Bendito Betis
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A mí me dejó de gustar el fútbol cuando aprendí lo que era el Betis. El Betis es el recreo de las ilusiones, el balón en la cruceta del pecho, el fuera de juego del pesimismo. El Betis es el amago perpetuo de lo imprevisible, la línea de fondo de la demencia, el cartelón anunciando el descuento eterno de un sentimiento que no termina. La incondicionalidad no es un término atribuible al bético porque se le queda corta, por eso hubo que inventarse lo del “manquepierda”, porque la fidelidad adquiere un carácter superior para los que viven en verdiblanco. El Betis es un enamoramiento imperecedero que se renueva cada semana, es la revolución de los días, la bola de demolición de la rutina. El Betis es un viejo amigo y una novia nueva, al Betis se llega siempre niño con los bolsillos llenos de ilusión. Así son los sentimientos inquebrantables, no saben envejecer, nacen todos los días.
Ser bético es una forma de estar en la vida, una manera de entender el amor, una filosofía que no cabe en ningún libro, que solo se puede transmitir a través de la piel. El beticismo es llevar a tu hijo de la mano, es mirar a tu padre orgulloso, es cantar para desafiar fantasmas, es abrasarse en el infierno y convertirlo en cielo a golpe de esperanza. El beticismo es la religión de los locos y de los rebeldes, de los soñadores incorregibles, de los ateos de lo imposible. El bético se forja remando a contracorriente, celebrando cuando se gana, resoplando cuando se empata, queriendo cuando se pierde. Por eso un bético de verdad no puede ser un mal amigo, porque tiene interiorizada la lección de que en las buenas están todos y en las malas solo unos pocos, y los béticos son expertos en estar cuando el destino ahoga.
El otro día al bajarme en Santa Justa recordaba aquella tarde en la que con una bufanda anudada a la cabeza fui a recibir a unos jugadores que acababan de ascender a mi equipo a Primera División, esa es la primera celebración consciente que tengo alrededor del Betis. Aquel día sin darme cuenta aprendí que el Betis es el manual de instrucciones de la vida; el Betis se cae, el Betis se levanta, el Betis celebra lo que tiene, el Betis no se compara con nadie, el Betis tiene gente que lo quiere y lo apoya de manera incondicional. En realidad, lo bonito del Betis es que, adquirido un cierto grado de beticismo, se convierte en una celebración continua. El balompié, al no ser fútbol, o al ser mucho más que fútbol, te permite disfrutar de todas esas cosas que lo envuelven. Pasear hasta la Palmera, liberar el pecho en una previa, fundirte en un abrazo con un perfecto desconocido. Todo eso es Betis, y todo eso se celebra.
Si alguna vez has metido en papel albal tu alma, si antes de que supieses contar sabías que una moneda de un euro suponía tres paquetes de pipas Reyes, si has abierto una litrona en la calle Tajo, si has cantado con los Supporters, si te has hecho una foto de viaje con tu bufanda verdiblanca, si has ido orgulloso al colegio con las trece barras un lunes, si has deseado querer menos al Betis y no has podido, seguro que sabes de qué va todo esto. Hermanos béticos, prepárense. Nos vemos esta noche donde San Fernando.
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EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.