Hecho (2ª parte y fin) | La guerra perdida
El hombre es de naturaleza muy compleja en la que pueden encontrarse muchas y variadas facetas, desde las más nobles hasta las más abyectas. Personalmente, los individuos pueden ser bondadosos, generosos, serviciales… o ruines, sádicos, crueles… con sus semejantes. Frecuentemente, la diferencia de conceptos y sentimientos, llevan a enfrentamientos verbales o, incluso, cruentos. Éste es el caso de las guerras, con resultados de grandes pérdidas en bienes y vidas humanas para ambos beligerantes, si bien el vencido sufre doble laceración de la derrota: el dolor por las pérdidas de vidas y materiales, y el dolor moral que conlleva todo fiasco.
Sin llegar al extremo de conflictos armados, podemos detectar la existencia de choques, más o menos enfáticos, entre personas o entre éstas e instituciones que disputan por sus razones.
Durante el último año he ejercido de guerrero particular e incruento frente a los poderes con ocasión de unas actuaciones urbanísticas que se llevaban a cabo y que, en mi opinión, se prescindía de un elemento definitorio del pueblo. Opté por publicar el caso en El Pespunte con repetidas sugerencias y con intención de interesar al Poder. Pero desde éste tan sólo me ha llegado el silencio, y eso pese a que existe la presunción de prestar «atención al ciudadano».
He salido perdedor en mi guerra, pero no derrotado en mis convicciones, que he defendido vehementemente con la única arma que poseo: la controversia escrita.
Frustrado, me recreo ahora ejerciendo mi derecho al pataleo.
Calles el pueblo tenía
Todas con vestidos blancos
Que en sus costados lucían
Con elegancia y encanto.
Bellas calles, bello pueblo,
Que fueron la admiración
De propios y de extranjeros.
¡Albricias!, con mucho celo,
Gritaban alto sus hijos
Denotando regocijo
Por la gracia de su pueblo.
Quien por el mundo trota
Venía a ver, en detalle,
Una proclamada calle
«La más bonita de Europa»
Más la virtud se quebró
Cuando un obsceno cemento
Sobre otra calle cayó.
Un mortero gris y opaco
Ocultó su vestimenta
Y el lazo con sus parientas
Cortado quedó de un tajo.
Tres matices componían
El color de su calzada
Más de gris pavimentada
Perdió toda su alegría
La blancura inmaculada
De sus flancos yace hundida
Y penan tristes y heridas
Por las prendas sepultadas.
Una compunción les nace
De la tradición perdida
Y entonan la despedida
Con un requiescat in pace
. . . . . . . . .
Querido paisano: mira,
Si en lo que ya llevo dicho,
Ves tú verdad o mentira.
Y si hay pesar en tu pecho
No te entregues al dolor
Ponte en pie, y con ardor,
Ponle remedio al mal hecho.
Amante de las letras, la enseñanza, la tecnología y, sobre todo, de Osuna.
Nacido en 1929 en El Saucejo (Sevilla) es el columnista con más experiencia vital que posee El Pespunte. Ha dedicado su vida a la enseñanza de EGB en distintas localidades andaluzas y su pasión por la informática le llevó a aprender a editar vídeo y audio y, por devoción, a no alejarse de Osuna.