Legado de raza
Una reflexión de Demófilo dice: “el flamenco pone de manifiesto, en toda su pureza, los sentimientos más íntimos del corazón y las ideas más claras y tenaces del entendimiento”.
Sin duda la comparto plenamente. Incluso me la apropio para reivindicar, desde la atalaya de aficionado, la autenticidad y el cante de corazón de Antonio Cruz García “Antonio Mairena”. Espero con ello remover la conciencia de mamarrachos que desvirtúan el abc del flamenco. Me temo que no será así. ¡Malos mengues los tajelen! que diría mi padre.
Antonio Mairena, artisticamente, fue consecuente consigo mismo. Un cantaor auténtico. Nunca se apartó un palmo de la vereda cabal en la defensa cultural de los suyos y, firme como el roble, mantuvo el compromiso de abanderar la causa gitana ciñéndose al canon que él mismo templaba con su cante.
Cualquier aficionado, medianamente entendido en la materia, compartirá estas definiciones sin considerarlas fantasiosas. Caso de Antonio Cruz Madroñal, sobrino de Antonio Mairena y depositario del patrimonio cultural del mismo, cuya asignatura tiene sobradamente aprobada. Además es propietario del libro abierto que recoge las andanzas profesionales de su tío por tierra y mar, por aire no acudió a ningún sitio. El cantaor no superó la aerofobia, o “jindama” dicho en lenguaje caló.
Lo contaba él mismo en una fraternal sobremesa días atrás en Hospitalet. No olviden que el legado es también un elemento de unión entre los pueblos. Sin ojana charlamos de la sustancia mairenista que alimenta el futuro de la Peña con su nombre desde 1968. De la toná, la debla, el martinete… cantes hecho quejios de metal y lamentos de un cantaor que siguió la senda correcta para la aportación de su raza al flamenco.
Manuel Torres, el referente y adorado faraón de García Lorca, una vez se disponía a morir, conminó a un empresario de Carmona a que fuera en busca de un gitanillo llamado “Niño de Rafael” a Mairena del Alcor. El niño en cuestión había aprendido a cantar antes que a leer y, sin dudarlo, recogió el preciado legado que dejaba el sobrino de Joaquín Lacherna.
El entonces “Niño de Mairena” a petición del cantaor jerezano, emprendió la tarea de escribir páginas de lo jondo. Se le atribuye apoyar los tablaos y festivales de verano, permitiendo así aliviar las carencias económicas de cantaores, muchos se dieron a conocer al salir del ostracismo social que se encontraban. Sin olvidar la inquietud rastreadora de Antonio Mairena para sacar a flote palos de los tabancos o de recónditos bujios. Estilos que después grababa y generosamente los registraba con la autoría de origen, ya fuera el Nitri, Frijones o Charamusco.
Paco de Lucía, Melchor de Marchena, Pedro Peña… sabían a quién le tocaban y dejaron constancia no solo del conocimiento y control de los cantes comprometidos, también del perfil humano y la admiración que profesaba. El guitarrista manchego afincado en Madrid, Juan Antonio Muñoz, en su libro “mis recuerdos de Antonio Mairena” cuenta que la euforia de unas copitas superó la barrera de lo prudente y no estuvo a la altura del cantaor. Ocurrió en el patio de la Universidad de Osuna en 1980. La amistad perduró en el tiempo.
“No se puede conocer lo que no se puede sentir” sentenció el de los alcores. La “razón incorpórea” no congenió con los amables falsetes ni la ortodoxia se adaptó al aplauso fácil de la ópera flamenca. Mairena no aceptó que el público se apoderara del artista y éstos cedieran a cantar lo que quisieran. Una travesía en el desierto que superó respetando a pies juntillas los cánones con intachable honestidad.
El concepto acuñado de Mairena y Ricardo Molina continúa irritando a la pluma crítica que lo acusa de tener frío en las entrañas y no remover las asauras. Sabido es que la mediocridad en torno al flamenco es crónica en el tiempo, la atmósfera de este arte nunca estuvo despejada de sabiondos.
Sobran los intentos comparativos y rivalidades con el coetáneo Manolo Caracol. Nunca alternaron en público ni en fiestas ni en nada. Gallito y Belmonte, por ejemplo, tenían seguidores y detractores, siendo los dos geniales por su manera de ser y estar en el albero. A Caracol le brotaban genialidades, sin duda, si bien éstas aparecían por el atajo liviano de lo comercial, Mairena, en cambio, fue un genio que toreó largo y a compás lejos de lo popular y corriente.
Antonio Moreno Pérez
A PIE DE CALLE
Pertenezco al envio franquista de ursaonenses a Cataluña en 1973. Aquí sigo enamorado del ayer…, de las aceitunas gordales, los majoletos de las Viñas y del Flamenco que se canta con faltas de ortografía. Aquí estoy para contarlo con escritura autodidacta. ¡Ah, y del Betis!