Gonzalo Núñez: “El amor conseguido y feliz no es nada literario”
- El escritor y periodista publica "Los búlgaros", un conjunto de relatos en los que se dan la mano el amor, la fantasía, el humor y la derrota.
Gonzalo Núñez (Sevilla, 1983) estudió Periodismo en la Universidad Hispalense y en la Sapienza de Roma. Periodista cultural con una larga trayectoria entre Sevilla y Madrid lleva quince años ejerciendo su profesión en grandes medios de comunicación como La Razón, ABC o The Objective y en medios locales como Punto Radio y Sevilla TV.
Núñez, poeta de juventud y enamorado de Italia, ha presentado su último libro Los búlgaros que se une a su anterior publicación Krubéra-Voronya: La Conquista del Centro de la Tierra (Almuzara, 2021). Una historia aventurera en la que recoge el desconocido y desconcertante testimonio de las peripecias del sevillano Sergio García-Dils.
Un estilo muy personal, a medio camino entre la nostalgia -incluso por lo que aún no ha sucedido- y un fino humor que en ocasiones recuerda a Rafael Azcona y que ha llamado la atención de esta redacción de El Pespunte que ha querido conocerle más a fondo.
¿Es un libro sobre el amor, el desamor, la soledad, Madrid o Bulgaria?
Podría decirse que es todo eso, excepto lo último, y algo más. Es un libro sobre el amor en cuanto que son personajes que lo buscan con fruición. Como la película, viven continuamente “in the mood for love”. Son tipos obcecados en el cliché romántico en una sociedad más descreída, pero también tipos inseguros y neuróticos, que buscan concretar un ideal, y precisamente ese idealismo, agravado por la soledad y las expectativas, les lleva a fracasar. Son sus peores enemigos. Por eso también es un libro sobre el desamor. Lamento decir que las cosas no acaban muy bien en este libro. No puedo escribir sobre el amor sin tratar paralelamente el desamor, porque el amor conseguido y “feliz” no es nada literario, por desgracia para el amor. Uno escribe de lo que está mal o haciendo memoria de lo que ha ido mal en su vida. Además de amor y desamor, hay otros subtemas paralelos. Y sí, todo eso sucede en Madrid, aunque no es necesario conocer bien la ciudad para leerlos. Lo de Bulgaria es más circunstancial. Viene dado por la trama del primer cuento, que se titula como la colección, y en el que aparecen unos búlgaros, pero podrían haber sido de otra nacionalidad.
¿Los siete relatos ya nacieron con la idea de formar parte de un libro o la idea surge después ver un hilo conductor entre ellos?
Cuando uno se pone a escribir a veces no sabe qué saldrá de aquello. Puede ser que escribas impulsado por una frase que se te ha ocurrido y de repente se convierte en lo más importante que tienes que hacer ese día: escribir esa frase y ver qué pasa luego. De ahí, de una frase, una idea, una vivencia o lo que sea, puede salir un poema, un cuento, una novela, un tuit, o una simple frase anotada en el móvil y olvidada. Cuando escribí el primero de estos relatos, que es el segundo en orden de aparición en el libro, solo quería lanzar esa idea de un tipo que ha sido desposeído de una vida, un amor, que estaba “apalabrado”. Podía haber quedado ahí la cosa, pero rápidamente salieron dos cuentos más, con tono parecido, entre la fantasía, el humor y la derrota. A partir de ahí ya vas viendo que eso tiene unidad y eres consciente de que puedes hacer una colección. Así que escribes con más responsabilidad sobre lo escrito, con más presión también hacia ti mismo.
¿Cuál es el origen, qué le lleva a escribirlos?
Creo que el origen es una combinación de motivos literarios y extraliterarios. Cuando escribí el primer cuento, en torno a 2017, yo llevaba muchos años encadenando relaciones cortas, rupturas tristes y, entre medias de esas relaciones, algunas de esas historias que quedan en nada, esos “casi algo” con los que te ilusionas de manera fulgurante pero no prosperan y decaen en semanas. En resumen, yo estaba bastante cansado de mí mismo y de todo, del mundo moderno, del amor líquido y de las mujeres en general. Cansado de la inestabilidad. Y concebí estos personajes desencantados, pero a la vez capaces de ilusionarse de nuevo en una milésima de segundo. Paralelamente, en esa época andaba leyendo a Robert Walser y me fascinaron las historias de amor que había recopilado Siruela. Son a veces bocetos, estampas fantasiosas, ingenuas, tiernas y tristes de un buscador del amor muy poco práctico y afortunado como lo fue Walser. El flechazo con este escritor, aliado a otras lecturas de aquella época o de mi bagaje, y las circunstancias vitales que he dicho, fue lo que me llevo a escribirlos de esta manera.
¿La aparición del término “búlgaro” en cada cuento es un guiño a la manera de Luis García-Berlanga o Alfred Hitchcock?
Digamos que es un juego a posteriori. Dos “búlgaros”, los de los dos primeros cuentos, salieron de manera natural y, cuando volví a revisar estos cuentos para publicarlos, pensé que, ya que salían en dos y había decidido llamar a la colección “Los búlgaros”, que es el título del primer cuento, podía extenderlos a todos. Así que metí “búlgaros” en cada uno de los relatos a modo de “Busca a Wally”. Y sobre todo, efectivamente, porque me acordé de que en todas las películas de Luis García-Berlanga aparece un personaje mencionando al Imperio Austohúngaro. Siempre me hizo gracia ese juego autorreferencial de Berlanga. Aquí no deja de ser una cosa lúdica, pero al mismo tiempo le da más unidad al conjunto. Me hizo gracia y, según me cuentan, a los lectores les divierte ir identificando a estos “búlgaros”.
Madrid es como un personaje más de los cuentos, ¿es un escenario visto desde la nostalgia, desde una relación amor-odio?
Cuando escribí estos cuentos, yo vivía en Madrid, de manera que no podía sentir nostalgia por Madrid. Sin embargo, esos cuentos sí remitían a un yo un poco previo: había nostalgia hacia ese yo e incluso nostalgia por ciertos lugares que ya no existían o por el torpe optimismo de algunos personajes. Lo que sí está claro es que el hecho de que se hayan publicado estos relatos tiempo después, en 2023, y conmigo fuera de Madrid, sí me ha hecho volver a ellos con nostalgia de la ciudad. Viví diez años en Madrid, diez años clave, entre la veintena y la treintena, y me pasaron cosas muy buenas pero también cosas muy malas, especialmente en los últimos años. Pero, curiosamente, no le guardo rencor a la capital y hasta la añoro. Echo de menos Madrid por una cuestión muy simple: porque no elegí irme; me fui porque no podía quedarme. Lo mismo pasa con las personas. La nostalgia viene dada de esa sensación de haber sido expulsado contra mi voluntad.
El tono de humor presente en prácticamente todos los cuentos, ¿es un contrapeso a la melancolía?
Siempre se ha dicho que el humor rebaja tensión, funciona como válvula de escape, pero creo que en este caso el humor potencia el drama, es el aderezo necesario para estas historias. No lo programé, salió así. Yo soy muy melancólico y a menudo muy dramático, soy intenso hasta la toxicidad; pero paralelamente o consecutivamente, porque soy ciclotímico, hago y digo tonterías, me río de todo, ironizo y saboteo hasta mi propia necesidad de autocompasión. Esa esquizofrenia está en mis cuentos, que son tristes y cómicos, tiernos y crueles, compasivos e inmisericordes. Karina Sainz Borgo dijo sobre mi libro algo que me gustó mucho: “Si te desangras al reír, te das cuenta al cerrar el libro y verte las manos rojas”. Desangrarse al reír, ¡magnífico! No sé si lo he logrado, pero por ahí iba la idea sin ser yo consciente. Un poco como cuando ves a alguien totalmente desquiciado que ríe y llora a la vez: seguramente así libere tensión esa persona, pero quien lo ve desde fuera ve una cosa sumamente impactante porque lo normal es reír y llorar alternativamente, no al mismo tiempo.
Aunque los siete personajes masculinos son muy diferentes se encuentra en ellos un poso común, ¿cuánto de autobiográfico hay en Los búlgaros?
Quien lea estos cuentos verá que aquí suceden cosas extrañas, a menudo surrealistas. El lector entenderá que “ése” no puedo ser yo. Sin embargo, me parece que es fácil sospechar que estos personajes sí guardan mucha relación conmigo en las circunstancias vitales y el contexto en el que se mueven. Yo les he dado un impulso inicial partiendo de circunstancias semejantes a mi vida en Madrid durante aquellos años en los que los escribí: la soledad de la gran ciudad, las expectativas, los amores contemporáneos, las viviendas de 40 metros, la inestabilidad generacional, y, por supuesto, mis escenarios madrileños: Chamberí, La Latina, La Filmoteca, los bares, las calles, incluso los supermercados donde hacía la compra. También su manera de entender el amor o de padecerlo o de buscarlo o de entramparse en él. Una vez situados en mi mundo, les he hecho vivir experiencias ajenas a mí para, de alguna manera, y paradójicamente, explicarme a mí mismo o recrear literariamente mi vida. Cuando ya lo has escrito es casi como si te hubiera sucedido a ti. No creo que se escriba para vivir otras vidas, pero sí para vivir tu propia vida de otra forma.
El libro está teniendo una maravillosa acogida, con grandes críticas de referentes como Alberto Olmos o Karina Sainz Borgo, ¿qué supone eso?
Desgraciada o afortunadamente, se publican muchos libros al año. Yo opino que desgraciadamente, porque la cantidad no suele aparejar calidad, pero he perdido el derecho a quejarme. Lo que quiero decir es que, con tal cantidad de libros, es muy difícil hacerse notar y mucho más para un autor que se estrena en la ficción con una editorial modesta. Los libros de grandes editoriales o de editoriales independientes más conocidas cuentan con una promoción “de oficio”, entran fácilmente en el escaparate. Con un libro como Los búlgaros es fundamental llegar de alguna manera y gustar inmediatamente, crear un ánimo favorable y ganar por KO, porque no cuentas con muchas oportunidades. En ese sentido, es importantísimo, crucial, que personas influyentes como Alberto Olmos, Karina Sainz Borgo, José Antonio Montano, Fernando Bonete, etc, hablen bien y recomienden su lectura. Es una ayuda inestimable, que me ha hecho feliz y me ha quitado inseguridades. Gracias a eso, mucha gente se acercará a leerlos. Junto con eso, valoro muchísimo las buenas reacciones de los primeros lectores. Ellos son los que van a recomendarlo a sus amigos, a sus familiares… Por ahora son todo buenas palabras, al menos lo que me llega.
¿A quién le haría un buen pespunte?
A los cursis, a los soberbios, a los que señalan con el dedito. Le cosería la boca a los maledicentes, a los cotillas malos, y a los que pontifican pero luego no van a escuchar tus palabras. A los yonquis de las ideologías. Por último, le haría un buen pespunte a un par de malos recuerdos y, si pudiera, los tiraría al mar en uno de esos saco cosidos y atados a una piedra como los que usaban los marinos para enterrar cadáveres.
Los búlgaros de Gonzalo Núñez. Ya a la venta: Casa del Libro
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