El testamento de don Quijote
No fue la lanza en astillero, ni la adarga, ni el yelmo; no fueron las palabras elocuentes, ni los discursos utópicos, ni el ansia de aventuras. No fue nada de eso lo que me hizo arriesgado y valiente.
Ahora que me apago y muero. Ahora que la muerte me va a cubrir con su oscuro velo, amigo Sancho, te digo y te confieso, que aunque muero, no es la muerte, sino el amor en carne viva que me llevo el que ha vencido.
Amigo Sancho, te dono mi secreto, porque primero eres amigo, y todo amigo es buen escudero y al ser amigo yo ya te nombro mi primer caballero.
No fue la lanza en astillero lo que me hizo arrojado y desprendido, sino el amor, que es la gran locura de la razón. Yo no estaba loco, amigo Sancho, sino devorado día y noche por las fauces del amor. El amor que puse en lo humano y este amor a la expresión “vivir con dignidad” fue lo que me llevó al disfraz y a la armadura grotesca. Sé que Dulcinea era Aldonza Lorenzo, pero tuve fe, que es enamorarse de lo desconocido. Sé que el triunfo y la fama eran unos simples cueros de vino, pero creí, que es el gran salto que damos algunos en el vacío. Una cosa es, amigo Sancho, mirar a través de los ojos y otra bien distinta es ver con los cinco sentidos y el alma incluida. Así miraba yo al niño apaleado, a la mujer maltratada, al varón humillado, y no me importó salir vapuleado de la batalla y relamerme las heridas como un perro abandonado en medio de la llanura, porque con este amor por los oprimidos me sentía liberado.
Ahora que muero y termina esta maldita página del libro que cerraron unos cuantos y todos abrieron, porque tu bien sabes, Sancho, que esa es mi condena, la última página del libro. Yo sólo soy un personaje de libro que muere siempre al final y al que le faltan fuerzas y coraje para ser corazón humano. Sal ahí, a la calle, amigo Sancho, y coge ese libro que lleva mi nombre, como si fuera un corazón humano, un pequeño sol ardiente, un universo con llama de infierno, que quiere seguir amando. Cógelo fuerte y poderoso. Coge ese libro y arrójalo a la cara de los mediocres, de los charlatanes, de los descreídos, de los bellacos. Sal ahí, a la calle, amigo Sancho y transforma ese libro en corazón humano desbordante. Acuérdate, amigo, sin miedo, sólo son molinos de viento los temibles gigantes y el amor, la única y noble caballería andante.
Si vivo y he de vivir, amigo Sancho, después de cuatro siglos encerrado en un libro, no sé por qué encantador furibundo, si vivo y he de vivir, amigo Sancho, es porque detrás de las ovejas acampan ejércitos malvados y el yelmo de Mambrino es una bacía que también sirve para matar y los ojos de mi amada Dulcinea son dos ínsulas extrañas en las que mi mirada deseante flota en reposo.
Amigo Sancho, escucha mi testamento, el auténtico, olvídate de los cervantistas y de los críticos literarios y escribe tú la última palabra de Alonso Quijano: hoy no quiero ser libro inmortal, hoy quiero ser un corazón humano apasionado y salir a la calle a desenmascarar a los traidores, a los que secuestran la libertad y el derecho intransferible de ser persona. Los niños están secuestrados por la sociedad para que crezcan muy deprisa y sean consumidores. Y los adultos son unos niños malcriados y desconfiados. La inocencia ya no es patrimonio de nadie.
Un corazón humano, es sólo lo que pido, Sancho, amigo, ahora que la muerte me alumbra y sé que la literatura es un gran artificio y la vida con sus mentiras la única verdad posible.
Vuelas y vuelas y hasta herido vuelas con afán de cielo. Pero llega un día en que el tiempo se posa sobre tu hombro como un pájaro asustado y de ahí ya no se moverá hasta tu último latido.
Ahora que la muerte me va cubrir con su oscuro velo, te digo y te confieso, que aunque muero, no es la muerte, sino el amor vivo que me llevo el que ha vencido y ha huido de la jaula de las páginas que funcionan como un espejo que refleja una ficción muy real. Y al otro lado de ese espejo se oculta un relato legítimo sobre la existencia. En puridad, los humanoides visten, calzan y se mueven como hombres y mujeres y lo que queda de humanidad vive en los libros.
Sal ahí, querido Sancho, y grita con fuerza en nombre de los corazones humanos cautivos en manos de malandrines y encantadores.
Los seres humanos son ridículos porque olvidan que son vulnerables. Los seres humanos son soberbios porque olvidan que son ridículos. Este amor sin límites ni barreras, este amor vivo, a pesar de la muerte, por la justicia y el género humano: católicos, herejes, godos, moros, cristianos. Este amor sin preguntar es el que ha vencido, amigo Sancho. Este amor hinchado de esperanza es el que ha vencido, sin necesidad de que yo apareciese en un libro con el nombre de don Quijote de la Mancha.
IDEAS Y CREENCIAS
Escritor y profesor de Lengua y Literatura.