El colgao
Hay que estar muy colgao para después de cantar en la Final el ‘miércoles azul de carnavales’, pasodoble de época, decidir darte el gustazo de disparar al corazón de un amigo y maestro. Devolviendo el regalo de la música con el de la letra, igualando genialidades, poniendo la amistad y la admiración por encima del premio. La gloria de los distintos no se basa en renunciar a los galardones, sino en competir a su manera. Única y genuina, cronopia y singular, elegante, pero canalla. Es mejor ser un proscrito, rebelde, incómodo y bravo que seguir siendo otro esclavo. Es mejor llevar una chapa en la solapa que una medalla. Es mejor sentir que sentirlo, que arriesgarse a que luego sea demasiado tarde para todo. Para ser tú, para homenajear a un ser querido.
Hay que estar muy colgao para caminar toda la vida al revés, para saber dónde va la palabra sencilla y convertirla en compleja, para dominar la geografía del lenguaje y acotarla al barrio de tu cabeza. Requiere valentía sentarse a rellenar el crucigrama de la creatividad, escribir la palabra libertad en mayúsculas y contarnos lo espinosa, reversible y bella que es. Hay que estar muy colgao para vivir enamorado de la mujer mojarrita, para no dejar de rondarla, para aceptar que su independencia es lo que la convierte en irresistible. Hay que estar muy colgao para darle voz a las palomas, para piropear al café, para ser farero en el naufragio de la monotonía.
Hay que estar muy colgao para entender a El Loco, el más grande, para coger su relevo y marcar un rumbo nuevo, distinto, propio. Renacer, volver a los sitios donde fuiste feliz y quemar la tristeza, pisar la ceniza de la melancolía y sonreír, como a él le hubiera gustado. Y ponerte allí, a cantar de frente, que esto no es Eurovisión, y señalar con el dedo la avaricia, el chanchullo, las cadenas. Apartando el serrín de las testas, encontrando la aguja en el pajar, repartiendo a dos manos con la crítica ambidiestra del que solo se casa con su ciudad y su gente. Hay que estar muy colgao para relatar lo que se escribe todos los días en la calle, para contar la historia de nuestra historia, la tuya y la mía, para educarse en detalles. Hay que estar muy colgao para ser bombero en Pompeya.
Hay que estar muy colgao para colarse todos los años en nuestras cabezas, para hacer equilibrismo con la inspiración, para regalarnos una nueva mirada. Ahora mismo todo se estará cocinando, a fuego lento, entre cervezas y libretas, entre guitarras y tabaco. Intento oler e imaginarme cuál es el aroma que desprenden esos fogones, con hambre de febrero, con la boca hecha agua salada. Espero con ansia y con el pálpito de que este es el año en el que se hará justicia. En el que Miguel Ángel García Argüez y los suyos podrán ver repuntar la mágica mañana y dormir sin ese dolor pequeño que tanto duele. Aquí un colgao deseando que le vuelen la cabeza un año más.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.