Jazmín y crema
Antes de hablar de big bagns y de cielos en los que recalar, prefiero hacerlo del único inicio probado de todo, de los vientres que se abren, de los pechos rebosantes de sustento. Bendita primera habitación, bendito calor humano. Barriga que me dio cobijo, sangre de su sangre, la suya derramada por la mía, la mía siendo suya para siempre. Manos a la medida de nuestras mejillas, dedos que repasan nuestras lágrimas, huellas dactilares del cariño. Ojos que nos miran diferente, con la mentira piadosa de que somos lo más hermoso que pisó el planeta, con la verdad inexorable de que nadie nos mirará como ellos. Ay, ojos que nos ven crecer, arrugas que los rodean, cuencas redentoras donde se almacena lo que fuimos, lo que somos. En ellos está mi biografía, la verdad de mis pasos, las velas consumidas de lo recorrido.
Nariz de sabuesa, hogar del olfato que nos desnuda, fosas que aspiran los vestigios de la noche de la adolescencia, que huelen nuestros miedos, que adivinan nuestras dudas. Brazos que nos sostuvieron, en los que bailamos por primera vez, mecidos al son de la felicidad de quien ya nos tenía. Brazos que nos rodean de la misma manera cuando nos cerca el sinsabor y cuando nos aplaude la suerte. Brazos que siempre están dispuestos a poner la “a” de amor por delante. Bocas, residencia de la voz que nos sitúa, por donde sale nuestro nombre con sentido, como nadie nunca nos lo dice. Completo cuando las cabreamos, acortado cuando lo merecemos. Labios tatuándonos la frente cada noche, dejando el agua bendita de su saliva en nuestra piel. Antídoto de los fantasmas que nos acechan. Labios que silban la canción del verano, la única, la nuestra.
Madres, creadoras de la vida, guardianas de nuestra galaxia, búnker de nuestros pesares. Islas desiertas y del tesoro. Madres, con sus vasos de leche, con su Vicks Vaporub, con sus “no me andes descalzo”. Madres, con sus sextos, séptimos y octavos sentidos, con sus ganas de estar en todo, con el abrigo siempre en la puerta, que luego refresca. Madres, sentándose por primera vez en todo el día, recordándonos que son nuestras madres, llenándonos el frigorífico de lo que le dijimos que nos gusta. Madres, poniéndonos los pies en la superficie, sacando nuestra cintura del fango. Madres, ¿a qué huele la vuestra? La mía huele a jazmín mezclado con crema solar, a sofrito de papas con carne, a Cruzcampo recién abierta. Huele a café, pero a café de bar, del que inunda la calle, y a pan tostado, del que cruje. Huele también a brasero, a sopa con un poquito de hierbabuena. Ah, y a cuaderno y chicle de menta conviviendo en el mismo bolso.
Madres siendo madres todos los días, sin exceptuar uno. Aguantando que las felicitemos una vez al año. Madres sacando un selfie, peinándote con las manos los pelos de loco, pidiéndote que no pongas caras raras. Madres revisando la galería, queriendo mostrarte lo chico que fuiste. Madres, qué suerte tenerlas. Madres que se adelantan a todo. Madres a las que no les gusta que les llames viejita, las que siempre nos perdonan nuestras gilipolleces. Vaya esto para mi viejita, y para la tuya. En realidad, el día es mañana, pero mi Pespunte sale los sábados. Tampoco pasa nada, va para las madres, y las madres suelen entender este tipo de cosas.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.