¡Por siempre Jesús! ¡Por siempre la Virgen de los Dolores!

Osuna reventó ayer la emoción que los altares caseros contuvieron los últimos dos años. No hubo que poner claveles en el cancel de la Victoria. No hubo estación de penitencia virtual. O sí. Porque la madrugada, la mañana y la tarde fueron casi irreales.
Jesús Nazareno y la Virgen de los Dolores se reencontraron con ese pueblo que se agarró a ellos en momentos de dificultad, de temor, de miedos, de pérdidas de ingresos, de enfermedad, de muertes, de gélida soledad… Y ahora una guerra que parece preocuparnos porque la globalización nos acecha y la sentimos cercana.
¿Si hubo gente ayer en la calle? Jesús y la Virgen lo sabrán. Las saetas no cesaron. Las bandas sumaron emoción. El calor y la ausencia del solano provocaron el éxtasis y también no pocas lipotimias.
Puertas con ausencias que desgarran interiores. Demencias que no impidieron bisbisear en lo nombre de Jesús, a secas, y de la Virgen, a secas. Discapacidades que encuentran su sentido en ese Jesús, a secas, y en esa Virgen, a secas.
En un perfecto timelapse la multitud se agolpaba frente a Jesús en la calle Luis de Molina como los claveles que va pisando la talla en su paso. Ninguno destaca por encima de otro. Él nos iguala.
La vida se resume en esa subida en la que caben la alegría, las estrecheces, los pisotones que recibimos y damos, los vítores, el dolor, las peticiones, las expresiones vociferadas, las lágrimas interiores, el agradecimiento, el reproche, la luz y la penumbra… pero al final Jesús siempre sale victorioso.
En la estrechez de Luis de Molina los tambores de la banda amainan y dan paso a las tablillas y el pueblo arrancó a rezarle a una Virgen solemne y garbosa.
La plaza de la Encarnación lució como nunca. Se recuperó el Sermón de Pasión que se inició en la Victoria y finalizó desapercibido en la puerta de la Colegiata.
Día de algún que otro hábito nazareno, en mujeres y un hombre, en las aceras. De recuerdos y pensamientos puestos en el Hospital. De bajas por Covid.
Jóvenes, que parecen absortos en las tecnologías, emocionados. “No es lo mismo un momento de resaca que una resaca de momentos”, ha escrito Santi Gigliotti en El Pespunte.
Numerosos niños vestidos de monaguillos en ambos cortejos dan sentido al Triduo Pascual en un Viernes Santo que la Iglesia conmemora la muerte y ellos saben que el libro tiene un final feliz. La penitencia no es negativa, sino festiva.
El Viernes Santo en el que no haya una sola lágrima recorriendo una mejilla supondrá su final. Para eso, en Osuna, queda mucho.
Álvaro Reina
Fotografía: Francisco Segovia