Bildu y la mala memoria


Yo me creí lo de la memoria histórica. Me lo creí y me lo creo. Pero digo “me lo creí” porque me siento engañado. No les interesa la memoria, sino la desmemoria. La desmemoria es interesada, es selectiva, es parcial y sectaria. La desmemoria es la memoria “de parte”. La verdadera memoria, en cambio, desmonta los relatos gloriosos y los discursos ficticios.
G.K. Chesterton fue quien disparó a quemarropa aquella famosa frase de que «la Historia es la democracia con los muertos». Y así es, ¡tal cual! Con memoria no hay blanqueamiento para ningún extremo: no blanquea a las víctimas olvidadas del franquismo ni a las víctimas de ETA o el GRAPO. No hay muertos de primera y de segunda. Con memoria, no se lamentan más las muertes del 11M que las del Estrecho de Gibraltar. La memoria no permite falsas reconciliaciones ni paz en la mentira.
Yo lo creí. Creí que habría por fin memoria para todos porque, sin memoria para todos, no hay justicia para nadie. Pero a ellos no les interesa la memoria, sino sus recuerdos. Solo se puede hablar de las víctimas que les conviene y cuando les conviene. Ahora dice Esther Peña que ya está bien de hablar de ETA, que hay que mirar adelante. Me pregunto, ¿con los muertos o sin los muertos? ¿También hay que dejar quietas las fosas comunes de nuestras cunetas y mirar al frente? ¡Qué mala memoria! Pero mala no por insuficiente, sino mala, mala de verdad. Porque yo me creí aquello de que la memoria exige verdad, justicia y reparación. Y pienso, ¿han contribuido a la verdad, justicia y reparación los 44 condenados por pertenencia a ETA que el Colectivo de Víctimas del Terrorismo contó hace menos de un año entre las listas de EH Bildu? ¿Han ayudado a esclarecer quiénes fueron los culpables de los 379 asesinatos de la ETA sin resolver?
Era una banda terrorista cuando Rubalcaba le dio la puntilla a un trabajo de todos, pero está bien, contemos como nuestros los votos de aquellos que, como Pello Otxandiano, llama a ETA “banda armada”, como si fueran una partida de cazadores. Yo quiero la Historia en democracia con los muertos, incomodando siempre. Sin memoria no hay pensamiento crítico. La memoria se traduce en una narrativa peligrosa para el discurso ideológico.
De tanto escuchar a indignados selectivos, me acordé de Nuestro Señor Jesucristo señalando a los fariseos: «Haced lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen». Y ahí estoy yo, diciendo sí, sí, hay que reparar la injusticia infligida con tanto derramamiento de sangre; y ellos nos dicen que sí, pero que depende de la sangre de quién y de lo que saquemos a cambio. Porque está tristemente claro que, tanto en el problema vasco como en todos los demás, la actitud ante las víctimas está muchas veces lastrada por criterios partidistas sin que se dé compasión ni solidaridad con las víctimas como tales. Es decir, cuando se apela al dolor de las víctimas hay que mantener viva la memoria de todas ellas. Y mantenerla siempre.
La memoria de todas las víctimas nos hace salir de los reduccionismos partidistas y aceptar la realidad en su complejidad, porque sólo son soluciones reales las medidas complejas y no los discursos donde se eliminan todos los matices de los análisis sociales y reducen la Historia a buenos y malos. En cambio, la mediación narrativo-anamnética del dolor de cada persona refleja la tensión y la crudeza de la Historia como lucha por el dominio a costa del hombre.
Si no te interesan todas las víctimas, no te interesa la persona, sino tu discurso. Un discurso que tiene un interés capaz de pisar a la gente. Hoy los pisas con palabras, pero la paz social es tremendamente frágil. ¿A qué jugamos?
Durante un tiempo dejé de escuchar la radio. Los análisis sesgados, partidistas, incendiarios, atemorizantes… me robaban la esperanza. Ahora he vuelto a escucharla. Cuando voy en el coche oyendo tanta mezquindad, miro por la ventana y veo una sociedad que madruga para trabajar, para luchar por sus familias, para vivir en paz, para disfrutar el fruto de su esfuerzo. Y entonces pienso con alivio que podemos soportar tanta mentira y tanto discurso lleno de odio porque somos un pueblo fuerte y bueno, solidario y armado de valores, no porque dignifiquen nuestras instituciones los dirigentes que merecemos.

A DIOS ROGANDO
Teólogo, terapeuta y Director General de Grupo Guadalsalus, Medical Saniger y Life Ayuda y Formación.