El cuento de la lechera
Que no, que no; que no se pueden construir castillos en el aire.
Mi hija Ana es una soñadora. Me parece que es algo que hace todavía más adorable a una niña de 8 años. Cada cinco o seis semanas elije un oficio distinto para cuando sea mayor y, durante ese tiempo, se emplea a fondo estudiando, dibujando y aprendiendo sobre eso que le apasiona por unos días. Pregunta, indaga y hace sus planes para ver cómo sacar adelante ese proyecto, esa nueva ilusión. Y a mí me gusta ayudarla en la tarea porque creo que los padres debemos pegar bien con cera las alas de nuestros pequeños Ícaros para que aprendan a base de sustos. La vida misma.
Cada día viene del cole contando como siempre mil anécdotas…
-Papá, tenemos que disfrazarnos del personaje de un cuento y yo he elegido el cuento de la lechera. Y, ¿sabes lo que me ha dicho una profe? Que me pega.
-¿Qué te pega, cariño? ¿Y por qué te ha dicho eso?
-Porque dice que estoy todo el día con mis fantasías.
Me preocupé.
– Cariño –le dije–, ¿tú sabes la moraleja del cuento de la lechera?
– Claro papi, que se puso a inventar cosas y al final no le sirvió para nada porque se le cayó el cántaro.
Me lo temía, os lo prometo las veces que haga falta con la mano derecha en la letra de Another brick in the Wall, “¡Oye, profesor! ¡Deja a los niños en paz! Al final es solo otro ladrillo en el muro”. Que hay profesores y hay maestros… lo de siempre.
-No, mi vida. La lechera no era ninguna tonta, era una soñadora como papá y como tú. Tenía un proyecto de negocio muy bien estudiado. Se estropeó porque cometió un error, pero, ¿sabes lo que hizo al día siguiente, Ana? ¿Crees que dejó de ir a trabajar con su cántara de leche?
-No papá, porque de algo tendría que vivir.
-¿Y crees que tropezó en la misma piedra?
-No –dijo pensativa–, imagino que no.
¡Pues claro que no! A la segunda o a la tercera vendió la leche, compró los huevos, cambió los pollos por el lechón, consiguió la vaca y prosperó gracias a su esfuerzo y a su inteligencia.
El cuento de la lechera termina donde termina para quienes hace mucho tiempo que acabaron en muchos sentidos de la vida: dejaron de ilusionarse e inventar, de crecer, perdieron el interés por desarrollarse en otros ámbitos, por darle una forma más significativa a sus proyectos, perdieron la ambición y el hambre por rozar la excelencia con la punta de los dedos… por eso repiten una y otra vez: “Que no, que no; que no se pueden construir castillos en el aire”.
El inconformismo, el pensamiento crítico o el emprendimiento se aprenden desde pequeños, pero para eso no ayudan los cuentos del desaliento que te recortan las alas. Un relato que termina en una caída enseña bastante poco, la verdad. Levantarse sí es una manifestación de coraje y un aprendizaje de gran valor.
Las águilas no son gallinas de corral, pequeña mía. Da igual quien te lo diga, pero nunca te lo digas tú.
A DIOS ROGANDO
Teólogo, terapeuta y Director General de Grupo Guadalsalus, Medical Saniger y Life Ayuda y Formación.