ENTREVISTA | Luis de Vega, fotoperiodista de guerras: “La invasión rusa en Ucrania ha hecho recordar las grandes guerras del siglo XX”
Galardonado como Mejor Periodista del Año 2022, Luis de Vega (Huelva, 1971) es reportero de desastres y conflictos. Recorre su experiencia narrativa y visual abarcando desde los campos de batalla en Libia hasta las procesiones de Semana Santa en Sevilla. En constante desafío a la censura y la indiferencia, De Vega captura la esencia humana en situaciones extremas, explorando los límites de la percepción y la comprensión a través de su lente incisiva.
En el frenesí de una profesión que abraza la realidad más cruda, Luis de Vega se erige como un testigo incansable de los desastres, las guerras y los conflictos que moldean nuestro mundo contemporáneo. Este fotoperiodista no solo captura imágenes, sino que teje historias que trascienden los límites del tiempo y el espacio.
A lo largo de su carrera, De Vega ha publicado el libro “Ucrania, resistir al horror”, una colección de instantáneas tomadas en la situación social que atraviesa Ucrania. Es también autor de la recién presentada exposición “Ucrania, la guerra de los civiles” en la Casa de la Provincia de Sevilla. Este reportero de El País refleja su profundo compromiso con la verdad, donde las imágenes revelan la lucha y la resiliencia del pueblo ucraniano ante la adversidad. Además, De Vega ha tenido el privilegio de entrevistar a Zelenski y hoy, él mismo, el fotoperiodista que busca la verdad y la justicia visual, se entrega a El Pespunte para compartir sus experiencias y perspectivas.
¿Qué palabra podría resumir la reciente exposición que se ha inaugurado en Sevilla?
Dignidad. La exposición está especialmente dedicada a la población civil, que en su integridad, de una manera u otra, más cerca o más lejos, sufre la guerra y la invasión rusa en Ucrania. He podido darme cuenta de que gracias a todas las personas que aparecen en las fotos, los reporteros podemos hacer en nuestro trabajo, tanto las fotografías de la exposición de Sevilla, como contar sus historias. Es verdad que son personas que están sufriendo directamente el conflicto, que muy a menudo viven en situaciones tremendamente difíciles, de incertidumbre, de violencia, de pérdida directa de familiares y que nos abren las puertas para que nosotros podamos acercarnos a ellos, escucharles y darle voz. Por eso, creo que me quedo con la dignidad de todas estas personas, que es como algunas de las fotografías reflejan ese momento, y en vez de rechazar a un extraño, como puede ser un periodista, consiguen decirnos quiénes son, de dónde vienen, a dónde van. Nos dejan ser testigos de momentos dolorosísimos como son los entierros y las despedidas de sus familiares o el último momento en el que han de abandonar su casa por la cercanía de los combates sin saber si algún día van a poder volver.
Usted llegó a Kiev a los dos días de empezar el conflicto, ¿tenía la maleta preparada?
No, yo no tenía la maleta hecha. Esto fue pura casualidad. Es verdad que algunos compañeros han bromeado con que si nosotros en el diario El País teníamos información privilegiada desde el Kremlin. Pero no, no teníamos absolutamente nada, y muchas veces suceden cosas como estas, en las que te encuentras como periodista en el lugar adecuado y en el momento adecuado, y para mí, fue un lujo poder estar en Kiev en el momento en el que comienza la invasión y esta ciudad se convierte en foco de la atención mundial. No llegué a Kiev dos días antes de empezar el conflicto, sino muy pocas horas antes de empezar el conflicto. Es decir, yo aterrizo en Kiev, por primera vez en mi vida, la tarde/noche del miércoles 23 de febrero de 2022. Acudo a este país a echar una mano a mi compañera María Sahuquillo, que era la corresponsal en la zona con base en Moscú y que llevaba ya por allí varias semanas cubriendo en el este del país los choques en la región del Donbás, que desde 2014 ya estaba en guerra. Yo en realidad acudí a Kiev a llevar a cabo algunos reportajes en medio del ruido de sables. Todo esto, sin saber que la misma noche en la que llegué el presidente ruso, Vladímir Putin, iba a ordenar el comienzo de la gran invasión. Desde ahí, mi cobertura dio un vuelco nada más aterrizar y esos 10-15 días que iba a estar allí haciendo reportajes, se acabaron convirtiendo en mi principal cobertura bélica en los dos últimos años.
¿Qué se encontró al llegar allí?
Gente absolutamente sorprendida de que un vecino con el que tienen lazos históricos desde hace décadas e incluso muchísimas familias compartidas, culturas, idiomas… les estuviera invadiendo. La gente vive con tremenda sorpresa e incredulidad lo que está pasando y, sobre todo, las personas mayores que empiezan a rememorar lo vivido en la Segunda Guerra Mundial hace casi un siglo. Es decir, la invasión rusa de Ucrania ha hecho recordar las grandes guerras del siglo 20, que la inmensa mayoría de nosotros pensábamos que no se iban a volver a radicar.
¿Qué tiene de distinta esta guerra con otras?
La diferencia con otros lugares que he cubierto en los últimos años, como la guerra en Afganistán o como el lugar en el que me encuentro ahora mismo, el conflicto árabe israelí, es que la inmensa mayoría de las familias y de las personas que con las que he tratado en Ucrania llevaban una vida perfectamente normal hasta que se puso en marcha la gran invasión rusa en febrero de 2022. Personas que salían a pasear con su pareja, que iban al gimnasio, que viajaban, que organizaban su vida a las puertas de la Unión Europea con la esperanza de poder tener una integración próxima en todo el entramado del grupo de los 27, con unas esperanzas que se han visto totalmente truncadas con una guerra que va a cumplir dos años y cuyo final a corto plazo es muy difícil de prever.
Usted que ha vivido allí un tiempo, ¿qué hace la gente allí para salir adelante en pleno conflicto?
Uno puede presenciar en las guerras lo peor del ser humano, la mayor de las depravaciones y, al mismo tiempo, lo mejor del ser humano. En el momento en el que el ejército ruso invadió Ucrania de manera global, se puso en marcha un descomunal tsunami de solidaridad que hace que todo el mundo pusiera de su parte. Aunque no se tuviera un arma, aunque no fuera militar, no vistiera el uniforme, ni estuviera en el frente. Es decir, el conductor ponía su coche y su saber hacer como chófer para ayudar a los demás, el panadero, el que tiene un restaurante, el que tiene tiempo libre ayuda a impedir el avance de los tanques o ayuda a proteger obras de arte para ponerlas en sitios seguros. El que tiene dos manos, las pone al servicio de la comunidad. En mi caso, como reportero, allí donde quiera que llegase, la gente se pone a tu disposición para ofrecerte lo que sea, dando igual lo humilde que fuera la familia o las condiciones en las que estuvieran afectados directamente por la guerra. Bajo mi experiencia, cuanto menos tiene alguien, más abierto está a compartir lo poco de lo que dispone.
Después de estar una jornada completa en la trinchera en plena guerra, ¿qué piensa cuando se va a dormir?
Cuando uno vuelve a zona segura, evidentemente piensa muchísimas cosas, piensa en que somos unos privilegiados, principalmente, porque yo elijo, la inmensa mayoría de las veces, si me quedo en esa zona de peligro o me doy la vuelta. Incluso si no me encuentro bien, cojo y me vuelvo a mi casa en España. A mí nadie me obliga a estar allí y evidentemente, el día en que no seas útil para poder realizar tu trabajo, te vas. Pensamos en todos aquellos que no eligen vivir en esa situación, gente que vive y sufre directamente las consecuencias del conflicto. Muchísimas de estas vivencias o de pensamientos que nos rondan la cabeza se nos escapan muchas veces de las crónicas y de los reportajes que escribimos. Son experiencias a nivel personal que luego podemos compartir con amigos o con la familia a la vuelta. Yo muchas veces me encargo de tratar de recordar que tenemos suerte en cosas tan sencillas como poder salir seguros a la calle, abrir un grifo y que salga agua, tener conexión telefónica, poder hablar con nuestros familiares y estar en contacto con ellos o ir al supermercado a comprar. Las cosas más básicas.
¿Se puede ser objetivo cuando hay tanto dolor y destrucción delante?
En el caso concreto de la guerra que se libra en Ucrania, no podemos olvidar que hay un agresor, que es Rusia, y un agredido, que es Ucrania. Es cierto que nosotros, como periodistas, tenemos que tener cuidado con el uso de la propaganda y la desinformación, que en todos los bandos y en todas las guerras se emplea, esto no es algo nuevo. Aunque, sí es verdad, que las guerras actuales, se viven ya bajo nuevos inventos de la modernidad, como son la digitalización, las redes sociales, los seguimientos por satélite y todas estas características. Pero en esencia, como periodistas, no podemos olvidar que más allá del desarrollo de los bombardeos en cualquier zona de Ucrania o de las zonas que están en disputas entre unos y otros ejércitos, claramente aquí hay un país agresor y un país agredido.
¿Pueden imágenes como las suyas o de compañeros suyos parar una guerra?
Eso sería tremendamente difícil, los reporteros no somos tan importantes como para que nuestras fotos consigan ese objetivo. Yo me doy por satisfecho si alguna de mis historias, los textos o las fotos consiguen hacer reflexionar a alguien y muchísimo más si conseguimos que alguien pase a la acción después de haber visto esas fotos. Mucho más satisfechos si alguna imagen en concreto o nuestro trabajo en general consigue que llevar a los actores que están en conflicto a decidir determinar el fin de la guerra o a firmar un armisticio, un alto el fuego o la paz, pero eso es tremendamente difícil. Yo me conformo con que a nivel individual alguien que nos lea o vea nuestras fotografías, reflexione y piense cuáles son las circunstancias de las personas que viven en un país en conflicto, un conflicto armado como es ahora mismo Ucrania. Al mismo tiempo, en la sociedad actual, tenemos una sobrecarga de información y una sobrecarga de estímulos que nos llegan a través de las pantallas, de nuestras redes sociales. Cada vez tenemos más fotografías, más vídeos de todo lo que ocurre en un mundo globalizado. Y todo eso dificulta mucho el que nosotros como audiencia o como receptores de esos mensajes, nos acordemos de todo aquello que cada minuto estamos recibiendo.
Ahora mismo nos atiende desde Jerusalén, ¿qué se ha encontrado al llegar allí?
La vida en Jerusalén es prácticamente normal, esta es una zona que vive en conflictos desde que Israel existe como Estado hace 76 años. La gente está muy acostumbrada a ver muchísima policía y mucha gente armada por todos sitios. Es verdad que estamos a una hora y cuarto aproximadamente de la frontera con Gaza, que los misiles que lanzan Hamás y otras organizaciones islamistas desde la Franja pueden alcanzar esta ciudad, pero, al ser Jerusalén una ciudad Santa (por así decirlo), es muy raro que sea objetivo de los de los misiles que se lanzan desde Gaza.
Se sorprendería alguien que no ha estado nunca aquí si ahora mismo sale a la calle y ve que el comercio, los restaurantes o el transporte público funcione y aunque la gente es consciente de que el país está en guerra, militarizado, y haya más de 300.000 reservistas movilizados por parte del ejército, se puede hacer una vida “normal”.
Si va a la franja de Gaza, ¿puede ser uno de los lugares más peligrosos en los que haya estado?, ¿qué espera contar de allí?
Los periodistas que estamos en Israel y en Egipto no podemos acceder a la Franja de Gaza básicamente por el bloqueo que Israel somete a este territorio palestino. Quiero acordarme expresamente de los cientos de compañeros periodistas, prácticamente todos palestinos, que están dentro de la franja y que más de 70 han perdido la vida desde el 7 de octubre. La verdad que es frustrante tener que estar cubriendo una guerra como esta sin poder poner los pies en el principal escenario de los de los bombardeos y de los ataques. Israel cuida mucho el no permitir la entrada de periodistas dentro de Gaza porque eso permitiría que contáramos los horrores que se están viviendo, con más de 26.000 muertos. Hay unas cifras de entre 5.000 – 7.000 personas que se cree que están muertas y dadas por desaparecidas entre los escombros del 60% de los edificios que están destruidos en ese territorio. Estamos a la espera de que llegue el día en el que Israel nos permita poder acceder a la Franja de Gaza y poder ser testigos de los horrores del principal escenario de esta.
¿A quién le haría un pespunte?
Yo dedicaría el pespunte a la sorprendente impunidad con la que el mundo está premiando al gobierno y a las fuerzas de seguridad de Israel, por lo que está haciendo en Gaza. Pero no solo hay que dedicarle el pespunte a Israel, también a la inmensa mayoría de la comunidad internacional, que observa sin actuar lo que está ocurriendo en la actual guerra. Evidentemente no podemos olvidar la matanza y la carnicería que cometió Hamás de unas 1200 personas el 7 de octubre pasado en Israel, pero ese atentado, el más grave en la historia del país, no debe suponer que la reacción de Israel sea matar impunemente y de manera indiscriminada a decenas de miles de palestinos, la inmensa mayoría, niños y mujeres que no tienen absolutamente nada que ver con el conflicto. No solo el gobierno de Israel y el ejército son los responsables de esto, sino que considero también responsables a todos los Estados y dignatarios de la comunidad internacional que no hacen nada por detener estas matanzas.
Redacción de El Pespunte.