La plaza de Santo Domingo (y IV)
El lector de esta serie recordará la alusión hecha al final de la entrega anterior a la presencia de agentes del orden junto a las fuentes. A pesar de su mala calidad —no dispongo de una versión mejor—, esta fotografía resulta de interés por servir de confirmación de este hecho. He señalado con una flecha roja la figura de un hombre con un arma larga al hombro que parece estar uniformado y cumpliendo misiones de vigilancia. Otro detalle importante es la instalación de farolas muy cerca de la fuente, que ha sufrido una importante reforma y ahora es del tipo conocido como «casa de agua».
Estos detalles parecen confirmar la existencia de disputas por el agua y el largo periodo de espera necesario para llenar los cántaros, consecuencias directas de la escasez de la misma. En cuanto a la datación de la fotografía, tiene que ser posterior a las que hemos visto hasta ahora. Así lo confirman la existencia de alumbrado público y, lo más llamativo y fácil de comprobar, la construcción de unos muros que cierran el espacio más o menos cuadrado que existe ante la entrada de Santo Domingo. Más adelante, la parte superior de esos muros será sustituida por una reja y tendrá el mismo aspecto que posee en nuestros días. En las fotos más antiguas, como recordarán, los muros, simplemente, no existían.
Para llegar a la siguiente escena hemos dado un salto de varias décadas, posiblemente hasta principios de los años sesenta. La Fuente Nueva ha sido trasladada al emplazamiento donde muchos la han conocido, en el lado oriental de la plaza, a un espacio a modo de oscuro zaguán contiguo a La Reforma, zona esta de la plaza muy transformada en las últimas décadas: con posterioridad a La Reforma —establecimiento hostelero de larga trayectoria—, y con anterioridad al gran local comercial actual, también tuvo allí su sede el hoy desaparecido Banco Hispano Americano.
Es un hecho que el agua corriente no empezó a llegar a las viviendas de Osuna hasta los años sesenta, cuando las fuentes públicas dejaron de tener acuciante utilidad y empezaron a desaparecer. Esta fotografía forma parte de una serie que comprende también las fuentes de las plazas de Consolación y de Salitre, las tres imágenes, seguramente, obras del mismo autor y hechas, quizá, para conservar el recuerdo de una época a punto de finalizar. Los aguadores perdieron su medio de vida pero la traída del agua constituyó un sentido alivio para muchas personas, principalmente mujeres y niños, encargados durante siglos de ir por agua a la fuente. La vida en general progresó para la inmensa mayoría de la población. Mejoraron los hábitos higiénicos y desapareció la necesidad de hacer las largas colas que muestran las fotografías. Por otro lado se perdió un espacio de sociabilidad y un motivo para salir, para estar en la calle, válvula de escape de las presiones domésticas para muchos jóvenes.
Si se observa la imagen con detenimiento —el caudal de información que proporcionan las fotografía antiguas resulta siempre inestimable— pueden inferirse infinidad de datos y circunstancias humanas. Para empezar llama la atención la longitud de la cola, detalle que nos habla una vez más de la escasez de agua. Los recipientes son cántaros en su mayoría pero también se ven cubos. El agente del orden, en este caso un guardia municipal provisto de largas polainas para impermeabilizar los bajos del pantalón, es ya una institución junto a la fuente. Él posa un poco envarado, profesional. Algunas de las mujeres sonríen al objetivo. Junto al policía municipal, en la misma entrada de la fuente, una niña mira hacia el interior, seguramente atenta a la mujer que acompaña. La gran mayoría de las mujeres parecen llevar delantales, aquellas prendas tan prácticas, de grandes bolsillos, que hablaban de la dedicación exclusiva de sus portadoras a las tareas domésticas. Las ruedas de los carros donde se transportaban los cántaros eran de hierro y no iban provistas de cubierta alguna, por lo que su manejo, sobre todo con los recipientes llenos, resultaba muy complicado. Siguiendo por este camino, sin querer, vuelvo a mi infancia, hija de un tiempo muy distinto al actual y, por ello, de interés histórico para el lector joven. Poco después de ser tomada esta fotografía comenzaría el gran éxodo de andaluces que pobló y levantó con su esfuerzo las regiones más mimadas por el gobierno central, Cataluña y el País Vasco. Las desaparecidas fuentes ursaonenses permanecerán en el recuerdo de aquellos emigrados jóvenes, hoy octogenarios. Sus raíces están aquí.
En ciertas noches silenciosas, cuando todos duermen, aún se escucha correr el agua bajo las calles de Osuna.
Fotografías de procedencia diversa.
Víctor Espuny
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CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.