El ángel con gabardina y bigote


No recuerdo qué fue antes: si conocer a Jesús Nieto Jurado, periodista de ABC, o leer ‘Las máscaras del héroe’, la primera novela de Juan Manuel de Prada. El caso es que de todo hace aproximadamente una década.
Y es que siempre relacionaré ‘Las máscaras del héroe’ con Nieto Jurado, como si este fuera un personaje sacado del libro de De Prada: un Pedro Luis de Gálvez que te sablea vía Bizum.
Con el columnista malagueño comparto la devoción por esta ópera prima del autor de ‘La tempestad’, bestiario de la bohemia madrileña de principios de siglo XX. Él asegura leerla cada verano, cosa que me creo, y yo he dado buena cuenta de ella tres veces. De vez en cuando comentamos a través de Whatsapp pasajes de ‘Las máscaras’ con tal entusiasmo cual si fueran vivencias propias («Illo, cuando Gálvez paseaba el cadáver de su hijo neonato en una caja de zapatos pidiendo unas pesetas por las tabernas» o «Illo, illo, cuando el negrazo Johnson y Buñuel le pegaron una paliza en los baños públicos a De Hoyos y Vinent y a Pepito Zamora ‘por maricones'», «Illo, illo, illo, cuando Fernandito Navales veía caer los suicidas del viaducto de Las Vistillas como copos de nieve desde la ventana de su casa», etcétera), y nos reímos de esos personajes, de esos andrajos o guiñapos veteados de heroicidades, que De Prada echó a andar por esos mundos de Dios (y perdón por la mayúscula): Hans de Islandia, Leonardo Buscarini, el tío Veguillas con su anticuario, el judiazo equino de Cansinos Assens, el sobrino ciego de Vargas Vila, quien se comía crudos los huevos de su iguana que empollaba su querindonga, etcétera.
El caso es que una novela que considerábamos clandestina, incunable, maldita, como un secreto entre unos pocos, de repente, casi treinta años después de su publicación, cuando menos lo esperábamos, nos encontramos con su continuación, ‘Mil ojos esconde la noche’, anunciada a bombo y platillo en librerías, estaciones y centros comerciales.
De Prada, como el doctor Frankenstein, componiendo un puzle de retales humanos, ha devuelto a la vida a ese diablo cojuelo de Fernandito Navales y su universo de criaturas purulentas. ¿Por qué ahora?, se pregunta uno, que abre esta continuación de 800 páginas (aún quedan otras 800 por publicarse) con cierta aprensión, con miedo lógico a que se vaya a romper el mito, el hechizo de esa primera novela cuasi clandestina, ‘Las máscaras del héroe’.
Mas, al contrario, uno regresa con ‘Mil ojos esconde la noche’ (La ciudad sin luz) a trasladarse a ese submundo, a ese infiernillo carnavalesco de matahambres, satiricones, excéntricos y desgarrados; se imbuye aún más si cabe en ese universo o sótano de guiñoles manejados al antojo de la bendita maldad, flor del resentimiento, del titiritero Navales, quien nos hace reír a mandíbula batiente y nos afloja durante unas cuantas horas el corsé moral del buenismo que aprieta a nuestra sociedad.
El gordo preconciliar de De Prada (siguiendo el formato expresivo de Fernandito Navales), por decirlo en cristiano, se ha vuelto a sacar el carajo. Nos regala una novela (¡dos!) que es una catedral gótica o barroca, yo qué sé, plagada de gárgolas infectas; nos embarca de nuevo en la nave de los locos gracias a levantar con una prosa españolísima, que bebe del tintero del Siglo de Oro, un museo de los horrores de las maldades y miserias humanas.
En ‘Mil ojos’, en definitiva, vuelve a abrirse ese bazar o lonja de casquería y escatología; esta vez, no en los años de preguerra civil como en ‘Las máscaras’, sino en el París ocupado por los nazis durante la II Guerra Mundial. Por allí desfila una recua de artistas españoles en el exilio (el pintamonas de Picasso, el eugenésico doctor Marañón, el sicalíptico Ruanito, Ana de Pombo, Ana María Sagi, el curilla Tarragó y demás «polaquitos» y «rojillos»), amén de las fuerzas vivas del franquismo y el nazismo en Francia (el misacantano Solms, el carguista Lequerica, el curángano Velilla y su choricico, el serbio Rado, el cuñadísimo, Perico Urraca con su sonrisa de buzón y demás). No sin olvidar las presencias vicarias del triponcete de Franco, del ángel con gabardina y bigote (como escribe Ruanito de Hitler) y del orejas (el rey Alfonso XIII).
Son 800 páginas, ya digo, que se leen casi de un tirón, deslumbrado por el magisterio en el uso de la prosa literaria o arcaizante de De Prada, con una sonrisa coñona y perenne en la boca, y con la expresión admirativa presta en la mente («¡qué cabrón!, ¡qué hijo de puta!»), por la inverosímil capacidad del autor de hacernos ¿empatizar? con la la vileza más abyecta encarnada en Fernandito Navales.
No creo, sino afirmo, que el gordo De Prada se confirma, una vez muerto Marías, como el mejor novelista español vivo, con el permiso de Aramburu, Vila-Matas, Landero y Muñoz Molina. Si Juan Manuel DP ya alcanzó cotas de primera categoría con los novelones como demonios ‘Las máscaras del héroe’, ‘Morir bajo tu cielo’ y ‘Me hallará la muerte’, ahora nos hace subir un puertarraco de hors catégorie a falta de la mitad de la ascensión.
P.D. Una duda me queda: si al comienzo de ‘LMDH’ se fecha la muerte de Fernandito Navales en 1942, y ‘MOELN’ abarca los años de la ocupación francesa (de 1940 a 1944), ¿matará de Prada a su protagonista y narrador en medio de la segunda parte de la novela? ¿o se tomará la licencia de prorrogarle unos añitos más de vida siendo infiel a las memorias hasta entonces inéditas de Fernando Navales, legadas por Soledad Blanco Navales, única heredera de su autor?
EL RECUADRILLO
Plumilla. Paisano de Carlos Cano y Manuel de Falla. Como el poeta Fernando Villalón, considero que el mundo se divide en dos: Cádiz y Sevilla. Creo en la resurrección de Myrto Uzuni.