilos los ojos mientras suena de fondo el documental de La 2.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.