Cáscara de paraguayo
Hubo un verano primigenio, en el que andaba más cerca del suelo y veía las cosas sin verlas, recopilándolas sin saber que irían a parar a una memoria que hoy me permitiría hablarles de otros veranos. Un verano de maletas más ordenadas y de aburrimientos más largos, de emociones más puras y de meses que prometían, y parecían, ser interminables. Veranos de baldosas frías y pies negros, de césped recién cortado despertando rebeldías, de bolsas de Fantasmikos. Veranos de manos sucias por las cadenas que se salían de la bici, veranos de calcular bolsas de chuches de euro, porque comprarlas ya hechas era de novatos. Veranos de Nesquick fresquito, helado, y pan Bimbo lacio, desecho, con mantequilla. Veranos de tatuajes en los paquetes de patatas, de llevar en la costilla una calcomanía que se borraba a fuerza de ola o cloro.
Veranos de empeines destrozados por darle al balón descalzo, de hombros quemados, de mofletes rojos como camisetas del Liverpool. De resoplar ante la crema solar. Veranos de digestiones incompletas, en los que no cabían siestas, de silencios que no pegaban, de noches de una televisión que me interesaba. Veranos de fichajes que me tenían preocupado, de estampitas que me mantenían ocupado, de amigos de mañanas de verano. Veranos de parte de atrás del coche, de disco del Arrebato, de postillas que pedían que las rascases. Veranos de lunas más cortas, de oscuridad más callada, de amaneceres más fríos.
Veranos en los que tanteé Madrid, en los que probé la horchata por primera y última vez, en los que dormí sin ganas. Veranos de salón confortable al mediodía, de telediarios de reojo, con olor a cáscara de paraguayo, que es la época. Y Saber y Ganar, un programa presentado por Jordi Hurtado. Veranos donde descubrí lo bien que marida el café con el aroma a tinta que salía de los periódicos. El Chupachups de los mayores, lamerse el dedo para pasar la página. Diarios que se apilaban, a los que no me acercaba, que luego acababan doblados por la página del crucigrama. Veranos de brisas tempranas, de farolas más claras, de calles que no han cambiado. Veranos en los que no imaginaba que existiesen otros veranos.
Veranos con deberes, pero sin tarea, de chanclas con la bandera de Brasil, de ración de puntillitas. Veranos de olimpiadas, de 100 metros lisos, de Actimel. Veranos de libros cortos que se me hacían largos, de PSP, de sofás naranjas. Veranos de puzles de pintores, de series policiacas y novelas de Agatha Christie. Veranos de noche de pizza, de polos rojos y bermudas azules marino. Veranos de literas y camas plegables, de gotelés aliviando picores, de mosquitos como leones. Veranos que vinieron antes del verano, del de ahora, que dentro de poco será parte de los otros veranos. Veranos que siempre están por aparecer, que se esperan, que llegan, que se van. Veranos que se muerden la cola. Veranos de coches ardiendo, de Aquarius de naranja, de patatas fritas del Amanecer. Agosto es una botella fría en el frigorífico, un día a alguien se le olvida rellenarla y solo queda un culito.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.