No mires atrás
Para terminar el año hubiese estado mejor una película llamada “No mires atrás”, en la que DiCaprio interpretara el personaje de César Carballo y Ayuso relevase a Meryl Streep en su papel de Presidenta de los States, sin duda estaría mucho más acorde con estos tiempos que nos comandan. Mirar hacia arriba es lo único que le queda a los que se empeñan en creer, mirar al frente es la única opción que les queda a los que quieren vivir. Los metrajes, como los años, cada vez son más largos. Para mí, lo más resaltable de la controvertida cinta es una escena del final en la que ante el inminente fin del mundo los personajes se sientan a cenar y entablan una conversación sobre el conseguido sabor de algunos ultraprocesados que son capaces de hacerse pasar por dulces caseros. Así creo yo que se deben afrontar las cosas que sabemos que nos van a devastar sin remedio, obviándolas, con naturalidad, sabiendo que para lo inevitable la mejor receta es la de la indiferencia.
Es bonito confrontar la angustia que puede llegar a sentir el espectador con la aparente tranquilidad que desprenden los protagonistas. A menudo, las personas más valientes son las que desafían los finales con elegancia. Hay mucho de victoria en las personas que son capaces de asumir su destino con deportividad. Es interesante que durante todo el filme esté de relieve la eterna cuestión que martillea las cabezas de los que nos da por enfangarnos con las cosas que no tienen explicación: ¿qué pasa si un día el perfecto engranaje sobre el que vivimos se va a tomar por culo? Lo reconozco, pararse a pensarlo es una gilipollez, por eso siempre acabo enredado en la certeza de que el ser humano es gilipollas. Somos una especie consciente de la finitud de nuestra existencia, pero aún así somos tan simples y tan complejos, que es la forma sofisticada de ser simple, que nos revestimos de inseguridades y envidias, fomentamos odios, peleamos por dineros, creamos dioses y nos ahogamos con obligaciones autoimpuestas. Todo para sazonar y hacer llevadera la única partida que tenemos derecho a jugar.
En general, creo que le tenemos vértigo a la felicidad plena. Tenemos breves episodios de conversión, lloramos con los anuncios de Coca Cola y Campofrío, nos prometemos en momentos de lucidez exprimir esta experiencia que puede desvanecerse en cualquier momento, pero resolvemos el arrebato mostrándoles a nuestros followers lo positivos y enérgicos que somos al compartir un post de una cuenta que se llama “Un café con letras”. Medimos la vida en likes, mendigamos atención, el culto a la constante exposición pública es uno de esos nuevos dioses que hemos creado para complicarnos nuestro paso por aquí. Yo la única aceptación que busco es la de la gente que me quiere, y como única excepción, la de Zendaya.
Para despedir el año, no he hecho lista de libros ni de películas, de la misma manera que no he hecho acopio de besos ni abrazos, ni de la gente a la que he podido conocer, porque creo que todo lo bueno es eso que aún sin recordarlo, está ahí, en una parte del universo en el que viven las cosas que nos marcan, las experiencias que nos definen, los fracasos que nos educan. Curiosamente, las noches de las que uno no se acuerda de nada son las más dadas a convertirse en memorables anécdotas, tienen un halo de epicidad que las hace imborrables, no hay grandes historias sin grandes interpretaciones, la capacidad de inventar y crear es la única que me hace seguir creyendo en la humanidad. Empieza un año nuevo, pasamos de nivel en ésta, nuestra partida. No miren atrás, hay que centrarse en el horizonte. Voy a salir a tomarme algo con mis amigos para hablar de esas nimiedades que no le importan a nadie, para hacerme el sueco por si todo esto explota antes de que pueda quejarme. Feliz año.
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