Sin perder el gusto

Uno de los siete pecados capitales que me alejan de la ley de Dios es la “pereza” para con algunos cumplimientos. Lo reconozco. Resulta que vivir en Barcelona durante años y no haber visitado el país pirenaico de Andorra, es como vivir en Osuna y no adentrarse en los encantadores parajes naturales de las Viñas y la Gomera. En un gesto complaciente decidí confesarme un mes de agosto con esta zona pirenaica donde es común y frecuente el clima severo, sobre todo en invierno. Antes, nadie me comentó que en época estival la climatología también se las trae en el pequeño país. Y así fue. En horas se pasó de un sol que picaba lo suyo a una brisa que cortaba la cara, provocando una escandalosa nevada sobre el desfiladero montañoso.

Nadie se sobresaltó. La gente iba y venía con total “normalidad” por lo visto la alteración era lógica y esperada. Admito que para mí fue todo un contratiempo; no soporto las bajas temperaturas. Comprendo que el calor y sus efectos son para muchos insoportables y en ocasiones dañinos para la salud, pero también lo es el frío que contrae la próstata y las calefacciones resecan las vías respiratorias. Acepté la situación y decidí disfrutar en pantalón corto del hermoso espectáculo que ofrecía la espesura montañosa cubierta de colores naturales.

No es fácil describir el concepto de “normalidad”, quizás porque lleva implícito el juicio de valor y algunos emplean el sinónimo de correcto. Los sitios y momentos son más o menos interesantes dependiendo de la exquisitez del gusto y por el cristal con que se mira cada cosa. Hay gustos por las formas artísticas, por los contenidos prácticos en la vida cotidiana o negativos gustos de aquellos que lo tienen perdido, son los que pertenecen a un ámbito vulgar.

“Me voy, aquí no se pega ojo a ninguna hora” “¿Cómo es posible soportar esto?” Se lo escuché decir a uno de esos paisanos, que además del gusto perdieron el norte cuando soltaron amarras, el primer día de visita que amaneció en Osuna con cara de idiota estafado. Se refería al tradicional calor y a las campanadas que durante el día y la noche anunciaba los cuartos desde la colegiata. Se le había inflamado la trompa de eustaquio. “Si no hubiera iglesias, monasterios ni conventos no habría espadañas con campanas, con lo cual desaparecería la buena voluntad y vocación informativa de los campanarios que digo yo”. Igualmente, si no se hubiera heredado el legado histórico del antiguo ducado, sus panteones o sepulcro, obras de Ribera, portadas platerescas o el manojo de palacios en sus calles no existiría el gusto y la identidad permanente de sus habitantes por las obras de arte. Por lo visto, para algunos los efectos del calor son más preocupantes ¿Ruido molesto? Sólo basta con desarrollar la capacidad de oír sin oír el sonido del metal, y ese es otro arte, lo aseguran la gente de aquí y el que suscribe que sabe a donde viene.

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Visto desde el prisma sentimental siempre es un gusto revivir la infancia y primera juventud, recordar a la Osuna que sospechaba que no aparecía en ningún mapa y al encanto contagioso de la Plaza de la Merced donde yo vivía con la familia en tiempos de cuerpecillos churretosos.

Antonio Moreno Pérez

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