Viernes Santo de incertidumbre, una realidad que vive entre Esperanza y Santo Entierro
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Todas las vueltas que daba a la calle ese Viernes Santo era para mirar al cielo. Unas nubes y un viento que traían olor a agua abofeteaba la cara de la niña apenas salía del ‘sarnidé’ de la casa. Y seguía mirando al cielo con un solo pensamiento. “Señor Dios, ¿cómo permites que llueva este día tan especial para todos?”, preguntaba con ingenuidad inherente a la edad. Cómo si no hubiera cosas malas que ocurrieron en esos días en el mundo para hacer una pregunta de ese tipo desde un pueblo de la Campiña sevillana.
Cuando entraba en casa, su madre seguía trajinando en la cocina, tan despreocupada. Para ella Dios era otra cosa, aquél al que acudía sólo en los momentos verdaderamente malos. Encima de la cama de 90 donde dormía su único hermano estaba el costal y la faja de costalero, todo lavado y preparado para vivir su primera salida como hermano costalero de la Hermandad del Santo Entierro de Arahal. Desde pequeño lo apuntaron, a él le tocó vivir otra trayectoria diferente.
Pero antes debía estar la Esperanza en la calle. La tarde avanzaba al compás de las nubes y del frío, intenso ya. Y los nervios de esta niña, criada al abrigo de un barrio pegado más a una hermandad de Gloria (San Antonio) que de penitencia, no la dejaban ya estar quieta, ni para comer, no era lo importante en ese momento.
¿Saldría la Esperanza? La incertidumbre es una de las peores realidades porque no deja hacerte a la idea de que algo va o no a ocurrir. Ese puede ser o no, esa esperanza que se mantiene hasta el último momento, es la única que cuenta, antes de prepararse con la última ropa nueva, con el calzado que insiste en estrenar sabiendo que apenas salga la hermandad, si sale, correrá a quitártelos para sustituirlos por esos “zapatitos viejos” amoldados a su pie a fuerza de grandes batallas.
Qué más da ir calzada con unos zapatos viejos si a esa hora, cuando el Cristo de la Esperanza ya va entrando en la calle San Roque, la tarde cae siempre a favor del final del Viernes Santo. La niña se para un momento y, piensa, que tiene que darse prisa porque, de lo contrario, perderá su sitio en la azotea de la casa propiedad de unos parientes que está en la última esquina, antes de que la calle Juan Pérez pierda su nombre.
Anda que no se ve bien desde ahí el paso del Cristo de la Esperanza. El monte rojo, el sufrimiento de la imagen en la cruz, las miradas ausentes de los vecinos que les rezan desde los balcones. Está casi al alcance, pasa mecido, abandonado a su suerte, al abrigo de decenas de plegarias: “Señor, salud y suerte para poder verte otro año”. Otro año… Detrás, el paso de palio, que ve de lejos y se prepara para contribuir a la petalada que caerá sobre la Virgen de las Angustias y San Juan Evangelista cuando alcance la azotea.
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Primero nazarenos del Santo Entierro
A esa hora, cuando el Cristo crucificado termina Juan Pérez, ya se ven los primeros nazarenos y monaguillos del Santo Entierro cruzando la calle San Roque, túnica blanca con capa y antifaz negro. El Cristo Yacente es el que abre la puerta del antiguo convento de San Roque al final de la tarde del Viernes Santo, aunque este año está complicado. Pero, aún así la Hermandad lo ha preparado todo y sus hermanos esperan la decisión de última hora.
Todos entran ya por la puerta pequeña de la casa parroquial de la iglesia. Al salir de calle San Roque, la plaza se abre a la Avenida de Lepanto y Vereda de Sevilla, el frío corta las túnicas y hace volar las negras capas, en esa plaza se alojan todavía los rigores del invierno. Y bien lo saben los hermanos de Jesús Nazareno que han pasado por él hace sólo unas horas, en plena Madrugá.
Pero este año, el cielo no está dando tregua al Viernes Santo. Las nubes siguen llegando cada vez más oscuras. Cada vez que sale el sol, la Esperanza vuelve, pero tarda poco en desaparecer detrás de otra nube amenazadora. La niña ha escuchado que este año se estrena la primera cuadrilla de hermanos costaleros. Su propio hermano va en una de ellas, la de la segunda hermandad que sale este día. Le ha visto en los días previos el cuello ensangrentado y no alcanza a saber cómo aguanta ese dolor, cómo entran entre las trabajaderas del paso, cómo resiste. Bajo su mirada, su hermano es lo más parecido a un héroe que ella conoce.
Ya, camino de la iglesia Santa María Magdalena, andando, casi corriendo, al ritmo de una pandilla de amigas del barrio, que sigue siendo como un seno materno que la acoge durante la infancia. Su familia no es de ninguna hermandad y bien es cierto que en estas fechas lo ha echado siempre de menos. Adentrarse en ese mundo en el que, si no lo vives desde pequeña, siempre te sentirás fuera de lugar. Y por mucho respeto que llegues a tenerle, sólo puedes observar cómo es imposible volver atrás. Las familias no se eligen, se aceptan, se quieren, se viven, pero no cabe elegirlas.
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A la niña le tocó aquella que no había participado ni de lejos en una hermandad. Pero a esa hora, no hay que darle más vuelta a la idea. En la calle Marchena, ve de lejos un grupo de nazarenos con túnica y capa blanca y antifaz verde Esperanza. Otros dos salen de Juan Leonardo en la misma dirección y, apenas mira atrás, percibe con el rabillo del ojo como otros tres andan con paso firme para estar en el templo a la hora indicada. Tienen que parar sus capas con la mano para que el viento no tire de ellas, no pinta bien la tarde pero los vecinos insisten en recorrer las calles en busca de la posibilidad de ver a los Sagrados Titulares de la primera hermandad de la tarde del Viernes Santo.
Si no vas con tiempo, no lo ves. Estar en primera fila es el objetivo. Años después, pensaría en esa niña que se encuentra con su grupo de amigas a los pies de la iglesia, donde ella ha estado viviendo la preparación de la estación de penitencia, con cámara y móvil en mano, trabajando y contando experiencias, las mismas que antes le faltaban. Y, sobre todo, dejando al pie de una fila, ya colocada, con el cirio en la mano, a su hija, preparada para vivir lo que ella no pudo, desde pequeña. No seguir siempre está en su mano, pero elegir volver atrás, eso sí que no lo estará nunca.
“Veremos a ver si sale”
La niña ya está en el mejor sitio, sabe que le toca esperar y que el viento no deja de mover las nubes inciertas de este Viernes Santo. Que esa calle Iglesias, confluencia con Marchena, tiene pocos recovecos para resguardarse del frío. Empieza un rumor, “veremos a ver si sale”. No quiere ni oírlo, esperar otro año para vivir tanta emoción en la calle no es una opción compatible con su impaciencia.
Parece que empiezan a caer las primeras gotas y van seguidas de un rumor y todas las miradas al cielo, como si así se pudiera retener la amenaza. Aquella chaqueta de primavera que ha elegido la hace temblar de frío, o quizás de impaciencia. La cuestión es que llega un momento que tiembla sin control, cuánto daría por correr y meterse en la iglesia. Quiere ver lo que pasa dentro, quieren enterarse antes que nadie, quiere colarse entre las túnicas, los músicos, mirar al hermano mayor, una figura omnipresente que ella sitúa al otro lado de Dios. Quiere satisfacer su mente que pide imágenes y no puede esperar para obtenerlas.
Ya no le quedan uñas que morder, lleva casi dos horas en el mismo lugar, cambiando su postura pero sin dejar de estar de pie; escuchando las conversaciones de la bulla, observando al niño y su madre asomados al balcón, mirando la cera de cirios morados que llena el asfalto, porque Jesús Nazareno sí había podido completar su estación de penitencia durante La Madrugá y bien entrada la mañana. De repente, entre tanto entretenimiento, suena la puerta de la iglesia. Y corre un rumor: Va a salir el Cristo y le van a tocar varias marchas en el descansillo de entrada de la iglesia.
Acabó la incertidumbre. La Hermandad de la Esperanza ha decidido no realizar la estación de penitencia, las previsiones apuntan a que en breve comenzará a llover fuerte porque las primeras gotas ya habían caído. Pero la Hermandad quiere estrenar esa cuadrilla de hermanos costaleros que se ha llevado ensayando más de un mes. Se meten debajo del paso del Cristo crucificado de la Esperanza, la emoción concentrada en poco tiempo, casi no deja respirar. Un silencio recorre los alrededores de la iglesia Santa María Magdalena, como si la gente de fuera hubiera percibido la emoción que en esos momentos se vive dentro de las trabajaderas. No sale ni un nazareno, este año no llenarán del color de la Esperanza las calles del pueblo. No sale la Cruz de Guía, pero suena la música y el paso del Cristo ya avanza hasta la puerta.
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Corazones verdolagas, como les gusta llamarse, laten casi al mismo compás, la lluvia respetará dos o tres marchas, la tregua necesaria, llevan siglos preparados y el futuro es suyo para cruzar el umbral, pisar la calle y avanzar, por Iglesias, Espaderos, Monjas, Sevilla, Juan Pérez San Roque, Doctor Gamero, IV Conde de Ureña, Victoria, Pedrera, Cruz… Ainsss, esa revirá de calle Cruz con la marcha Dios de Esperanza, de Germán García González, interpretada por la Agrupación Musical Santa María Magdalena. Dos hermanos, unidos por brazos y hombros, quedan grabados para la historia.
Son tantas las imágenes acumuladas desde la infancia que hoy Viernes Santo no es atípico, seguimos mirando al cielo, agradeciendo que las nubes dejen alumbrar a un sol limpio, heredero de la lluvia primaveral. Y es que son el sol y las nubes cargadas de agua las que cortan de raíz la incertidumbre que está acompañando la Semana Santa 2024. Otra que quedará para la historia, como aquella en la que se estrenaron las cuadrillas de hermanos costaleros a mediados de los años 70, incluso, sin estaciones de penitencia, formarán parte del recuerdo de un pueblo. Porque ese año, en el que la impaciente niña se agarraba a sus raíces, comenzó a llover apenas el Cristo de a Esperanza volvió a entrar en el tempo y ya no paró.
La Hermandad del Santo Entierro no tuvo tregua. Los hermanos aún juntos en la iglesia rezaban a sus titulares. Al año que viene será, murmuraban con esperanza.
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Redactora de El Pespunte.
Periodista sevillana con más de 30 años de experiencia. Fundadora y CEO de AionSur durante 10 años. Especializada en reportajes agrícolas y sociales en la provincia de Sevilla.