Prefiero las cursiladas

Qué bonitas suenan las cosas cursis, las que nos escondemos para escuchar, las que no nos atrevemos a decir. Qué angustiosa esa parte culpable de nosotros que trata de esconder nuestro lado ñoño, nuestro hemisferio más sentimental. Nos ocultamos para que la belleza parezca una especie de debilidad culpable, un rincón clandestino en el que disfrutar libremente de nuestros secretos más íntimos, de nuestras fantasías idílicas, de toda esa edificación platónica de nuestro cerebro. Somos el perro que esconde el trozo de comida que se ha caído al suelo para que a ningún humano se le ocurra tirarse al piso y disputárselo.

En el fondo, a nadie le importa lo que nos cabrea, lo que nos hace llorar, lo que nos la pone dura, ni siquiera, a quien nos cabrea, nos hace llorar y nos la pone dura. Creemos firmemente en nuestras particularidades, hasta tal punto que no nos damos cuenta de que son tan comunes que las tratamos de esconder por puro egoísmo, como si al saber que compartimos gustos extraños con otros, nuestros secretos inconfesables perdieran esa pureza que nos hace volver a ellos como el adicto al dealer.

En realidad, a todos nos pone como una moto escuchar de vez en cuando un “ay, no te pega nada”. La sorpresa es el reconocimiento de los silencios, el plato principal de los secretos. Quién nos iba a decir que el hijo de Urdangarín iba a dar una lección de lo que es la educación y el respeto. En una persona los defectos se presuponen, las virtudes se descubren. Cada mente es un scape rooom, somos libros y lectores. Aún no se ha creado el Shazam de las intenciones, sería un puntazo darle a un botón y saber cuál es la música que tiene cada uno metida en la cabeza. La música que se escucha dice mucho de uno, del momento que atraviesa, del estado de ánimo, de las ganas que uno tenga de comerse el mundo o de cagarlo. Las canciones de los stories de Instagram son mensajes encriptados, indirectas, solicitudes de atención, reivindicaciones ilegibles.

Lo cursi solo pega cuando los de alrededor están en la misma onda, escuchando el mismo tipo de música que tú, la que pinchan los corazones, el boom bap de los latidos. Chirría un poco que en mitad de un comunicado a raíz de su posible salida, Dembélé  escriba (o le escriban) : “ Seguramente el amor sea una variante del chantaje.” En este escrito la intención del futbolista es demostrar que ama al Barça, el resultado es la constatación de que anda enamorado del reflejo que le devuelve el espejo. Oye, allá cada cuál con lo que decida amar. La cursilería es el idioma que inventó el amor para sus ciudadanos, por eso los extranjeros siempre miran raro a los nativos.

A Dios yo le recomendaría que se ponga a echar un ojo a las entrevistas de trabajo y que les dé un toque a los de Recursos Humanos, porque hay una serie de empleados suyos que se están ocupando de hundirle la empresa. Su representante en Tenerife ha sido el último,  relacionando la homosexualidad con el pecado mortal. O la iglesia acomete una renovación de la plantilla, buscando a gente que hable el idioma de este siglo, como Don José María Quintana, o que se prepare para que el desencanto de la sociedad la vaya matando poquito a poco. Porque hay algo más grave que ser un cursi, y es ser un pedante reaccionario.

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Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti
Fotografía: Unsplash.

 

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