El pozo de la genialidad
Los pozos de los genios son laberintos subterráneos. Es complejo escapar de los hoyos de la singularidad, haber hecho lo irrepetible y verte vagando por la senda angosta de la mediocridad. Despertar y pensar que tu magia ya está extinta, que se instale en tu cabeza el demonio de lo mortal, que lo que antes a los demás les parecía imposible y a ti te salía natural, se te empiece a antojar irrealizable. Hay un día, no se sabe por qué, que se apaga la lumbre del talento, que se cruzan los cables de lo irrepetible, que se secan los manantiales de la ilusión. Esa fantasía que las personas elegidas atesoran en su cuerpo, que regalan al mundo. Ahí está la condena del diferente. Una vez demostrada la capacidad, el público, entregado y caprichoso, la reclama como rutina. Se vuelve adicto al ingenio, convirtiendo en Dios al que lo derrocha. Y en su egoísmo no contempla la posibilidad de que la música deje de sonar, que el folio en blanco se convierta en un agujero oscuro, que el pincel raje los lienzos.
La inspiración tiene alas, las musas no creen en la monogamia. La presión de los que han visto lo que llevas dentro, el secreto a voces que atesoras, cala en los huesos del portador. Ningún extraterrestre está preparado para defraudar, no existe hechicero que tolere bien la decepción. Por eso cuando desaparece el halo, cuando vuela la habilidad y la chispa que encendía lo extraordinario juega al escondite, quien se ha sentido único y genuino se despierta en el infierno de su legado. El suelo quema, el horizonte es un callejón sin salida. Se abre el bucle de la equivocación, cada error es una losa, cada equivocación una piedra atada en el tobillo. Frotas la lámpara y ya tu mano no pasea suave por el envés, ahora te salen callos. El vapor que desprende ya no es una nube pintada y aromática, es el humo de un motor gris y escacharrado que ha gripado.
Esto le pasó a Francisco Román Alarcón, Isco, pelotero de época, niño prodigio del balón, heredero de un balompié descatalogado. Ese que se lleva en los andares, el que es capaz de trasladar el fútbol de la plaza al verde, el del mando de la play al terreno de juego. El que mezcla la clase, la elegancia y la filigrana para transformarla en ortodoxia. En el Málaga asombró, puso su rabiosa y excelente juventud al servicio de un equipo de ensueño lleno de viejos rockeros. A golpe de regates imposibles y zapatazos llamó a la puerta de la grandeza. Y en el Madrid, sabiéndose observado, terminó de deslumbrar al mundo con temporadas que tocaron la excelencia. Pero llegó ese momento del que hablábamos antes, topó con los centrales del éxito, la tarascada irremediable del tiempo lo dejó en fuera de juego. Y se vio solo, sin ganas, en el banquillo. Lejos de la bola, siendo espectador, chocándose con la barrera de la indiferencia. Su estrella se apagó, su cabeza desconectó, se dejó ir físicamente. Cayó en ese pozo de la genialidad, en esa zanja tramposa del olvido. Se perdió, sus fantasmas le atacaron y le ganaron la pelea.
Hace un año decidió volver a intentarlo, zafarse de los espectros, sacar la pena negra e ir en busca de esa sonrisa que lleva tatuada en sus pies. Se embarcó en un nuevo proyecto, volvió a tener ganas y hambre, pero fue a parar al sitio equivocado. Aquella pequeña luz al final del túnel le agarró del cuello, le estampó contra la pared, le trató de volver a meter dentro del maletero del fracaso. Marchó de allí y usó el trabajo como antídoto a su desesperación. Sin saber hacia donde caminaba. Fue este verano cuando supo que no se había equivocado de ciudad, que solo había errado en el barrio. Habló con aquel sabio del pelo plateado y los ojos rojos que le echó a andar en la Costa del Sol. En la voz de Pellegrini encontró a aquel niño rebelde y disfrutón. Miró atrás, pero no lo hizo con nostalgia, lo hizo para mirarse en el espejo de sus logros. Como el nieto con el abuelo, bastaron segundos para saber que se necesitaban. Los mismos que le sobraron a este que escribe para saber lo que se venía cuando vio como le quedaban al malagueño las trece barras. Lo demás ya lo saben ustedes, 4 mvp en 4 partidos, un Villamarín arrodillado a sus botas, el 22 volviendo a ser más 10 que cualquier 10. Isco aterrizó en el sitio correcto, donde la derrota se combate con esperanza, donde los locos son los más cuerdos, donde la resurrección se celebra cada domingo. Él ha vuelto a sonreír, y lo ha hecho de la forma más bonita posible: sacándole sonrisas al beticismo.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.