El crack
Conviene que el odio y el asco no nos cieguen. Los gañanes también tienen cartas que jugar. Y las saben utilizar bastante bien. Obviarlo es darles alas. Magnificar sus cagadas, sobre todo cuando tienen muchas más iguales o bastantes más graves, es ofrecerles una coartada. Darles espacio para maniobrar. Rubiales es de ese tipo de hombres que habla del poder como el panadero habla de la masa. Él lo estrangula, lo manosea, lo sabe suyo. Lo coge de la cabeza y lo acerca a su cuerpo. Lo morrea. Se deja caer a peso, que lo levante, levita con su parte más oscura. Lo del domingo pasado no es una agresión sexual, lo que ocurrió en la Final del Campeonato del Mundo Femenino es la vergonzosa reafirmación de lo que es y lo que representa un personaje siniestro y torrentiano, alguien que se cree por encima del bien y del mal. Un macarra con influencia y sin valores, un tipo con cargo pero sin elegancia. Al que el decoro, la educación y el saber estar le sobran.
Ayer puso en mitad del tapete toda su catadura moral, su falta de escrúpulos, su populismo más funcional, y decidió subir la apuesta. Pudo parecer un esperpento, pero hace tiempo que España es un país desquiciado. Venid, que os espero. Estoy muerto, pero rematadme, ensañaos. ¿Queréis verme caer? Empujadme al precipicio en el que yo solito me he colocado. Os acusaré de “asesinato social”. Pensar que lo de ayer es una ida de olla fruto de su soberbia es una opción, pero, insisto en el principio, no creo que sea la correcta. Los sinvergüenzas, y más los que llegan a tener poder, tienen sus artimañas y sus herramientas. Llegan y se mantienen por algo. No es la primera vez que Rubiales se encuentra en este tipo de situación, ya estuvo en la picota cuando lo de Piqué. Y salió. Si no lo recuerdan vayan a buscar aquella otra rueda de prensa. Otro disparate que le sirvió para salir del paso. Al buen narcisista lo mide su capacidad de resistencia, su facultad de verse grande mientras todo arde alrededor, de seguir estando encantando de conocerse aún cuando hasta los suyos empiezan a virarse contra él.
En la mañana de ayer asistimos a una performance estudiada al milímetro, a un mitin político lleno de estrategia y cargado de mensajes. El plan empieza cuando el jueves por la noche filtra intencionadamente que va a dimitir, asegurándose así el golpe de efecto que necesitaba. Al día siguiente vemos en Las Rozas su músculo, con una función de teatro perfectamente cuidada; con sus hijas presentes, con su padre llorando, con los dos seleccionadores absolutos partiéndose las manos aplaudiendo. Rubiales sabía lo que hacía, contraatacaba erigiéndose como mártir de la dictadura woke, de la hermandad de lo políticamente correcto. Le hablaba a un público muy segmentado pero ruidoso, como mínimo a tres millones de españoles. Buscó la empatía de la trinchera, señaló a Yolanda y a Irene Montero y las hizo culpables de una campaña de acoso y derribo contra él. Sabe que hay una parte de España que no las traga, y decidió coger el guante de Abascal, que decidió mezclar la vergonzosa ley del sí es sí con el caso de este patán. Después Feijóo también decidió comprar ese marco. El presidente de la RFEF habló de falso feminismo, puso en práctica la victimización, el todos contra mí. Por momentos, nos transportamos a aquella época de Gil y compañía. Anunció allí mismo, como el mafioso de película que se siente, que iba a renovar a Vilda y que le subiría el sueldo. Quiso demostrar que sigue teniendo el joystick y la billetera. Y dio su versión de lo ocurrido como el fantasma beodo de la barra de un bar, justificándose como se justifica quien nunca cree tener culpa de nada. Preparándose no solo para aguantar, también para, llegado el caso de caer, tener listo el argumentario.
Quiere que el odio, totalmente lícito y entendible, que le tienen se convierta en su oportunidad. Conocedor de las trincheras ideológicas que delimitan nuestro país, se situó enfrente de la izquierda. De los Sánchez, las Yolandas y las Monteros. Sabiendo que hay gente a la que no le cae en gracia pero que es tan simple y sectaria que aplicará aquello de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Luis Rubiales es un cuñado al que ahora otros cuñados le llaman “padre”. Para mí uno de los pasajes más significativos del show de ayer fue su manera de explicar que el pico era consentido. Rubiales está todo el día pensando que es un crack. Por eso cuando alguien se lo dice (o él quiere entender eso) lo tiene que celebrar. Y que mejor manera que plantándole un pico a una campeona. La euforia no era por el Mundial, la euforia era por saberse crack. Se agarró a esa frase, también seguro producto del momento, y decidió levantar su particular trofeo. Su comportamiento con Jenni es casposo, intolerable y representa todo lo que hay que cambiar. Me asquea profundamente, pero creo que es un error fijarse únicamente en una gota del océano de tropelías de un canalla anacrónico, de esos del fajo de billetes amarrados con gomas en el bolsillo, un fanfarrón de tres al cuarto. Las horas posteriores a la Final, había casi unanimidad en el bochorno. Si la política es la que intenta cobrarse la pieza, capitalizar un gesto que ya salió de la ciudadanía, el pueblo que estaba unido volverá a dividirse. Rubiales lo sabe, por eso juega a lo que juega.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.