Manuel Molina, alma mater de la taberna Gonzalo Molina: «El turismo de tieso aporta poco a la hostelería»
Manuel Molina es hijo y nieto de taberneros. Los más veteranos lo llaman Gonzalo, como su abuelo, quien fundó la taberna hace ochenta años en la esquina de Relator con la calle Parras, junto a la carbonería. Me recibe en la puerta, al lado del Pumarejo y, cuando sube el cierre, entramos en uno de los escasos reductos de sevillanía que conserva su esencia.
¿Cuáles son los orígenes de la taberna Gonzalo Molina?
El origen de la taberna es de 1944, cuando mi abuelo cogió el traspaso de la taberna antigua, que estaba en la esquina con Parras y que se llamaba Los Arcos. Empezó con mi abuela, haciendo los famosos pajaritos. Y así, ha seguido hasta la tercera generación, que soy yo. Luego, la cogió mi padre, que le pegó un aire diferente, estuvo muy metido en el teatro, estudió Arte Dramático en la Escuela de Artes y Oficios de Sevilla, y perteneció a la primera compañía de teatro independiente que hubo aquí en Sevilla. Ya cuando mi abuelo falleció, él le dio un aire más bohemio.
¿Qué tiene la taberna Gonzalo Molina que no tengan otras?
Pues últimamente, va la gente un poco huyendo de lo que hay aquí, de este este sistema económicamente abusivo que hay, y que está preparado para el turismo y, además, últimamente estoy viendo que entra mucha gente joven, que entran aquí y dicen: «Hostias, ¿esto qué es? ¿Un tabernero en chándal?» Yo te hablo de tú, te ofrezco conversación, en fin, lo que ha sido siempre Sevilla, y que actualmente se está perdiendo.
¿Y por qué dirías que se está perdiendo ese tipo de negocio típico de Sevilla?
Porque no interesa, aquí lo que interesa es el turismo puro y duro. Ni está la gente de toda la vida, porque aquí no se puede vivir y la gente se va. Esto era un barrio obrero y ya no lo es. Algunos somos afortunados, como mi familia y yo, que nos resistimos a venderlo tras la Expo, cuando vino el boom inmobiliario y vendían este piso y se compraban uno en Pino Montano y otro en la playa. Los que resistimos somos los que quedamos en el barrio, pero la gente que era asidua a este tipo de establecimiento ya no está. Afortunadamente, hay más negocios que siguen siendo del barrio, como el Umbrete o el Soto, donde entro como si estuviera en mi casa.
Es más, el otro día me reía con un cliente, porque le dije «Illo, Juan, yo a veces salgo a la puerta a fumarme un cigarrito». Porque hay dos motivos por los que yo salga a fumar: uno, que yo tenga la suficiente confianza con la gente que hay aquí para salirme a la puerta a fumarme un cigarro, y otro; si a mí no me gusta la clientela que entra, yo cojo, me echo una cerveza, me voy a la esquina, me fumo un cigarro en la esquina y me pongo en la puerta, para que no vengan más. Eso no significa que esa persona sea buena o mala, pero yo lo que quiero es gente de aquí, gente del barrio, que entienda nuestra manera de vivir que ha sido siempre y nos la están quitando, poquita a poco y sin darnos cuenta, pero nos están excluyendo a la gente de aquí. En algunos bares del centro, tú llegas, te sientas y te ponen el pan y los cubiertos, como si te estuvieran obligando a comer. Y en otros, te preguntan: «¿Usted va a comer? Si no, no se puede sentar en la mesa». Y aquí yo intento que la gente se olvide de eso, que al entrar aquí sientan que están en un sitio en el que han retrocedido en el tiempo treinta años, y que estén a gusto y bien. De hecho, ese ha sido el motivo por el que decidí seguir, porque evidentemente, con las dimensiones que tiene esto, hacerme rico no me voy a hacer, como tú comprenderás. Aquí entran doce personas apretás, pero yo quiero echar un rato agradable con esas doce. Porque yo no quiero venir a trabajar, yo quiero venir a echar el rato, como se hacía antiguamente, que tú estabas trabajando, pero tú estabas en tu casa. ¿Y a tu casa quién viene? Tus amigos, ¿no? Así ha sido siempre y esa es la visión que yo tengo de esto.
¿Y eso es lo que a ti te ha animado para seguir con el legado de tu abuelo y de tu padre?
Sí, eso es lo que a mí me ha empujado a decir «Quillo, esto no se puede perder». Porque, hoy día, tú entras en diez negocios y son los diez iguales, no hay diferencias. Pero es que te vas a Madrid, y son iguales que los de aquí. Vas a un sitio y no eres una persona, eres un número, y creo que eso no está bien. A mí aquí me gusta la gente que viene, la gente que tiene conversaciones conmigo, gente interesante, gente del flamenco, del teatro. Gente diversa, y eso a mí me agrada. Y, por supuesto, por mi padre, que le quitas esto y se muere. Esto ha sido su vida.
Hablando de la gente que viene. Viendo las paredes, hay fotos de Silvio, de Triana, personajes relacionados con el rock andaluz. ¿Cómo es la clientela que viene por aquí?
La fotografía refleja la historia de aquello. Mi padre era muy amigo de Jesús de la Rosa. Silvio, que alguna vez fue por allí, era bastante conocido de mi padre. Y también Pedro Bacán, que en paz descanse, que vivía en la calle Macasta, gran guitarrista. En fin, son gente que han ido pasando por ahí a lo largo de la historia. Entonces, así se refleja el paso del tiempo por la taberna, que da para escribir un libro. Luego está ese espejo, que la gente se cree que es de la Cruzcampo, y eso es una pintura de Pepe Romero, que no tiene nada que ver con la Cruzcampo. De hecho, si ves la imagen del pintor, es prácticamente un autorretrato de él. Ese espejo era de la bisabuela de un amigo de mi padre; entonces Pepe, que vivía en la calle Parras, un día pasó y mi padre le pidió que le hiciera algo en la madera o que le pintara algo, y le contestó: «Mira, Gonzalo, yo no tengo ahora mucho tiempo». Y se quedó mirando el espejo y le dijo: «Pero cuando cierres, llévame el espejo ese a mi casa». Al día siguiente, cuando fue a recogerlo, estaba eso pintado.
¿Cómo disteis el salto del otro local a este?
Este estaba ya hecho, porque se abrió en el año 91 o no llegó ni al año abierto, además se abría por las tardes nada más. Además, mi padre estaba trabajando también en otro lado. Y fue porque hubo un problema, que se cayó el techo de la cocina; entonces, se metió Urbanismo, hubo una movida, arreglaron la parte baja y estuvieron un año y pico en obras. Ese fue el primer intento de echarnos de allí. Entonces, mi abuela, en previsión de lo que pudiera pasar, decidió montar este establecimiento aquí, que había un local comercial. Estuvo abierto un año y, ya cuando nos devolvieron la taberna antigua, volvimos allí, hasta 2019, que nos llegó la carta de que nos teníamos que ir de allí. Y mi padre me dijo que no se quiere jubilar, que esto no lo va a abrir ni mi hermano ni yo, que esto lo va a abrir él. Y le digo: «Po’ nada, yo te lo preparo». Él estuvo aquí los tres primeros años, hasta que ya decidió descansar muy merecidamente. Pero durante todos estos años, este local estuvo cerrado y sin pensamiento de abrirlo. Lo teníamos de almacén.
¿Cuál dirías que es la tapa o comida que hace diferente a la taberna Gonzalo Molina?
Aquí siempre, las alitas y las codornices. También tenemos darduliñas, encurtidos y conservas, que también se ven en muchos sitios. A la gente le gusta mucho los mejillones en escabeche, las caballitas en tomate frito de San Fernando, con envasado manual y todo. En fin, a lo que nos podemos adaptar con el espacio que tenemos.
¿Y cómo ves el futuro de la taberna?
Una vez, un viejo empresario me dijo que todo negocio tiene tres generaciones: está el que la funda; luego los hijos, que la engrandecen; y los nietos, que son los que se comen el negocio. La ilusión, el testigo y el nieto. El nieto no ha sido ni testigo ni ilusión. Lo que ha visto es el dinero (risas).
¿Entonces puede ser la tuya la última generación?
Yo creo que sí. Pero una cosa. En principio, la última iba a ser mi padre, porque yo no tenía pensado meterme aquí, ni esto se iba a abrir. Ha sido una cosa que ha surgido, pero que yo no veo a ninguno de mis niños aquí. Lo mismo me equivoco, pero yo no lo creo. Porque para tú entender este tipo de negocio o casa, tienes que vivirlo. ¿Y hoy en día los niños qué viven? ¿Tú ves niños por aquí, jugando en la calle? Yo de chico estaba todo el día jugando en la calle Parras, en el Pumarejo o en un bar, conocía a todo el mundo. Y ahora quieren que los bares cierren a las once de la noche. Yo he echado a andar en la taberna, al igual que mi padre. Yo jugaba allí, metiendo el chorizo en el pan para Semana Santa. Por ejemplo, hay un señor que para aquí, que ese hombre en su momento se dedicaba al boxeo, estaba federao. Medía un metro noventa y pico, y tenía unos brazos flipantes. Pues yo me acuerdo que, cuando yo lo veía de chico, yo me echaba a correr, me enganchaba del brazo y él con una mano me levantaba. Pues actualmente, ese señor viene aquí y yo le pongo la cerveza. Eso mis hijos no lo han vivido. Y ya cada vez hay menos niños; de hecho, yo me he enterado de que el colegio de La Salle va a cerrar. ¿Quién va a tener niños, pagando ochocientos euros de alquiler? Porque aquí ya no se viene a vivir una familia obrera, y al final la clase obrera es la que hace al barrio. El que tiene pasta no se viene aquí a comer.
¿Puede ser eso porque la zona se está gentrificando y enfocando más al turismo?
Así es, porque a mí el turismo nada más que me da problemas. Por eso, yo a ese tipo de público no los echo, pero hago que se incomoden. Porque ese es turismo del malo, es turismo de tieso y a la hostelería aporta poco. Te entran siete, ven el vino de naranja, se lo piden entre los siete, hacen una foto y se van. Y eso si son medio educados, que la mayoría de las veces no me piden ni permiso. A veces, cuando vienen amigos míos y se hacen un cantecito, que yo los acompaño, les tengo que decir: «Mira, vamos a parar un momentito, hijo». Porque se ponen a grabar desde la puerta. ¿Pero por qué hay aquí tanto turismo? Porque es el Casco Antiguo y porque ellos pueden pagar un espacio que un obrero no puede pagarlo. ¿Y por qué no puede pagarlo? Porque lo están encareciendo ellos. A lo que vamos, que familias ya hay pocas y niños pocos. Mis niños ya no se pueden relacionar en el barrio, entonces el día de mañana, ¿él cómo va a decidir quedarse con esto, si no va a conocer a nadie? Pero yo he conocido a niños, que hoy son adultos, que siguen viniendo aquí. Yo sí he tenido relación con ellos, vienen con sus padres que eran amigos de mi padre, que conocieron a mi abuela y hay un círculo que ya se pierde con mi generación. Ahora estamos en una generación de móviles, redes sociales y consolas. ¿Dónde existe ese círculo? En Sevilla Este, por ejemplo. Un barrio nuevo, con chavales, familias, niños. Una alegría. Pero aquí eso ya se acabó.
¿Cuáles son tus primeros recuerdos de la taberna?
Yo a mi abuelo no lo conocí. El primer recuerdo que se me viene es sentado en el mostrador, de chiquenino, con el hombre este que te he dicho, el Luis, con mi padre. Es toda una vida. A esta cafetera (señala el artilugio, que se erige imponente sobre la barra) me enganchaba yo, que yo creo que los dos tiradores que le faltan me los cargué yo. No sé ni cómo se mantiene en pie. También una jarra que tenían allí escondida que, cuando se daban la vuelta, le echaba yo mano. Estaba siempre esperando a cogerle las vueltas para poder cogerla. Y, de hecho, actualmente la tengo yo. Me la quedé yo al final.
Antes dijiste que viene aquí gente muy joven. ¿A qué crees que se debe?
Sí, están viniendo chavales jóvenes, además, de todos lados. Y me comentan eso, que se sienten muy a gusto aquí, que les da mucha alegría, que ya no quedan establecimientos así, que están hartos de la monotonía de siempre de ir a sitios que son todos iguales. Y cada vez más, afortunadamente, porque al final los que tienen que mantener esto son ellos. Porque hay mucha gente que viene aquí y me dice: «Esto hay que mantenerlo, eh, esto no se puede perder». Y después no vienen más. Es que yo esto no lo puedo mantener, esto lo tiene que mantener la gente. Yo puedo estar aquí, darte un servicio, ser agradable, conversar contigo, pero el que tienes que venir eres tú. Si tú no vienes, esto solo no se mantiene. ¿Y quiénes lo mantienen? La juventud que viene, son los que a lo largo del tiempo van a hacer que esto perdure. Pero viene una reunión de chavales, que a lo mejor no llegan a los treinta ninguno, que a mí incluso me sorprende, porque yo, cuando tenía veinte años, me iba a meter en una taberna así enseguida.
¿Crees que a eso pueden haber contribuido las redes sociales?
No, porque yo por eso además he tenido algún percance, porque a mí no me gustan ni que graben vídeos, ni que hagan fotos. Porque yo esto ni lo tengo en redes sociales, ni lo anuncio, ni lo publico en ningún lado. De hecho, un día estuvo aquí una instagramer o yo qué sé qué, muy reconocida; de hecho, tiene un millón y pico de seguidores. Y me preguntó si podía hacer unas fotos y subirlas, que me iba a venir mucha gente. Y le dije que no, porque yo no quiero que se masifique. Porque, si no, van a venir gente de redes sociales, a echarse la foto y yo eso no lo quiero. Yo quiero a la gente de todos los días. Yo pertenecí mucho tiempo a una agrupación musical y se me quedó grabada una frase que dijo uno de los mejores directores musicales que he tenido, un gran compositor, que es Ángel Manuel Cebrero, que fue: «Lo importante no es que seamos más, es que seamos siempre los mismos». Y esa es la idea, y el que vaya entrando nuevo, que se vaya adaptando a los mismos. Por eso, evito las redes sociales, ni el bar está, ni yo tengo, ni quiero que salga.
¿Hay esperanza entonces?
Yo creo que sí, pero todo tiene fecha de caducidad en esta vida. Es la naturaleza. Y esperanza yo creo que hay, pero lo que no te puedo decir es el plazo. Tampoco sé cuándo Urbanismo te va a sacar una normativa nueva de la manga, ni sé cuándo a otro vecino le va a dar por denunciarme porque hay gente fumando en la calle. No sé si de aquí a dos meses van a decir que los bares tienen que estar cerrados a las diez y media, como en Holanda. Es complicado. Mi padre cuando abrió en el 91, ponía seis barriles en la puerta y la gente llegaba hasta donde está el pasaje y no había problema. ¿Sabes por qué no había problema? Porque la gente que paraba aquí era la gente del barrio. Y ahora no hay gente del barrio, ahora hay gente que se viene aquí a vivir, que quieren vivir en el centro y, como no les llega para comprarse el piso en Trajano o en la calle Sierpes, pues se lo compran aquí en la periferia del Casco Antiguo. Un quiero y no puedo. No puedes hacer ruido, a las doce tienes que estar cerrao, la gente no puede consumir en la acera. A otros sí les dejan, pero a mí no. Y claro, eso da problemas. A mí no me gusta nombrar a nadie, pero hay establecimientos que tú vas y la acera no se ve siquiera. Y no pasa nada.
¿Y por qué pasa eso?
Primero, porque el Ayuntamiento no defiende unas maneras de vivir que han sido nuestras de siempre. Que yo a la una de la noche estaba jugando al fútbol en el Pumarejo en verano, y estaba la plaza llena. Es que tengo la imagen. En la calle Parras, los niños jugando al fútbol y la gente en el zaguán, en la puerta de las casas, con el televisor chiquetito cenando al aire libre en lo alto de la acera. ¿Qué ha pasado en veinte o veinticinco años? Que vas por la calle y ya no ves ni plantas en los balcones. No hay ya nada en la calle Parras. ¿Qué ha pasado en el barrio? ¿Dónde están los negocios? ¿Dónde están las zapaterías, las relojerías? ¿Dónde están los ultramarinos, las fruterías, las carnicerías?
¿Tienes alguna idea de por qué se están perdiendo esos negocios?
Yo creo que por mala regulación por parte de los organismos que les correspondan. Eso me puede pasar a mí. Por ejemplo, yo te pongo un vaso de cerveza y no puedes salir a la calle a tomártelo, pero hay supermercados que se dedican a los comestibles y tienen una nevera inmensa con diez tipos de cerveza a setenta céntimos el botellín y te puedes comprar los botellines que quieras, fresquitos, más baratos que aquí y tomártelos donde tú quieras. Si la gente se da cuenta de eso, le da igual tomarse el botellín aquí, que tiene que ser dentro, que en la puerta de un chino. Y encima es más barato en el chino. Pues la gente va a ir al chino. ¿Entonces qué es lo que pasa? Que cuando los negocios invaden el espacio de otros negocios, al final los negocios van cayendo. Tú no puedes ser ferretería, carnicería, frutería, cervecería. Todo a la vez no puedes ser. Y encima no puedes estar abierto desde las nueve de la mañana hasta las once de la noche. Entonces, cuando eso no se regula, los negocios van cayendo. Eso pasó cuando llegaron los comercios de chinos y a las tiendas de veinte duros las machacaron. Ya las zapaterías que quedan, o son de marcas o son franquicias. Si dijeran: «Los supermercados pueden vender bebidas alcohólicas, pero sin refrigerar. Si la quieres fresquita, te vas al bar». Porque el bar paga sus impuestos y paga sus módulos, para poder venderte alcohol refrigerado. Pero vivimos en una etapa en la que no hay ni imaginación ni personalidad. Hoy el negocio es abarcarlo todo. Antiguamente, cada uno se dedicaba a lo suyo, y todo el mundo vivía. Tú hacías tu compra, ibas a la calle e ibas a casa de Juan, de Pepe, de Aurelio, de Robustiano o de Sebastián. Después, te tomabas una copita en casa de Félix y te ibas a tu casa. Pero como tú, lo hacían cincuenta. ¿Qué pasa? Tú le estabas dando de comer a nueve. Pero es que hoy en día, tú vas a casa de Juan nada más, porque allí compras la fruta, el pescado y el pan, y te tomas un botellín en la puerta. Si todo el mundo respetara su negocio y el negocio de los demás, la cosa avanzaría. Mira, hace poco me ofrecieron a mí un vino que se llama Garum, de la tierra de Cádiz. Un buen vino a un buen precio, que yo sabía que se iba a vender muy bien. Pero yo he decidido no traerlo, porque yo tengo un negocio enfrente, el Puma, que son fantásticos los dos, yo les tengo mucho cariño, y ellos trabajan solamente con productos andaluces. Y, además, ellos lo llevan por bandera. ¿Entonces yo aquí cómo voy a traer el Garum? Eso es pisarlos. Si tú a me preguntas: «Oye, ¿el chorizo picante este tú me lo vendes?» Yo te digo que eso lo vende el Alonso, que está aquí en la calle San Luis, que es el único ultramarinos que queda aquí de toda la vida y te vende un chorizo entero espectacular. Yo no vendo chorizo entero, yo te pongo una tapa. Y vive todo el mundo. Hoy no se respeta eso. Yo no pongo aquí un microondas, ni pongo caracoles, ni cabrillas, porque los caracoles y las cabrillas son del Umbrete. Si esa es su seña de identidad, ¿cómo se la voy a quitar yo? Te hablo de esta zona, claro. Eso está mal.
Hablabas antes del flamenco. ¿Sigue habiendo cante aquí?
Sí, pero esporádico. Porque allí siempre se hacía tertulia flamenca; de hecho, las primeras se televisaban en el Canal 47. Y aquí, pues de vez en cuando, han quedado los rescoldillos. Me aficioné a la guitarra, que era una asignatura que tenía pendiente, hará tres o cuatro años. A mí siempre me ha gustado mucho el cante, pero no me atrevo a decir que soy ni aficionado, porque hoy día hay mucho aficionado, pero de hojana. Pero algún día llegaré a ser un aficionado. Aquí llegan algunos amigotes, que canturrean, que les gusta también, yo les acompaño un poquito. Pero un ratito y esporádico, porque esto es muy chiquetito y volvemos al problema del turismo y de la aglomeración de la gente.
Y para ir terminando. ¿Dirías entonces que hay taberna Gonzalo Molina para rato?
Eso lo tiene que decidir la gente, no yo. Yo por mí, sí. Estoy dispuesto, y cada vez más implicado, no me aburro, sigo, soy constante, como tú sabes. Así que yo creo que sí.
Pues eso ha sido todo. Muchas gracias por tu tiempo, Manuel. Y así esperamos que sea.
SEVILLA A TRAVÉS DEL TIEMPO
(Sevilla, 1992). Graduado en Sociología, escribe desde que tiene uso de razón, o incluso antes. Ha ejercido el periodismo en diversos medios de comunicación, como Sevilla Actualidad y Canal Sur Radio. Autor de la novela El Pez Globo, compagina la literatura con los hilos sobre Sevilla que realiza en Twitter/X, y que gozan de gran popularidad.