Mitologías españolas: Teresa de Jesús
Antonio Machado buscaba a Dios entre la niebla a su mística manera. Las creencias necesitan su meteorología interior y su vuelo externo, si no se vuelven rituales vanos en manos de sumos sacerdotes plegados a sus prebendas y a su cosmovisión de casta. Creer de corazón es un deporte de alto riesgo que nada tiene que ver con los despachos y la burocracia religiosa.
Una tarde muy fría en Ávila del otoño de 1525 la niña Teresa de Cepeda se tomó un tazón de caldo que le bajó por el esófago como una llama escrutadora que la puso en disposición de ver proyectada sobre la pared encalada de la habitación la imagen en vivo de una muchacha campesina envuelta en llamas que hablaba en un lenguaje extraño mientras miraba hacia arriba. Abajo todo era un incendio provocado ininteligible. Arriba la explicación era infinita. Abajo los crímenes estaban justificados con explicaciones estrechísimas y bastardas. La espiritualidad era una implosión, una combustión interna que los hombres entendían al pie de la letra. Nunca creyeron a la niña y lo que vio. Fue entonces también cuando supo que la verdad padece, pero no perece. Con el paso de los años, los evaluadores y los inquisidores, los controladores eternos de la humanidad, le diagnosticaron “el espíritu del demonio”. El mismo diagnóstico de la muchacha campesina que ardía por hereje, que ardía por sanidad mental para huir de los obsesos y los dogmáticos. Habían feminizado lo sobrenatural.
Esa misma tarde muy fría de otoño pero de 1933 en Madrid, una mujer joven que respondía al nombre de María Zambrano cuando leía el Libro de la Vida sintió un ardor muy fuerte en el estómago, como un fuego conector que atraviesa los tiempos, era el deseo de Dios como una quemazón intuitiva y poética; la física cuántica de la mística que penetra en los organismos. Esa noche escribió en su diario: “Oh, Dios, creo en ti, te siento, y me penetras”.
Teresa de Jesús siendo todavía una niña ya se dio cuenta de que el mundo iba por fuera y se empequeñecía pese a su boato y solemnidades, y lo divino se movía por dentro y era crecedero, ajeno a los programas humanos. La sociedad se organizaba como una estructura injusta, vieja y caduca que repelía los corazones disidentes que seguían su instinto y anhelaban limpiarse de terrenidad. Dios era un impulso alegre, que no se correspondía con la gravedad y la severidad clericales, un sentido incontrolable que buscaba su lugar en el cuerpo -igual que la vista o el oído- desde lo más profundo de la mente. Y la fe era una relación privada que no admitía intermediarios. De ahí que si pierdes a tu madre y sólo tienes trece años le pidas a la Virgen María que ejerza como madre.
Teresa de Ávila le robó la divinidad a la teología y sus jerarcas, como Prometeo les sustrajo el fuego a los dioses, y la desbrozó y despejó de trascendencia y de intelectualización para transformarla en una experiencia viva y personal, en un objeto tangible y doméstico, cotidiano como un tazón de caldo. Entre los pucheros anda Dios. Sacó a Dios del banquete cerrado y lujoso de teólogos y prelados y lo convirtió en un plato sencillo y cercano. Prometeica y comprometida, su proeza transgresora fue deshacerse de un ente extraordinario y exclusivo y ofrecer un ser ordinario e inclusivo, un dios que no fuera coto privado de caza de los machos y sus privilegios.
Teresa de Cepeda, Teresa de Jesús, Teresa de Ávila, santa Teresa, la fundadora, la mística; todas y una. La monja de ascendencia judía, andariega y reformadora, que en la certeza de su destino se rebeló contra su propio padre. Defensora de la independencia de pensamiento frente a la Inquisición. Dueña de sus emociones frente a las reglas. Mujer en medio de los lobos. Astuta frente a los corderos con colmillos. Escritora con duende, llana y apasionada ante los textos canónicos de los varones. Estuvo sola frente a las leyes y los códigos masculinos. De esa soledad radical nació lo divino como arraigo protector y manía redentora. Adelantada, presente y futura. Feminista, antes del feminismo. Valiente (santa), antes de ser canonizada en 1622. Sabia, antes de ser nombrada en 1970 Doctora de la Iglesia.
IDEAS Y CREENCIAS
Escritor y profesor de Lengua y Literatura.