Jesús de Nazaret
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El judío. La figura histórica. El mito. El referente teológico. El ser divino. La creencia. El Imperio Romano. El Sanedrín. Pilatos. Caifás. El hombre opresor. El hombre arrogante. El cordero y los lobos. La muerte como imposición y solución. La resurrección como promesa. La cruz. El símbolo. La tortura transformada en amor. El credo. El prodigio. El dolor, el sol. El silencio, la música. La pasión y la vanidad. La traición. Las monedas de plata. La plata y el crimen. El dinero es un crimen. El relato. La luz, los hachones. Las tinieblas, la luna llena. La poesía y la carne desgarrada. La alegoría, la vida. La estética, la ramplonería. El sacrificio y el negocio. Pablo de Tarso. El marketing. El final del mundo dentro de diez minutos. La salvación. La patrística. Los papas y los mapas. El poderío. La Iglesia, las religiones. El monopolio de los sentimientos. Los fanáticos. Los inocentes. Las Bienaventuranzas, el poema más ilusionante y esperanzado de la literatura universal. La autenticidad. La falsedad. El banquete y la miseria. Los pobres en la retórica, la pobreza invisible. Los desfavorecidos, el prójimo (el más cercano). Los poderosos. Las oposiciones y la dualidad. El cielo, la tierra. El cuerpo, el alma. La escisión y los cismas. Dos milenios con nostalgia de Dios. Dos milenios con nostalgia de valores absolutos, el bien, la belleza, la verdad. Las Sagradas Escrituras. La escritura sagrada donde ensayamos a sangre y fuego unas cuantas palabras verdaderas. Esa práctica, esa idea. El miedo y la sangre. Los amos y los esclavos. El odio y la mística. El arte y la hoguera. La perversión y la emoción. Los deseados y los deseantes. La llaga y el frío. El corazón y el humanismo.
Entre todo este revoltijo y amasijo de palabras quizá falte una, una pieza necesaria que ayude a completar el puzle de la cultura judeocristiana que no podemos renunciar a componer -recomponer- por historia y legado. Y esa pieza es la fe, ese concepto imaginativo e intransferible que siembra montañas en el mar y en los picos de las montañas sostiene los océanos. La fe, esa cosa privada encarnada en Jesús de Nazaret o en una simple brisa cotidiana de sábado -sin que sea santo- que te acaricia los pulmones cuando los ojos piden lágrimas.
Voltaire, racional y fustigador, en un arrebato de sinceridad afirmó que si Dios no existiera habría que inventarlo. Ese día el hombre inteligente y crítico durmió más tranquilo y sintiéndose protegido.
Francis López Guerrero
Fotografía: Web de Jesús Nazareno.
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